Tribuna:

Cristales rotos

En su admirable biografía paralela de Hitler y Stalin, cita Allan Bullock un comentario de Goering tras la Kristallnacht del 9 de noviembre de 1938: "No me gustaría ser judío en Alemania". Durante la terrible noche de los cristales, las brigadas de asalto nazis asesinaron a cien personas, incendiaron 200 sinagogas y saquearon 7.500 tiendas de propiedad judía. Esa brutal acción, inspirada directamente por Goebbels, fue presentada como una represalia por el atentado contra el diplomático Von Rath en París; en, realidad, el propósito del despliegue terrorista era acelerar la ...

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En su admirable biografía paralela de Hitler y Stalin, cita Allan Bullock un comentario de Goering tras la Kristallnacht del 9 de noviembre de 1938: "No me gustaría ser judío en Alemania". Durante la terrible noche de los cristales, las brigadas de asalto nazis asesinaron a cien personas, incendiaron 200 sinagogas y saquearon 7.500 tiendas de propiedad judía. Esa brutal acción, inspirada directamente por Goebbels, fue presentada como una represalia por el atentado contra el diplomático Von Rath en París; en, realidad, el propósito del despliegue terrorista era acelerar la expropiación económica, la discriminación legal y, el exilio político de los judíos alemanes y austriacos.Cualquier analogía entre las sangrientas persecuciones del III Reich y los conflictos de nuestro sistema democrático sería una hipérbole retórica. Cabría, sin embargo, forzar la mano al rigor histórico para imaginar un paralelismo simbólico entre los cristales rotos alemanes de 1938 y los linchamientos morales de que están siendo víctimas en la España de 1994 quienes se atreven a discrepar de algunas intolerantes opiniones periodísticas con vocación monopolista, sean políticas, culturales o futbolísticas. El pasado domingo se lamentaba Manuel Vicent en EL PAÍS del mínimo eco alcanzado por el fallecimiento del historiador Luis Vázquez de Parga, en contraste con la "corrupción moral e intelectual" inherente a "la exaltación pública de personas de la cultura que desplazan mucho más de lo que pesan"; ese ambiente de "confusión y cobardía" queda reforzado por "el miedo a enfrentarse con figuras anquilosadas y podridas que tienen gran poder de represalia".

Pero seguramente el término comparativo más adecuado para describir nuestra realidad mediática no sea la barbarie nazi de la noche de los cristales rotos o el aceite de ricino de los fascistas italianos sino las prácticas gansteriles del Chicago de los años veinte. En España se siguen rompiendo los escaparates de las personas que no ceden al chantaje y se niegan a comprar protección a un grupo de matones que exigen aplauso adulatorio para sus obras y silencio cómplice para sus desmanes. Los miembros de esa sociedad mafiosa de bombos mutuos se ríen las gracias y se disculpan las fechorías; pero al igual que les sucede a las momias de las criptas, esas "figuras anquilosadas y podridas" se descomponen con el aire libre: de ahí que los matones se líen a mamporros contra los que se atreven a decir que los reyes de la baraja van desnudos.

Así, un mercenario que trata de hacer pasar por periodismo de investigación las intoxicaciones dictadas por sus financiadores y las confidencias extorsionadas a los compradores de protección embiste contra quienes muestran a la luz la superchería de sus reportajes fraudulentos. Un charlatán de feria que intenta vender su crecepelo político como si fuese la purga de Benito vacía sus letrinas sobre quien se limita a extractar los delirios bibliográficos de ese agresivo orate. Una reseña benévola pero no entusiasta del libro de Ansón sobre el conde de Barcelona le ha costado a Javier Tusell ser calificado como un pobrecito gacetillero por el autor del volumen recensionado; en ese misma obra, sin embargo, pueden leerse elogios tales como "Tusell en un párrafo magistral de su gran libro sobre Carrero" (p.231) o "Tusell lo subraya en un libro documentado, objetivo y excelente" (p. 248). También Santos Juliá, otro prestigioso historiador, ha pagado su factura de insultos personales por una ligera alusión crítica al Don Juan de Ansón; el matón en esta ocasión ha sido Federico Jiménez Losantos, colaborador de Abc, todavía indignado por que Santos Juliá descubriese hace algunos meses que su ensayo sobre Azaña hacía una libérrima utilización del Retrato de un desconocido de Rivas Cherif. Tenía seguramente razón Goering: no es cómodo ser judío en una sociedad donde los matones campan por sus respetos y los cobardes compran protección para conservar íntegros sus cristales.

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