Entrevista:

"Aún nos queda mucho por ver en televisión"

En este mundo hay pocos espacios tan imprevisibles como el rectángulo que forma una pantalla de televisión. Un lugar en el que puede pasar cualquier cosa. Desde 1989, el catedrático de Información Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona Emilio Prado y un equipo de colaboradores han instalado un observatorio televisivo a través del que siguen 27 cadenas europeas de cinco países (Italia, España, Alemania, Francia y Reino Unido). Sus conclusiones sobre la televisión española tienen algo de pesimismo ("todavía no hemos llegado a lo peor, nos queda mucho por ver") y algo de optimism...

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En este mundo hay pocos espacios tan imprevisibles como el rectángulo que forma una pantalla de televisión. Un lugar en el que puede pasar cualquier cosa. Desde 1989, el catedrático de Información Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona Emilio Prado y un equipo de colaboradores han instalado un observatorio televisivo a través del que siguen 27 cadenas europeas de cinco países (Italia, España, Alemania, Francia y Reino Unido). Sus conclusiones sobre la televisión española tienen algo de pesimismo ("todavía no hemos llegado a lo peor, nos queda mucho por ver") y algo de optimismo ("la actual situación tiene un límite"). Pregunta. ¿Cuál es el grado de telebasura en España en comparación con otros países europeos?

Respuesta. Nosotros utilizamos un concepto que llamamos infoshow, que es un género resultante de la fusión de las fórmulas tradicionales de información con las nuevas formas de tratamiento de la información que incorporan elementos de la ficción. El país pionero en este género en Europa ha sido Italia, pero en 1993 se ha producido un primer retroceso de programas de este tipo en el conjunto de las televisiones italianas, aunque bien es cierto que se debe a que la propia realidad ha superado a la ficción. Ha triunfado la realidad espectacular frente a la realidad como espectáculo. Eso podía ser puramente estacional, aunque creo que hay una tendencia al retroceso por la propia saturación de la oferta. No obstante, todavía vamos a ver muchas cosas más. Estamos en un momento en el que no se han explotado todavía todas las posibilidades. Hay países en el mundo en los que se emiten programas que hoy aquí parecen inimaginables.

P. ¿Qué tipo de programas?

R. Por ejemplo, un elemento que todavía es tendencial es lo que hemos empezado a denominar telehumillación, que consiste en no limitarse a desnudar las emociones de los protagonistas, sino someterlos a diferentes grados de humillación pública. Hay ya elementos de esto no sólo en La máquina de la verdad, también en los concursos en los que se somete a pruebas increíbles a la gente, en los programas en los que el nivel de profundización en los elementos más íntimos entra en la humillación psicológica. Todavía vamos a ver cosas de ésas, problemas convertidos en puro espectáculo diario. Y, por supuesto, retransmisiones en directo de todo tipo de escatologías, morales y físicas. Todavía hay un camino por recorrer en ese crescendo, sea por intensidad en la oferta, por cantidad, sea por traspasar cada vez más la barrera de lo ético. El problema está en saber qué está sucediendo en la psicología colectiva para que un ciudadano necesite desnudarse públicamente.

P. ¿De quién es la culpa: de los que ven ese tipo de programas o de los que los emiten?

R. Creo que hay una interrelación entre televisión y sociedad. No se puede decir que la televisión no tiene nada que ver en eso, como no se puede decir que la televisión no influya en eso. Yo creo que efectivamente tienen una parte de razón los que dicen que la culpa es de los que no apagan la tele, pero el mismo concepto de espacio público y de bien público deslegitima la opción individual, porque es un bien público al cual yo tengo derecho a tener acceso, y no basta con que me sustraiga del consumo, porque su efecto está por su propia presencia. También puedo no coger un autobús, pero yo reclamo la existencia de autobuses, porque, si no, no podría ejercer mi libertad de utilizar transporte público cuando me plazca.

P. Según los estudios de su observatorio, España es el país de Europa con menos informativos. ¿Por qué?

R. Yo creo que la situación va a mejorar, pero todavía faltan muchos elementos de autorregulación en el mercado; cuando se pase esta locura, que ha llevado a la degradación del mercado publicitario hasta puntos que hacen difícil la supervivencia de la propia televisión privada, si hay unas mínimas normas en cuanto a la cantidad de anuncios, a su ubicación. En toda Europa hemos detectado que los informativos han pasado a ser uno de los elementos sustanciales para la fijación de imagen de las cadenas. Incluso aquellas televisiones privadas que habían optado por no invertir en información han tenido que recalar en los informativos como elementos constitutivos y, por tanto, las privadas han experimentado un crecimiento en la inversión en información. Ciertamente, todavía el género privilegiado para hacer este tipo de fijación de imagen es el telediario. El paso siguiente será configurar la imagen de la cadena a partir de informativos que sean periodismo de investigación, el gran reportaje, programas de debate con formatos nuevos. Un elemento que demuestra la importancia de esto es el caso de Antena 3: cuando cambia de propiedad y de imagen, todos diríamos que hace más informativos ahora que antes, y no es cierto, cuantitativamente no es cierto.Información independiente

P. ¿Cuál cree usted que es el grado de independencia de los informativos de las cadenas públicas españolas con respecto a otros países de nuestro entorno?

R. Hace unos años hicimos unos análisis comparativos de telediarios en varias cadenas europeas. Los espacios en los que se trataban temas gubernamentales o políticos eran similares. Las fuentes de las que se nutren son bastante similares en el conjunto de Europa. La teoría de la mano negra, de la influencia directa, se ha difuminado mucho. Eso viene consolidado en función de la realidad informativa. En cada momento hay perspectivas, querencias e influencias puntuales, pero no con mecanismos muy diferentes de lo que ocurre en otros países y, desde luego, en la misma medida en que se produce en las cadenas privadas, por intereses económicos, por intereses políticos, por tendencia en la propia Ideología que inspira. No es, ni de lejos, una peculiaridad española.

P. La contraprogramación es otro de los grandes problemas que sufren casi todas las cadenas en España. ¿Cuándo van a saber los espectadores con seguridad lo que van a poner en televisión?

R. La desprogramación tiene los días contados. Es imposible seguir con este ritmo, porque si no las televisiones dejarán de tener viabilidad como industria. La tendencia evolutiva de la televisión hará que la gente se autoprograme su propia selección; habrá audiencias de programas, y no de cadenas, y con mayor razón hay que cumplir con el contrato, porque la parrilla, en realidad, es un contrato. En términos de consumo equivaldría a que una línea de autobús no pase por donde no tiene que pasar. Estamos llegando a las últimas consecuencias de este fenómeno, y si persiste una lógica económica, los propios industriales son los primeros interesados en evitar la locura, que tiene otras consecuencias, como que se han encarecido los productos por culpa de eso. En los mercados internacionales se frotan las manos cuando ven llegar a los compradores españoles.

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