Tribuna:

Entonces

¿Recordáis lo que se decía entonces? Yo lo escuché muchas noches en los salones. Era a principios del año noventa de nuestra era, y en torno al caso Juan Guerra se desvelaban las primeras tramas de una corrupción ligada al partido en el poder. En el escenario iban apareciendo personajes más bien pequeños, alcaldes de pueblo, funcionarios de rango menor, algún director general de ocupación inexorablemente remota. Entonces, en los salones de pedigrí conspicuo, súbitamente teñidos de voluntad y estética socialista, se declamaba una suave cantinela: "Pobre gente, ya los veis. Nunca h...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

¿Recordáis lo que se decía entonces? Yo lo escuché muchas noches en los salones. Era a principios del año noventa de nuestra era, y en torno al caso Juan Guerra se desvelaban las primeras tramas de una corrupción ligada al partido en el poder. En el escenario iban apareciendo personajes más bien pequeños, alcaldes de pueblo, funcionarios de rango menor, algún director general de ocupación inexorablemente remota. Entonces, en los salones de pedigrí conspicuo, súbitamente teñidos de voluntad y estética socialista, se declamaba una suave cantinela: "Pobre gente, ya los veis. Nunca habían sido nada en la vida y de pronto se vieron colgados al poder. No me extraña lo que sucede: el dinero y el poder necesitan de una cierta práctica. El advenedizo es un advenedizo siempre. Les vino grande tener firma y ahora están pringados, totalmente pringados".Ese discurso se mezcló luego con una relativa componente ideológica que se dio en llamar guerrismo. Desde los salones, el guerrismo no era más que la suerte incierta de los pobretones, una retórica de antiguo izquierdismo, muy inflamada, que intentaba ocultar lo inocultable: la caspa originaria, la mona vestida de seda. Y el producto de todo ello se hizo bien visible: pronto el campo quedó sembrado de algunos cadáveres políticos o de hombres para siempre maculados y renqueantes.

Reflejado en las fotos de Mariano Rubio, en el centro de su impenetrable, acosado silencio de estos últimos días, yo revivo aquellas noches de verbena en que, morenos, bien planchados, erguidos y seguros de sí, los barones se encogían de hombros ante las primeras noticias corruptas, respiraban satisfechos ante el magnífico aspecto que ofrecía el jardín iluminado y aseguraban, rítmicamente prendidos al tintineo de los hielos, que era preciso y muy urgente acabar con todo eso.

Archivado En