Editorial:

Una burda farsa

DE LAS elecciones celebradas en Guinea Ecuatorial se tienen pocas noticias fidedignas porque el presidente Obiang ha cerrado el país a cal y canto, por temor, sin duda, a contagiarse de perniciosos aires de libertad o a que pueda enterarse alguien de las tropelías cometidas. En todo caso, fuentes diplomáticas en Malabo han estimado la abstención en un 80%. Frente a ello, el Gobierno expresó su satisfacción por el triunfo electoral (el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial, liderado por Obiang, habría obtenido 52 de los 80 escaños en liza). Indigna que el proceso de apertura democráti...

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DE LAS elecciones celebradas en Guinea Ecuatorial se tienen pocas noticias fidedignas porque el presidente Obiang ha cerrado el país a cal y canto, por temor, sin duda, a contagiarse de perniciosos aires de libertad o a que pueda enterarse alguien de las tropelías cometidas. En todo caso, fuentes diplomáticas en Malabo han estimado la abstención en un 80%. Frente a ello, el Gobierno expresó su satisfacción por el triunfo electoral (el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial, liderado por Obiang, habría obtenido 52 de los 80 escaños en liza). Indigna que el proceso de apertura democrática iniciado de mala gana por Obiang gracias a las presiones sobre todo españolas y, en menor medida, norteamericanas se empantane en la farsa electoral del domingo pasado.Falta de garantías, voto repetido, abstención mayoritaria, no participación en los comicios de 10 de los 14 partidos de la oposición, engaños en el censo e intimidación y violencia de los ciudadanos nacionales y extranjeros por la mal llamada guardia de seguridad. Tal es el ambiente en el que se ha producido la elección del domingo. Una burda farsa utilizada por Obiang, igual que hicieron otros dictadores sanguinarios en el pasado, para afianzarse en el poder.

La menor de las preocupaciones del presidente de Guinea Ecuatorial es el porvenir y bienestar de su pueblo. Sólo le interesa su propio futuro, cuya consolidación exige una constante multiplicación de la violencia y de la rapiña. Aprovecha para ello lo que él intuye que es la complicidad y el juego de intereses de otras potencias que supuestamente pretenden atraérselo para poder participar en la bonanza futura de la explotación del petróleo. Cree que puede jugar con varios platos de una balanza. Es importante que se. quede sin balanza con la que jugar.

La historia de las relaciones hispano-ecuatoguineanas está plagada de episodios desafortunados (entre los que brillan con luz propia la decisión de permitir el acceso de Macías Nguema a la jefatura del nuevo Estado independiente y la de facilitar a Obiang el golpe de Estado que a su vez le encaramó al poder). Ahora se diría que Obiang quiere forzar una ruptura de relaciones con Madrid, seguramente porque cree haber encontrado otros mentores más acomodaticios. Lo importante es no facilitarle el resquicio que busca.

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En efecto, se ha hecho imperativa una coordinación de los esfuerzos políticos y económicos de España y Francia en relación con Guinea Ecuatorial. Además es esencial que tal cooperación se refleje en los niveles locales de actuación. No es posible que un entendimiento entre Madrid y París sea mal servido a nivel local en Guinea por unos funcionarios que no interpretan hechos y necesidades de la misma manera o que no atienden a un mismo rango de prioridades. Sólo así se convencerá el presidente Obiang de que no tiene más margen de maniobra que el respeto de los compromisos de democratización que ha suscrito con Felipe González una y otra vez.

Mientras tanto, el Gobierno español, rechazando las provocaciones continuas, no debe romper las relaciones con Malabo. Puede, y probablemente debe, congelarlas, condenando así al régimen de Obiang a convertirse de manera aún más evidente en el paria de la comunidad internacional. Pero hay una cosa que no debe hacer: no sería justo que suprimiera las ayudas humanitaria, de infraestructura, educativa y sanitaria, que, prestadas independientemente del control gubernamental de Malabo, son hoy por hoy la única esperanza de un pueblo desesperanzado al que sería un crimen abandonar a su suerte.

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