Editorial:

Muertes jóvenes

LA MUERTE de 15 jóvenes en una sola noche -la del pasado sábado, 6 de noviembre, al domingo- y en tres accidentes de tráfico distintos sitúa de nuevo el problema de los excesos vitales, tan característicos, por otra parte, del propio concepto de juventud. Desde Rebelde sin causa, uno de los distintivos iconográficos de las juventudes de los países desarrollados está indisolublemente unido a los vehículos mecánicos: motos, coches, carreras, todo remite a un periodo vital en el que el denominador común es vivir el presente con intensidad.Los tres accidentes citados ocurrieron entre...

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LA MUERTE de 15 jóvenes en una sola noche -la del pasado sábado, 6 de noviembre, al domingo- y en tres accidentes de tráfico distintos sitúa de nuevo el problema de los excesos vitales, tan característicos, por otra parte, del propio concepto de juventud. Desde Rebelde sin causa, uno de los distintivos iconográficos de las juventudes de los países desarrollados está indisolublemente unido a los vehículos mecánicos: motos, coches, carreras, todo remite a un periodo vital en el que el denominador común es vivir el presente con intensidad.Los tres accidentes citados ocurrieron entre las cuatro de la madrugada y las nueve horas de esa larga noche de fin de semana. Los fallecidos tenían edades comprendidas entre los 17 y los 26 años y habían pasado parte de la noche en diversas discotecas. Existe otro dato común revelador: los tres coches eran potentes, marcas en las que la velocidad es parte importante de su publicitaria imagen.

Naturalmente, el escenario está servido: coches, noches de fiesta, carreteras, accidentes y muertes. Sin embargo, las estadísticas sitúan el problema en una dimensión menos épica o demagógica: en el mismo fin de semana del pasado año ocurrieron 46 muertes por accidente de tráfico, dos más que en 1993. Si a ello se añade el que la cifra de muertos en los 10 primeros meses del año (de enero a octubre) fue de 4.253 en 1992 frente a las 4.023 de 1993, se comprueba que la curva de víctimas mortales es decreciente. Ello habla a favor del sentido común de los conductores, de las mejoras en la red vial y de las campañas de prevención de la Dirección General de Tráfico,

Pero también son esas mismas estadísticas las que pueden aportar datos reveladores de los hábitos de conducción en la población española: el 25% de las víctimas mortales de los accidentes de tráfico son menores de 25 años, y ese mismo segmento de población alcanza el 33% de los muertos en los fines de semana.

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Frente a todo lo expuesto caben múltiples reflexiones: desde las más radicales e intransigentes, cuyo primer reflejo es el de clamar por el anticipo del cierre de los locales de diversión, hasta las que piden un incremento de las pruebas de alcoholemia o, incluso, la aplicación estricta de lo que se ha venido en llamar la ley Corcuera en lo que atañe a la venta y tráfico de drogas en los locales en los que suelen concentrarse los jóvenes. Propuestas, básicamente, de control.

De igual modo cabe preguntarse por las razones de una industria, la automovilística, que basa buena parte de sus reclamos en la potencia de los motores de los vehículos o por la permisividad de los responsables de esos jóvenes al facilitarles y estimularles un consumismo desbocado en el que la velocidad es sólo parte de un todo. Pero también cabría preguntarse si una buena parte de ese vivir con intensidad el presente no es una respuesta directa a un futuro con muy escasas perspectivas de trabajo.

En todo caso, la muerte de esos 15 jóvenes debería ser fundamentalmente un toque de atención para posibilitar entre todos el resurgimiento del sentido común, es decir, la recuperación del placer de vivir sin necesidad de pasearse constantemente por el límite.

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