Dos jóvenes hermanastros asesinan y entierran a dos mujeres que los habían acogido en su casa

MILAGROS PÉREZ OLIVA Encontraron los cuerpos medio enterrados en una hondonada del jardín. Eran las cuatro de la madrugada del lunes. Apenas una hora y media antes, la Guardia Civil de del Vallés, a 50 kilómetros de Barcelona, había recibido una llamada de María José Campos Beceiros: estaba extrañada porque su madre no contestaba al teléfono y le constaba que había ido a la urbanización con una amiga suya. "¿Pueden acercarse" suplicó, "temo que les haya ocurrido algo". Allí estaban, efectivamente, pero muertas. Eumelia Beceiro-Fernández, de 68 años, y su amiga María Antonia Sala Par, de 60, en...

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MILAGROS PÉREZ OLIVA Encontraron los cuerpos medio enterrados en una hondonada del jardín. Eran las cuatro de la madrugada del lunes. Apenas una hora y media antes, la Guardia Civil de del Vallés, a 50 kilómetros de Barcelona, había recibido una llamada de María José Campos Beceiros: estaba extrañada porque su madre no contestaba al teléfono y le constaba que había ido a la urbanización con una amiga suya. "¿Pueden acercarse" suplicó, "temo que les haya ocurrido algo". Allí estaban, efectivamente, pero muertas. Eumelia Beceiro-Fernández, de 68 años, y su amiga María Antonia Sala Par, de 60, encontraron la muerte a manos de dos jóvenes de 15 y 18 años que Eumelia Beceiro había acogido en su casa

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A los dos agentes les costó encontrar la casa, pero por fin dieron con ella en la urbanización Vallserena, de Sant Pere Vilamajor. Abrieron dos chavales, aparentemente tranquilos: David Rubio, de 18 años, y Jonathan P. de 15. "No están aquí", dijeron. Pero a los guardias no les gustó el aspecto del lugar. Demasiadas colillas y botellas vacías por el suelo. Mientras uno les interrogaba, el otro bajaba al jardín, un trozo de bosque de fuerte pendiente y lleno de recovecos.No tardó mucho en dar con dos montones de tierra recién removida, bajo unos pinos. Y allí estaban los cuerpos de las dos mujeres, apenas con un palmo de tierra encima. Unos metros más allá, un tronco de un metro de largo y 8 centímetros de diámetro, ominosamente manchado de sangre.

Los chicos mantenían el tipo, con cara de póker, mientras los agentes pedían ayuda a la central. Sin embargo pronto se derrumbaron. No resultó dificil obtener su confesión ni que proporcionaran incluso las pruebas del delito: una bolsa llena de ropas ensangrentadas que habían arrojado a un contenedor de basura. David ingresó ayer en la prisión, de Quatre Camins y Jonathan fue conducido a un centro de menores.

Triste móvil

En menos de una hora se había descubierto y resuelto el macabro doble crimen. Quedaba, sin embargo, un punto socuro: ¿qué móvil podía justificar semejante monstruosidad? El caso está bajo secreto de sumario, pero todo parece conducir a un triste móvil, que sólo adquiere algún sentido si se bucea en las causas que truncan, precozmente, las vidas de muchos adolescentes marginados.

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David Rubio había encontrado cobijo en casa de Eumelia Beceiros hacía dos meses. Lo había llevado su nieto Edgar, un chico también conflictivo, que vivía con ella desde que los padres se habían separado. No era la primera vez que Edgar traía a casa chicos fronterizos, de personalidad desestructurada. "Pero David parecía bastante tranquilo", dice Cristina, una de las chicas que el muchacho había frecuentado en la urbanización. Alto -1,75 metros- moreno y robusto, David sorteaba la vida con recursos más que precarios. Hijo de padre alcohólico, había sido detenido ya una vez, por prender fuego a un pajar.

Estaba con Edgar desde principios de verano en la casa de Vallserena. La abuela de Edgar, una profesora de francés jubilada que vivía en Barcelona, subía los fines de semana, limpiaba la casa y les preparaba comida para varios días. También Edgar andaba cerca de los lindes: "Había traído un cargamento de tripis", dice Cristina. "Pastillas, ácidos", aclara. "Pero lo que le quedaba se lo llevó a Torredembarra, porque no se fiaba de David", añade Rut. Hacía dos semanas que Edgar se había ido de vacaciones con su padre a Torreembarra y David se había quedado sólo en la casa. Pero Eumelia le había encomendado una tarea: limpiar el jardín. Le había dicho que le pagaría 40.000 pesetas.

El jardín seguía ayer tan abandonado como al principio del verano. David no había cortado ni una rama. El sábado, Eumelia Beceiros subió a la urbanización, con comida y, 40.000 pesetas para el chico. Su coche se había estropeado, según dijo a unos vecinos, de modo que la acompañó su amiga Maria Antonia Sala. Y se encontró la casa hecha un desastre y a David acompañado de otro chico, de aspecto poco tranquilizador. Era su hermanastro Jonathan, internado en un centro de Menores de la Generalitat, que estaba disfrutando de su primer permiso.

¿Qué ocurrió después? Sólo David y Jonathan lo saben. El domingo, David se paseaba por el bar de la ubanización con 40.000 pesetas en el bolsillo. "Las he sacado del banco", dijo a las chicas. Eumelia había sido vista por última vez la mañana del sábado por un vecino que le llevó unos recibos.

Tal vez Eumelia trató de echar a los chicos. O simplemente se negó a pagarles las 40.000 pesetas. "Debían estar completamente colocados, porque si no, no se explica algo tan monstruoso", dice Rut. En el pequeño porche de la casa quedaban ayer las huellas de una gran juerga: decenas de colillas, litronas vacías, el aparato de música, una enorme televisión. Y dos agujeros en el jardín.

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