La ausencia de algunos familiares evitó el hacinamiento

Al juicio por la tragedia de la discoteca Alcalá 20 asistieron menos familiares que víctimas. Y no fue por desapego. "Unos porque son demasiado mayores, otros porque prefieren no revivir una tragedia de la que aún no se han recuperado", comentó un familiar. O porque previeron la incomodidad de la sala, comentada en la prensa y las emisoras. Incluso algunos abogados aconsejaron a los padres que no acudieran los dos. El resultado fue que, pese a la previsión de hacinamiento, hubo espacio suficiente. Aunque no para los fantasmas."Yo he venido casi a mi pesar", afirmó Encarna Jiménez, de 40...

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Al juicio por la tragedia de la discoteca Alcalá 20 asistieron menos familiares que víctimas. Y no fue por desapego. "Unos porque son demasiado mayores, otros porque prefieren no revivir una tragedia de la que aún no se han recuperado", comentó un familiar. O porque previeron la incomodidad de la sala, comentada en la prensa y las emisoras. Incluso algunos abogados aconsejaron a los padres que no acudieran los dos. El resultado fue que, pese a la previsión de hacinamiento, hubo espacio suficiente. Aunque no para los fantasmas."Yo he venido casi a mi pesar", afirmó Encarna Jiménez, de 40 años. Su hermano Antonio falleció por asfixia y aplastamiento. Tenía 25 años y muchas ganas de trabajar. Encarna aún recuerda cómo al cadáver de su hermano se le asignó el número 1.808 en Anatómico Forense.

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"Me da igual la pena, lo importante es que haya un escarmiento", decía en el descansillo. Muchos pensaban como ella. Estaban dentro, en la sala, donde la secretaria judicial desgranaba monótonamente el informe del fiscal. Sus palabras caían como martillos sobre los familiares. Bajaban las cabezas al tiempo que oían cómo sus parientes, presas del pánico, habían sucumbido quemados, asfixiados y aplastados en una ratonera.

Su voz lanzaba al aire el destilado de 10 años de investigación. La muerte pasada por el alambique judicial. La moderna megafonía de la sala apenas amortiguaba el golpe. "Cabrones", musitó un anciano. La secretaria proseguía su relato de atropellos y pisoteamientos. Las caras de muchos asistentes se poblaron de fantasmas. Algunas lágrimas balanceaban en sus ojos. Los procesados mantenían el tipo.

Un acusador pidió que se leyesen los nombres de los fallecidos. La enumeración sonó como un aldabonazo en la memoria de los familiares. "María Luisa Sabroso Barbero, soltera, de 18 años...". Un padre y su hija se apretaron la mano.

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