El doble exilio de unos refugiados

18 ex prisioneros prefieren volver a Bosnia que sufrir en Madrid

Ibrahim y Dzemal son dos de los 18 refugiados bosnios que viven asilados en una residencia sindical de Madrid. La ciudad se les cae encima. Sólo ven coches bonitos que no pueden conducir, restaurantes que no pueden probar, teléfonos que no pueden usar, actividades que les están vedadas. Las calles del barrio popular de Cuatro Caminos donde residen son una prolongación del túnel donde estuvieron hacinados más de 85 días -bebiendo, en ocasiones como único líquido su propia orina-, bajo la vigilancia del Ejército croata, al que ellos mismos habían servido voluntariamente.Siete meses después de se...

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Ibrahim y Dzemal son dos de los 18 refugiados bosnios que viven asilados en una residencia sindical de Madrid. La ciudad se les cae encima. Sólo ven coches bonitos que no pueden conducir, restaurantes que no pueden probar, teléfonos que no pueden usar, actividades que les están vedadas. Las calles del barrio popular de Cuatro Caminos donde residen son una prolongación del túnel donde estuvieron hacinados más de 85 días -bebiendo, en ocasiones como único líquido su propia orina-, bajo la vigilancia del Ejército croata, al que ellos mismos habían servido voluntariamente.Siete meses después de ser liberados, los 18 refugiados mantienen la sensación de continuar prisioneros. Su vida no les pertenece. El clima de España y su proximidad con la ex Yugoslavia decidieron la elección de este país como lugar de acogida a su exilio. Llegaron el 24 de febrero, pero ya no pueden aguantar más: "No tenemos las más mínimas condiciones de vida de un hombre normal; son inaceptables para nosotros. La ayuda que podríamos recibir no cubre las necesidades de nuestra existencia, y mucho menos, la opción de traer a nuestras familias. Por ello hemos tomado la decisión de no quedarnos en España, y pedimos que nos devuelvan a donde estábamos o algún tercer país europeo donde nuestras condiciones serían más dignas, las mismas que nos fueron prometidas al salir del campo de concentración".

La carta que recoge esta petición de los 18 ex prisioneros ha sido dirigida a varios ministerios y distintas organizaciones que prestan ayuda a refugiados. Fue cursada el 13 de abril. No ha recibido otra respuesta que la del acuse de recibo.

Ibrahini y Dzemal dicen que les prometieron trabajo, clases de español, ayuda económica, escuelas para sus hijos, vivienda y reunificación familiar. Están decepcionados. No tienen trabajo. Con las 4.800 pesetas mensuales de ayuda económica sólo les llega para tomar su medicina, el tabaco. No tienen para maquinillas de afeitar ni champú. Les faltan hasta los dientes Ibrahim y Dzemal se quejan de recibir mucho menos dinero que el que les entregan a amigos suyos refugiados en países nórdicos.

Nadie les ha explicado cómo es la gran ciudad, cómo pueden desenvolverse y recorrerla. No reciben ayuda psicológica ni asistencia para entenderse fuera de su restringido círculo. No logran entablar contacto con su familia en Mostar. No tienen medios para llamar por teléfono. Una muralla invisible se levanta entre el grupo y el mundo que les rodea. No les es hostil; simplemente, les es ajeno, su libertad de decisión está enajenada por la guerra y su condición de refugiados.

La recepción de refugiados ha pillado "descolocados" a los organismos que velan por su estancia. No hay en España cultura de acogida a exiliados en situaciones como las que padece un ex prisionero de guerra torturado. Así lo reconoce Gloria Bodelón, subdirectora de asilo y refugio de Interior. "No es fácil su atención por los problemas psicológicos que padecen y la barrera del idioma".

Bodelón admite que las 4.800 pesetas son ridículas como dinero de bolsillo para una ciudad como Madrid, pero no cree procedente recurrir a la opinión pública para quejarse. ¿"Cuántos españoles parados se nos echarían encima?", dice. "Se les da lo que tenemos con los presupuestos que tenemos".

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