Michael Foot, bajo la sombra del KGB

Un desertor ruso acusa al ex líder laborista británico de haber cobrado de Moscú

A los 81 años de edad, Michael Foot, él último líder carismático de la izquierda británica, se enfrenta a uno de los momentos más amargos de su vida. Oleg Gordievsky, un destacado agente del KGB en Londres que desertó del espionaje soviético en 1985 y aspira ahora a convertirse en un escritor de fama gracias a un libro de memorias escandaloso, se ha propuesto amargarle la ancianidad al gentleman que dirigió el Partido Laborista entre 1980 y 1983 por la vía de acusarle de haber figurado en la nómina del servicio secreto soviético.A cinco columnas en el siempre beligerante...

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A los 81 años de edad, Michael Foot, él último líder carismático de la izquierda británica, se enfrenta a uno de los momentos más amargos de su vida. Oleg Gordievsky, un destacado agente del KGB en Londres que desertó del espionaje soviético en 1985 y aspira ahora a convertirse en un escritor de fama gracias a un libro de memorias escandaloso, se ha propuesto amargarle la ancianidad al gentleman que dirigió el Partido Laborista entre 1980 y 1983 por la vía de acusarle de haber figurado en la nómina del servicio secreto soviético.A cinco columnas en el siempre beligerante The Sunday Times, Gordievsky y otros dos miembros del KGB acusaban ayer a Michael Foot de haber sido un agente de influencia soviético a partir de 1960 y hasta 1968, cuando la, invasión de Checoslovaquia enfrió su entusiasmo por la URSS.

Indignado, Foot ha amenazado con recurrir judicialmente contra una información que, a su juicio, demuestra el seguidismo sensacionalista de cierta prensa. "Los periódicos con al guna reputación deberían ser más cuidadosos y no dejarse arrastrar por las informaciones enloquecidas de la policía secreta soviética", ha declarado.

La historia, que viene a ser un anticipo de la prepublicación del libro de Gordievsky Un espía en Londres, que será serializado por The Sunday Times a partir de la semana próxima, se remonta a los años más crudos de la guerra fría. En esa época, Michael Foot, distinguido orador de la Oxford Union -sindicato estudiantil de la Universidad de Oxford-, acababa de regresar al Parlamento de Westminster tras una larga ausencia en calidad de diputado laborista. Por aquel entonces, Foot era el ideólogo de Tribune, una inflamada publicación de izquierdas para la que, según Gordievsky, el radical parlamentario consiguió financiación de Moscú.

Las acusaciones contra Foot -supuestamente conocido de los soviéticos bajo el nombre codificado de Boot- proceden exclusivamente de un desertor del espionaje soviético, por más que The Sunday Times las apoye con los testimonios de otros dos espías rusos aún -n activo.

Unos y otros insisten en que Michael Foot, que hubiera podido llegar a ser primer ministro británico en 1983 si los laboristas no hubieran mordido nuevamente el polvo de la derrota, era "un agente de influencia" a través del cual los servicios secretos soviéticos pretendían introducirse en el seno del Partido Laborista y de las entonces poderosas centrales sindicales.

Según los ex agentes, Foot mantenía cordiales relaciones con los representantes políticos de Moscú en Londres, mientras Tribune era una plataforma para la apología del comunismo un instrumento de crítica de las instituciones capitalistas. y una abanderada del desarme nuclear unilateral.

La documentación sobre Michael Foot, dicen, ocupaba varios volúmenes en los archivos de Yasenevo, cuartel general del KGB en las afueras de Moscú. Mientras los líderes laboristas en activo clamaban ayer contra las declaraciones de Gordievsky, el propio Foot, hoy un anciano de pelo blanco, famoso por sus diatribas radicales y sus, indumentarias de joven rebelde, acusaba a Rupert Murdoch -dueño, entre otros muchos periódicos, de The Sunday Times- de haber iniciado una nueva caza de brujas al estilo de la dirigida en los años cincuenta por el senador Joseph McCarthy en Estados Unidos. Después de todo, el mismo Oleg Gordievsky había dado ya la campanada acusando hace apenas dos meses a un redactor del diario The Guardian, Richard Gott, de haber cobrado del K.GB. Gott tuvo que dimitir.

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