Tribuna:

De las profecías a las conjeturas

Antes había profetas. El ejercicio de aquel don sobrenatural debía de ser tan eficaz como aburrido: carecía de riesgos. Ahora, para orientamos ante el futuro político inmediato, solemos utilizar la técnica de las encuestas, que predicen e influyen en lo predicho, o el menos ambicioso cálculo reflexivo consistente en formular juicios hipotéticos y condicionados de lo que sucederá partiendo de indicios actuales y de hechos ciertos condicionantes. El propósito es modesto y la forma suele ser interrogativa: ¿qué pasará si ... ? Nadie asegura nada, porque el riesgo de ridículo es grande, y muchos s...

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Antes había profetas. El ejercicio de aquel don sobrenatural debía de ser tan eficaz como aburrido: carecía de riesgos. Ahora, para orientamos ante el futuro político inmediato, solemos utilizar la técnica de las encuestas, que predicen e influyen en lo predicho, o el menos ambicioso cálculo reflexivo consistente en formular juicios hipotéticos y condicionados de lo que sucederá partiendo de indicios actuales y de hechos ciertos condicionantes. El propósito es modesto y la forma suele ser interrogativa: ¿qué pasará si ... ? Nadie asegura nada, porque el riesgo de ridículo es grande, y muchos se acercan a ese futuro imperfecto con ánimo no tanto de pronóstico, sino de simple comprensión anticipada, o con la tentación ilusoria de previvirlo, cuando por circunstancias personales no va a estar aquí durante las próximas semanas, como es mi caso.¿Qué le puede pasar al PP si no gana por mucho? Coincido con Santos Juliá en que ésta es una buena pregunta. En los recientes enfrentamientos parlamentarios, el Grupo Popular tuvo acorralado contra las cuerdas al Grupo Socialista, pero no supo o no pudo rematar la faena, noquear, marcar gol. En circunstancias tan graves para el país y tan adversas para el Gobierno y su partido, pero tan favorables para conseguir la derrota parlamentaria de los socialistas (nunca el PP volverá a jugar con tanto viento a su favor), el PP empleó una estrategia de acusaciones y gritos, pero no se atrevió a plantear una moción de censura porque, falto de votos complementarios, la tenía perdida. Incapaz hasta ahora de un derribo intraparlamentario, parece buscar un inmediato éxito electoral arrollador como palanca para lograr el adelantamiento de las elecciones generales, y en ellas la mayoría absoluta. Pero si no convierte en realidad el primero de estos eslabones toda la cadena quedará suspendida en el aire, con la inevitable y ya recurrente sensación de frustración.

El recuerdo de estas evidencias nos lleva a formular otra pregunta. ¿Qué resultados van a obtener CiU en Cataluña y el PNV en Euskadi? Si CiU perdiera votos de manera considerable en comparación con los obtenidos por esa coalición en las últimas elecciones y en otras contiendas más semejantes a la actual, la interpretación sería ésta: el electorado del catalanismo político moderado castiga a sus líderes por haber apoyado en Madrid al Gobierno sin obtener nada en favor de Cataluña. Así las, cosas, la tendencia a retirar ese apoyo sería imparable, con consecuencias inmediatas en orden al aislamiento parlamentario del Gobierno. El razonamiento conjetural puede aplicarse también al PNV, y, por otra parte, puede volverse del revés, en cuanto que si ambas formaciones nacionalistas no sienten castigo electoral alguno, podrían ver fortalecida su estrategia de compromiso calculado en Madrid, que haría viable en principio un apoyo parlamentario firme durante el resto de la legislatura, siempre y cuando los resultados del PSOE no fueran muy malos.

Pero el análisis coyuntural es insuficiente y debe serlo. Para el reforzamiento estable de esa triple alianza habría que aclarar antes dos problemas: el modelo definitivo del Estado de las autonomías y las profecías del PSOE, no sólo del Gobierno, en cuanto a política de acercamiento a otras formaciones.

