Tribuna:

Las mafias rusas

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Aparte de la crisis económica y el desastre social, la criminalidad constituye el principal desvelo de Borís Yeltsin. Aludió a ella en su mensaje ante el Parlamento. El sindicato del crimen, declaré, "ha consolidado sus posiciones" y ha extendido sus actividades al "extranjero próximo" e incluso al "extranjero lejano". No es ningún descubrimiento: las mafias rusas son muy conocidas en los países bálticos, donde controlan gran parte de la economía; en Polonia, han impuesto su red de prostitución en Varsovia y en Cracovia; en Berlín y en Hamburgo, los ajustes de...

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Aparte de la crisis económica y el desastre social, la criminalidad constituye el principal desvelo de Borís Yeltsin. Aludió a ella en su mensaje ante el Parlamento. El sindicato del crimen, declaré, "ha consolidado sus posiciones" y ha extendido sus actividades al "extranjero próximo" e incluso al "extranjero lejano". No es ningún descubrimiento: las mafias rusas son muy conocidas en los países bálticos, donde controlan gran parte de la economía; en Polonia, han impuesto su red de prostitución en Varsovia y en Cracovia; en Berlín y en Hamburgo, los ajustes de cuentas entre rusos ya han ocasionado sus buenos 10 muertos. En Occidente, dondequiera que se instalan los nuevos ricos rusos, sus compatriotas chantajistas no tardan en manifestarse. En la apacible Suiza acaban de detener a unos cuantos, y no es más que el principio.Yeltsin ha criticado duramente a las fuerzas del orden por su deficiente preparación y por su ineficacia en la lucha contra el crimen organizado. Es cierto que en la inmensa Rusia hay al menos 260 mafias diferentes, a veces aliadas, a menudo rivales, pero siempre unidas para oponer resistencia a las fuerzas del orden. La policía conoce a los cabecillas mafiosos, pero no consigue reunir pruebas ni encontrar a los testigos indispensables para traducirlas en justicia. De ahí el proyecto de un nuevo Código Penal, más severo con los autores de delitos de sangre, propuesto por Borís Yeltsin en su discurso ante los diputados.

Su indignación es legítima: de 1991 a 1993, en el lapso de los años, el número de asesinatos cometidos en Rusia prácticamente se ha duplicado, pasando de 16.000 a casi 30.000. "Ahora hay más posibilidades de que se lo carguen a uno en la calle en Moscú o en San Petersburgo que en Chicago, Washington o Nueva York", observa un editorialista de Izvestia.

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En efecto, 1.404 personas han sido asesinadas en 1993 en Moscú. Las estadísticas rusas sobre los demás crímenes son menos precisas, pero es del dominio público que no puede transportarse ninguna mercancía de valor sin una sólida escolta y que, incluso en ese caso, el sindicato del crimen, informado de todo, logra a menudo asaltar el convoy. La compañía de ferrocarriles ha hecho pública la cuantía total de los robos perpetrados en 1993, que asciende a 1,3 billones de rubios. La situación no es mucho mejor en las carreteras. Así, en el sur, en la carretera que enlaza Buinaks con Levachi, los bandidos, para apoderarse de 600 millones de rublos, mataron a las cuatro personas que los transportaban. Pero lo mismo ha sucedido en Moscú y en pleno día, si bien es verdad que fue por un botín de 300 millones de dólares. En Brest-Litovsk, en la frontera entre Polonia y Rusia, aconsejan a los automovilistas que viajen en grupo y que atraviesen a toda velocidad las zonas forestales. Es comprensible que una economía moderna no pueda funcionar cuando las vías de comunicaciones están acechadas por bandidos armados.

No obstante, los tribunales rusos no son nada negligentes; en 1992, condenaron a pena de muerte a 157 personas acusadas de asesinato, y 103 fueron ejecutadas. El efecto disuasorio de estos veredictos ejemplares ha sido nulo. El número de asesinatos volvió a dispararse en 1993 y los tribunales han decretado otras 550 condenas de muerte, lo que sin duda constituye un récord en Rusia después de la guerra. Así que cuesta creer que un Código Penal más severo pueda acabar con una criminalidad que tiene sus raíces en "la guerra por la propiedad" que se libra actualmente. A este respecto, incluso Izvestia, diario partidario de la privatización, denuncia a menudo la manera escandalosa en que ésta se lleva a cabo. "La verdadera batalla por el poder no se libra en Moscú entre el presidente y el Parlamento, sino entre bastidores de las subastas donde se venden los bienes nacionales", observaba hace poco. A raíz del desmantelamiento de la URSS, sólo en el transcurso de 1992, 92.000 profesionales del Ministerio del Interior dimitieron o fueron destituidos. Se calcula que una sexta parte de ellos se puso al servicio del sector privado, que se ha desarrollado a la ligera, sin reglas ni trabas para el enriquecimiento ilícito. Los expertos procedentes de la policía aportaron a estos pioneros de la libre empresa, hasta cuando eran de origen dudoso, su know-how, sus expedientes y su red de informadores. "Hemos confiado a las cabras el cometido de cuidar de nuestras huertas", dice un prestigioso jurista de Moscú.

