Tribuna:

¿Inercia o salto?

¿La alternancia es inherente a la democracia? Su posibilidad sí, porque ello revela un poder abierto; su efectividad no, porque depende del voto ciudadano y sus opciones no pueden ser predeterminadas, como si de los movimientos de un reloj de péndulo se tratase.Más aún, las grandes democracias europeas han mostrado una gran resistencia a la alternancia. Sin mencionar los casos de Italia o Suecia, donde el mismo partido o coalición ha gobernado cerca de medio siglo, las mayorías gobernantes han sido estables en Francia (1958-1981), en Alemania (demócrata-cristianos 1949-1966; socialistas 1969-1...

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¿La alternancia es inherente a la democracia? Su posibilidad sí, porque ello revela un poder abierto; su efectividad no, porque depende del voto ciudadano y sus opciones no pueden ser predeterminadas, como si de los movimientos de un reloj de péndulo se tratase.Más aún, las grandes democracias europeas han mostrado una gran resistencia a la alternancia. Sin mencionar los casos de Italia o Suecia, donde el mismo partido o coalición ha gobernado cerca de medio siglo, las mayorías gobernantes han sido estables en Francia (1958-1981), en Alemania (demócrata-cristianos 1949-1966; socialistas 1969-1982; democristianos con Kohl desde 1982) y últimamente en Gran Bretaña (desde 1979).

Ciertamente, el "cambio" como valor supremo y un tanto vacío se vendió astutamente y se compró incautamente en Francia en 1981 y en España en 1982. No falta quién ahora pretende hacer lo mismo, si bien el electorado, más ducho y escarmentado, confía menos en las innovaciones, afirmaciones y promesas genéricas... todas hueras.

Ciertamente que la continuidad de las mayorías y los

gobiernos puede convertirse en mera inercia y el aburrimiento en política puede provocar incluso depresión. Pero es claro que si malo es el aburrimiento, peor es el susto y la deseable alternativa a la inercia no es el salto mortal.

La continuidad podría y debiera aprovecharse en algo más que la contemplación de la indudable recuperación.

El defecto letal de la IV Legislatura francesa fue la inestabilidad gubernamental, sólo compensada por la continua eficacia de la Administración. Sería desdichado que en España la estabilidad del Gobierno presidiese la parálisis de algunos servicios públicos fundamentales, desde los transportes a la justicia. Y algo podría hacerse para poner coto a la mala gestión y la presión sindical en el primer caso y para poner al día una legislación vetusta en el segundo. La mano en el arado daría, que buena falta hace, renovada credibilidad a la hora de hablar de temas generales, algo imprescindible para sacar a la opinión del chismorreo de barrio en que aparece absorta.

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Y a su vez, la alternativa necesita encontrar la vía media entre el dramatismo de una innecesaria transición -¿a qué? ¿no está ya acaso hecha? La mejor gobernación no ha de suponer ruptura alguna- y la carencia de concretos programas de gestión que transcienden la mera crítica o el simple tópico.

El cambio es bueno si es a mejor y no será de manera alguna si no se sabe hacia dónde es o se intuyese que puede ser demasiado lejos. Así lo demostraron las elecciones inglesas de 1992 y las alemanas de este año, en las que una oposición que todos daban por victoriosa no mereció la confianza del electorado porque se ignoraba su alternativa -¿Cuáles eran, más allá de las fotografías las ideas del líder social-demócrata, alemán señor Scharpin?- o se temían sus intenciones -la ruptura que en tantos aspectos dejaban traslucir los laboristas-

Si la oposición no aclara cuál es su mensaje o lo configura como una mera contraposición al Gobierno o una tensión generalizada con-todas las otras instituciones y fuerzas políticas excepto Izquierda Unida, se arriesga a no merecer la confianza definitiva del electorado. Es claro que puede pretender, nada más, capitalizar la desconfianza que el Gobierno llegue a merecer e, incluso, las heterogéneas irritaciones de los descontentos de muy varia lección.

Para los ingenuos que creemos que la política es algo más que la toma y disfrute del poder, ese será un camino errado. Pero incluso los avispados que piensan lo contrario debieran darse cuenta de que la irritación de muchos, cuanto, mayor sea y eco se le preste, puede servir para asustar -y. no faltarían razones para ello- a muchos más.

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