Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA

Júpiter y los mosquitos

Hace veinte años que el hombre pisó la Luna; hoy la gente sigue yendo a Benidorm, lo cual demuestra el mayor desarrollo de la astronáutica que las vacaciones de agosto. Los científicos avizoradores del espacio acaban de retratar la Intifada en el cosmos con el apedreamiento del planeta Júpiter por no se sabe qué dioses honderos que lanzaron los enormes pedruscos hacia aquella diana. En el lenguaje común se ha ampliado, como insidioso concepto, la magnitud de los billones, cosa que no conocieron nuestros abuelos.Miles de billones de kilómetros, hasta la frontera de los agujeros negros; billones...

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Hace veinte años que el hombre pisó la Luna; hoy la gente sigue yendo a Benidorm, lo cual demuestra el mayor desarrollo de la astronáutica que las vacaciones de agosto. Los científicos avizoradores del espacio acaban de retratar la Intifada en el cosmos con el apedreamiento del planeta Júpiter por no se sabe qué dioses honderos que lanzaron los enormes pedruscos hacia aquella diana. En el lenguaje común se ha ampliado, como insidioso concepto, la magnitud de los billones, cosa que no conocieron nuestros abuelos.Miles de billones de kilómetros, hasta la frontera de los agujeros negros; billones de pesetas en dinero asimismo negro; millones de negros mueren a diario en Ruanda y cercanías. En el ordenador del Ministerio de Hacienda preparan una tecla nueva para que cuadre la cuenta billonaria de los presupuestos generales.

Nuestro Madrid de los cuatro millones y pico no se sabe si está medio vacío o medio llenó. Hubo jornadas de suspense en el ir y venir. Salieron casi deshidratados los que sudaron la gota gorda del julio más caluroso que recordamos y han sido reemplazados por una equivalente tropa de vecinos bronceados y rollizos, lo que da pie a la sospecha de que sobra bastante gente. Bares, restaurantes y farmacias observan, con rigor, la vacación estival, aunque apenas se atenúe la fiebre de los viernes y sábados noche.

Por las carreteras, en las fechas tope, han circulado cientos de miles de vehículos, sin contar las diagonales magrebíes, y nos dejan la estupefacta cuestión de cuál de los puntos cardinales resulta más conveniente: ¿Andorra o Fuengirola, La Coruña o Ibiza, El Alentejo o los Picos de Europa? Cielos distintos, manjares diferentes, vinos traslúcidos, calientes noches, días ventilados, salitre de la ola, frior del manantial, dispares destinos, donde van a parar los centrífugos madrileños.

Antes o después, nueve días o cinco semanas, todos precisan de una cuota de ausencia. Este año he observado que hay menos moscas y mosquitos en la ciudad. Presa golosa de estos tramposos insectos, me acecharon en el litoral ampurdanés para cubrir mis brazos , piernas, tobillos y lugares teóricamente protegidos, de ronchas y vejigas. Estos parásitos de compañía también veranean, por lo visto, y dirigen sus furores hemofílicos hacia personas tan desdichadas como yo, lo que aconsejaría una más específica información acerca de las zonas por ellos frecuentadas. Tenemos, sí, laboratorios espaciales, sondas en los olvidados universos; hemos vencido a la tuberculosis, casi acabamos con la sífilis, la lepra, y el cólera se despereza, despertado por la insania de nuestros congéneres, en general de epidermis prieta. Nos cayó encima el sida, cierto, y crece la esperanza de reducirlo. Pero la mosca, el mosquito prevalecen a través de los milenios.

"Ministral de las ronchas y picadas" llamaba Quevedo al pertinaz mosquito, la testuz como una criba "y desecha la cara a manotadas". Millones, billones en desvalijar el secreto de las galaxias, pero en este minúsculo habitáculo terrestre nos siguen mortificando cínifes, zancudos, avispas, pulgas caninas, presto el aguijón certero y ponzoñoso.

Conozco las aparatosas lámparas que atraen hacía su resplandor azulenco a estos diminutos agresores nocturnos y los electrocutan, pero echo de menos, en esta costosa civilización, que una pequeña parte de los innumerables impuestos sea dedicada al descubrimiento de un filtro sinceramente eficaz contra las abominables y tenaces bestezuelas. Al que se rasca exasperado los picores -entre ellos milito- le traen sin cuidado la colisión de cuerpos astrales con Júpiter. Lo que ocurra, lejos; lo más lejos posible de nuestra piel. Por lo menos, a un par de años luz, que creo que son unos 19 billones y pico de kilómetros, palmo más, palmo menos. Porque sospecho que lo que adquirimos para nuestra protección les gusta; más que a un chivo la leche, como decía un viejo amigo. No les repele.

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Eugenio Suárez es escritor.

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