Las consecuencias están ahí. En San Petersburgo, la ciudad más avanzada en cuanto a privatizaciones, todas las ventas en subasta de tiendas, restaurantes o empresas han sido amañadas de antemano como en un buen espectáculo. Gracias a lo cual uno de los mejores restaurantes, Olen, fue adjudicado en 1992 por un millón de rublos: lo que cuesta un apartamento de una habitación en la ciudad. Por supuesto, todo el que se beneficia de una adjudicación así concertada paga una buena comisión a los que la han orquestado y, como el resto de los comerciantes, sigue abonándoles un impuesto mensual por valor de entre un 10% y un 20% de su volumen de negocios. En efecto, el chantaje se ha hecho omnipresente en Rusia y pocos se niegan a pagar. Para recaudar su impuesto, el sindicato del crimen de San Petersburgo emplea al menos a 10.000 hombres. Para hacer honor a la antigua rivalidad entre ambas metrópolis, Moscú lo hace todavía mejor.

Habría sido milagroso que este ejército de jóvenes matones se conformara con cumplir su misión de chantaje sin intentar redondear el fin de mes por su cuenta y riesgo. Así que las calles se han vuelto muy peligrosas para todos. En un semanario de gran difusión, Argumenty i Fakty, un alto responsable del Ministerio del Interior, Yuri Rechetnik, exhorta a la población a no facilitar la labor a los bandidos y propone medidas de cautela "absolutamente necesarias": a) no salgan nunca sin escolta si llevan encima una suma de dinero importante -presten especial atención a la salida de un banco, porque los criminales son informados al instante de la cantidad en rublos o en dólares que ha cobrado-; b) prohiban que sus esposas, hijas o amantes lleven joyas por la ciudad, y háganles comprender que unas pieles que valen hoy día medio millón de rublos atraen inmediatamente a los degolladores; c) no guarden dinero en casa, y si no pueden evitar hacerlo, blinden su apartamento y digan a sus allegados que no abran la puerta a nadie, ni siquiera a los que digan pertenecer a la policía o a algún organismo oficial.

El alto responsable aconseja además no subir jamás en el coche a un desconocido, ni aunque sea una mujer guapa que le pida que la deje en tal o cual dirección ("al llegar allí, dos hombres fornidos le despojarán de todo y se quedarán con su coche"). Hay que renunciar asi-

Las mafias rusas

Viene de la página anteriormismo al viejo sistema de venta mediante anuncios por palabras, muy arraigado en las costumbres de los rusos, porque a partir de ahora lo más probable es que el comprador que se presente esté armado y decidido a llevárselo todo -apartamento, coche, vídeo- y no pagar nada. ¿Pero cómo pueden robarle a uno su apartamento? Bueno, pues existe más de una banda especializada en este campo. En Cheliabinsk, capital de los Urales del Sur, obligaron prácticamente a todas las personas ancianas y solitarias a ceder sus viviendas bajo amenaza, y las vendieron después por "sumas muy elevadas". Pilar Bonet señala en EL PAÍS del 11 de marzo que en Moscú 3.000 inquilinos de apartamentos privatizados han desaparecido sin dejar huella. Encontraron a 11, asesinados. Algunas profesiones son más peligrosas que otras. Por ejemplo, en 1993 mataron en Rusia a 120 banqueros, una media de dos por semana. Y otros cuantos fueron víctimas de atentados o de graves abusos. Y es que los banqueros saben demasiado sobre el origen de esos capitales que surgen de la nada y sobre ciertos trámites de blanqueo de dinero sucio. Son testigos potencialmente peligrosos y, además, se hacen la competencia entre ellos.

Aunque, en los tiempos que corren, un asesino a sueldo se conforma con unos cuantos miles de dólares y desaparece. Como el espacio jurídico de la antigua Unión Soviética se ha dividido, es prácticamente inútil enviar un aviso de búsqueda a una república vecina. "Tampoco se envían a regiones remotas de Rusia", precisa el ministro del Interior. La clasificación de los homicidios establecida por su ministerio es instructiva: el 50% ha sido perpetrado por motivos relacionados con el enriquecimiento"; el 40% por razones llamadas de bytovyié (relacionadas con la vida cotidiana). La violencia en la vida cotidiana, debida al alcoholismo, no es una novedad en Rusia. Pero ha adquirido dimensiones sin precedentes debido al agravamiento de la situación social. Lo que pasa en Rusia pone de manifiesto la terrible degradación moral de toda una sociedad. VIadímir Zhirinovski propone un remedio radical: introducir el Ejército en todas partes con orden de disparar a los maleantes. En el Kremlin, los halcones piensan que tal vez sea posible dar una forma civilizada a esta idea descabellada: decretar el estado de emergencia en ciertas regiones, lo que de paso permitiría prohibir las huelgas. Pero las mafias serían las primeras que saldrían ganando con este desplazamiento de la lucha contra el crimen al terreno de la represión social.

K. S. Karol es periodista francés especializado en cuestiones del Este.

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