Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA

Incompetencia desleal.

Tienen presencia en toda España este par de colosos del comercio, que trasplantaron las raíces cubanas al Madrid de la preguerra civil. Dos hombres, dos primos, dos asturianos, oriundos de la villa de Grado, llegaron a la capital para levantar una tienda frente a otra. El panorama se hizo deprimente, deprimido, porque, a poco de instalados, sobreviene nada menos que una confrontación armada. Eran tiempos en que aún se intentaba vender el paño en el arca, el poco paño que quedaba.Vienen de otro mundo -el Nuevo-, del empuje y la técnica mercantil americana, casi desconocida en España, confinada ...

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Tienen presencia en toda España este par de colosos del comercio, que trasplantaron las raíces cubanas al Madrid de la preguerra civil. Dos hombres, dos primos, dos asturianos, oriundos de la villa de Grado, llegaron a la capital para levantar una tienda frente a otra. El panorama se hizo deprimente, deprimido, porque, a poco de instalados, sobreviene nada menos que una confrontación armada. Eran tiempos en que aún se intentaba vender el paño en el arca, el poco paño que quedaba.Vienen de otro mundo -el Nuevo-, del empuje y la técnica mercantil americana, casi desconocida en España, confinada en unos honestos Almacenes Rodríguez, unas Sederías de Lyón, el naciente SEPU (Sociedad Española de Precios únicos) y el gremio comercial de trastienda, tertulia y cuaderno, con tapas de hule, para anotar los débitos de la parroquia.

Pepín Fernández se instala en la calle de Carretas, con las sederías, y su primo, Ramón Areces, compra la antigua camisería El Corte Inglés, con nombre registrado y todo, al otro lado de la Puerta del Sol. Los orígenes suponen un estilo distinto y una revolucionaria técnica de oferta y venta, que quizá consistía en poner el género a la mano del cliente, en lugar de acarrearlo desde las estanterías. Pepín es el velocista, que pone buena distancia en los primeros tramos: simpático, sonriente, extravertido, importe al concepto publicitario, las relaciones públicas, el "escaparatismo" como arte. Hace vida social, pronto admite comanditarios y echa mano del crédito, para crecer.

Ramón aguanta en la tiendecita que da a tres callejuelas. Es un solitario que trabaja 15 horas diarias, no quiere partícipes, ni hipotecas: sus ideas son tan claras como las del pariente y la vista la pone muy, lejos. Pepín Fernández se ve prolongado en sus hijos. Ramón no tiene descendencia y sabe que -mientras viva- es su propio heredero directo.

He tenido la fortuna de mantener buena relación de amistad con ambos y parentesco político con Areces. Y haber conocido, en La Habana de los años cincuenta, la sorprendente sede de El Encanto, una arquitectura ciega, atemperado el interior por el aire acondicionado, hoy ya familiar en el duro clima de esta meseta. Ambos proceden de aquella escuela.

El destino de los dos hombres parece unirse, tras su desaparición de este mundo. No es cierto que hubiese un enfrentamiento personal enconado, porque ambos comprendían las ventajas de la competencia, el estímulo en la calidad. Así ocurrió mientras condujeron directamente el negocio. A Pepín, por carambola, le afectó la toma del poder por Fidel Castro. En Galerías desembarcaron los primeros balseros del régimen derrocado. En todas las plantas se escuchó el deje habanero y en los pasillos interiores los jóvenes dependientes aprendían a bailar el chá-chá-chá. Aumentó, filantrópica y quizá innecesariamente la nómina y hubo que abrir el portillo de la participación extraña: bancos, accionistas, entre los que se dijo que figuraba la esposa del Caudillo.

Areces mantuvo la soledad y la independencia. "Si es posible", me dijo en más de una ocasión, "no recurras al crédito; los intereses son el enemigo del beneficio". Puede que en esa filosofía radicara la diferencia y los resultados en la cuenta de explotación de ambas empresas.

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No tuvo hijos Ramón, pero fue premiado y acompañado por la sólida y perseverante ayuda de un viejo amigo y de un par de sobrinos, destacando la eficacia y compenetración de Isidoro Álvarez, que siempre trató de usted a su tío. No creo que Ramón y Pepín hubieran llegado a una fusión de intereses, pues creían, repito, que competir en el mercado no sólo era conveniente, sino necesario.

Lo único que funciona bien en nuestra España es El Corte Inglés. Cuando un turista, un visitante, ilustre o anónimo, se extravía en la ciudad, desatiende una importante convocatoria o interrumpe el contacto familiar de forma preocupante, ya no se llama a la policía o a los hospitales. Ahora, la primera diligencia es vocear su nombre por la megafonía del Corte. En un alto porcentaje, allí son encontrados.

Parece que van a fundirse, identificarse, hacer caja común, pero tengo para mí que don Isidoro y sus consejeros, de adquirir Galerías Preciados, no será por ambiciones expansionistas ni por fagocitar al adversario, sino porque teman más a la incompetencia que a la competencia.

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