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No es serio pensar en un tosco acuerdo mercantilista del tipo de do ut des entre los partidos nacionalistas y el PSOE como presupuesto de cualquier acuerdo estable. Ninguno de los tres políticos eventualmente protagonistas es un frívolo irresponsable y los tres son capaces de anteponer problemas y soluciones estructurales a conveniencias coyunturales. Pero ahí reside la dificultad, porque no es fácil, tampoco aquí, jugar a profetas y adivinar si los tres políticos, los tres partidos (o coalición en el caso catalán), coinciden en el diseño final del Estado de las autonomías, y más en concreto del papel que en él cumple a esas dos comunidades, cuya singularidad no puede ni debe negarse ni regatearse por nadie que sepa algo de historia, algo de derecho y, a ser posible, algo de historia del derecho.

Recibo estos días una carta extensa y jugosa -es decir, infrecuente- de un inteligente y viejo amigo, que es jurista, catalán y nacionalista sin cargo de responsabilidad política. Sin su permiso, pero con la garantía del anonimato, entresaco este párrafo: "Pero estoy seguro de que si los poderes centrales -o generales- [del Estado] no llegan a tener conciencia de que en Cataluña esto de la autonomía va realmente en serio; que el reconocimiento real del hecho autonómico también forma parte del interés general de España y que se ha de entender no como un mal inevitable, sino como una realidad que configura también el Estado, la integración del catalanismo político en los quehaceres comunes difícilmente podrá realizarse sin reservas, es decir, como debería ser: con cordialidad".

Mi amigo catalán escribe a título rigurosamente personal. En ese mismo terreno mi acuerdo con lo antes transcrito es completo y sin reservas: cordial. La dificultad podría consistir, cuando los interlocutores de un diálogo a tres fueran otros, en concretar esos principios. Quizá se ha avanzado tanto en la estructura compleja de este Estado por la vía de la homogeneización entre las comunidades autónomas, que ahora resulte difícil encontrar elementos diferenciales para al menos esas dos comunidades, cuya diversidad (hay que repetirlo sin que de tal evidencia emanen ofensas ni privilegios para nadie) debe hallar en el Estado un acomodo ni privilegiado ni inestable. Urgidos por conveniencias o exigencias inmediatas, hay que abordar problemas de muy profundo calado, y ése no es el clima más conveniente. Pero la realidad impone sus ritmos, y a los políticos (no a todos ellos, pero sí a los tres aludidos) se les supone y exige talento suficiente como para orientar los problemas hacia soluciones satisfactorias no sólo con mentalidad partidista, sino con sentido de Estado.

Pero podría ocurrir que dentro del PSOE hubiera una inclinación importante en favor de una nueva política de alianzas, mirando más a Izquierda Unida que a los partidos nacionalistas. También en este sentido los próximos resultados electorales pueden ser indicativos, aunque la tendencia discretamente perceptible hacia IU procede más bien de una reflexión interna y autocrítica dentro del PSOE, que, tomando pie en recientes errores y escándalos, parece auspiciar un paulatino giro hacia unos aliados naturales situados más a la izquierda del PSOE. Si esta hipótesis se afianzase en el partido hasta hacerse manifiesta en el Gobierno, todo el planteamiento estratégico podría cambiar, pero el analista no dotado de don profético debe poner aquí punto final a sus conjeturas.

Pedir que en plena campaña electoral, entre insultos, descalificaciones, atentados terroristas y simplificaciones mitineras haya sosiego para pensar sobre estas cosas puede parecer una quimera. Creo, sin embargo, que en los partidos y entre los políticos hay cabezas pensantes que no se aturden por los gritos propios y ajenos. En ellos confiamos los ciudadanos: en su talento político y en su capacidad de distinguir entre lo inmediato y lo profundo para, sin contraponer ambos planos, hacerlos compatibles, encajarlos de manera racional y estable.

es ex presidente del Tribunal Constitucional y catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid.

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