Tribuna:

Azaña, en la derecha

José María Aznar es el primer político relevante de la derecha española que reivindica públicamente la herencia o, al menos, cierta herencia, de Azaña. Podría no haberlo hecho; podría simplemente haber pasado por alto su lectura, no entretenerse en sus discursos. Nadie se lo hubiera reprochado, porque nadie lo hubiera echado de menos. Que Aznar lea a Manuel Azaña no era necesario ni obvio. Necesita, pues, alguna explicación.Y lo primero que se me ocurre es que Aznar sigue, también en sus lecturas, la senda de González cuando, en la campaña de 1982, se dejó ver de manera ostensible con las obra...

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José María Aznar es el primer político relevante de la derecha española que reivindica públicamente la herencia o, al menos, cierta herencia, de Azaña. Podría no haberlo hecho; podría simplemente haber pasado por alto su lectura, no entretenerse en sus discursos. Nadie se lo hubiera reprochado, porque nadie lo hubiera echado de menos. Que Aznar lea a Manuel Azaña no era necesario ni obvio. Necesita, pues, alguna explicación.Y lo primero que se me ocurre es que Aznar sigue, también en sus lecturas, la senda de González cuando, en la campaña de 1982, se dejó ver de manera ostensible con las obras de Azaña en las manos. Un político perdedor, como Azaña, ha resurgido por dos veces, cuatro y cinco décadas después de su muerte, como compañero de dos políticos en trance de triunfo electoral. Una ley parece cumplirse en nuestra vida política: los líderes de los partidos -no importa si de izquierda o de derecha que se presentan como futuros vencedores, tienen algún interés en aparecer públicamente como lectores de Azaña y herederos de su mensaje.

No es que tengan algún interés; es que tienen idéntico interés. En 1982 González y en, 1994 Aznar leen a Azaña porque quieren decir al público, a cierto público, que sus respectivos partidos no son tan de izquierda ni tan de derecha como podría pensarse por su historia anterior. Azaña, por decirlo con el lenguaje de los políticos, centra la imagen. En 1982- González leyendo a Azaña pretendía transmitir la idea de que su partido recogía toda la tradición progresista, aunque no fuera socialista y, mejor aún, porque no era socialista; en 1994, José María Aznar hablando de Azaña quiere transmitir la idea de que su partido recoge toda la tradición liberal, aunque esa tradición no sea de derechas y, todavía más, si ha sido combatida y vilipendiada en el pasado por la derecha.

Pues lo que le falta a Aznar para alcanzar el triunfo es la misma franja del electorado que le faltaba hace años a González para completar el suyo. Entonces, en 1982, todo concurría al triunfo socialista: UCD hundida, la derecha por los suelos, el partido comunista dividido. Faltaba únicamente que tres millones de votantes que se definían por su posición de centro más que por una fidelidad partidaria perdieran sus últimas reticencias para votar socialista. Hoy las cosas que se presentan para la derecha como los añorados amaneceres radiantes se anunciaban antes para la izquierda: los comunistas no son enemigos, los socialistas están rotos y el centro sigue sin levantar cabeza. Lo único que les falta es convencer a esos tres millones de electores de que su partido no viene del franquismo vía Fraga, sino de la gran tradición regeneracionista.

Y en ese punto es don de han topado con Manuel Azaña, con ese Manuel Azaña que dijo a un Giménez Fernández aturullado y nervioso por el triunfo del Frente popular, pero que era un cristiano demócrata y liberal, una rara ave en aquella CEDA de entonces: "Tienen ustedes que convencerse de que la derecha de la República soy yo y ustedes unos aprendices extraviados". Si Aznar puede convencer a esa franja del electorado de que ha, comprendido lo que Azaña quiso decir a Giménez Fernández, y en el intento no se enajena la adhesión de sus incondicionales de siempre, es que la derecha ha recorrido un largo camino y que una parte sustancial de esos tres millones de votos -con uno y mitad ya se conformaría- está madura para caer en su saco.

Lo cual a lo mejor arranca una irónica y suave sonrisa de ultratumba a aquel viejo señor republicano a quien la derecha española siempre tuvo, por decirlo con las palabras de un joven y aguerrido dirigente católico de aquellos años, como castigo y providencia de Dios Nuestro Señor.

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