Cartas al director

Respuesta a Martínez Sarrión

Lamento enormemente que don Antonio Martínez Sarrión, al que respeto como poeta y, desde hace poco, como prosista, haya decidido excluirme de su lista de lecturas. Lo lamento sobre todo por dos motivos: porque la carta en que ha comunicado su resolución al director (y a los lectores) de este periódico es de una agresividad inusual y porque, habiendo yo publicado alrededor de una docena de libros y muchas docenas de docenas de piezas de opinión en prensa, este ilustre bardo ha dictado sentencia en mi contra, tras acusarme de "ligereza intelectual" a partir de una lectura torcida, no ya de un ar...

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Lamento enormemente que don Antonio Martínez Sarrión, al que respeto como poeta y, desde hace poco, como prosista, haya decidido excluirme de su lista de lecturas. Lo lamento sobre todo por dos motivos: porque la carta en que ha comunicado su resolución al director (y a los lectores) de este periódico es de una agresividad inusual y porque, habiendo yo publicado alrededor de una docena de libros y muchas docenas de docenas de piezas de opinión en prensa, este ilustre bardo ha dictado sentencia en mi contra, tras acusarme de "ligereza intelectual" a partir de una lectura torcida, no ya de un artículo, sino de un párrafo.El susodicho párrafo, acerca de Paul Nizan, en el artículo sobre La tradición nacional bolchevique, publicado en estas páginas el 14 de septiembre de 1993, no ha quedado bastante claro a los ojos del señor Martínez Sarrión, de modo que abundaré sobre su contenido: me parece verdaderamente penoso, y me lo pareció

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siempre, que un hombre de la lucidez de Nizan se opusiera a la aprobación por la dirección del PCF de la firma del pacto Mólotov-Von Ribbentrop en nombre de los intereses de Francia (y, lo que es peor, en nombre de los sentimientos nacionales de los franceses: "Los comunistas franceses carecieron del cinismo político y del poder político para engañar que eran necesarios", escribía Nizan a su mujer en 1939), pudiendo y debiendo haberlo hecho en nombre de un proyecto socialista evidentemente perjudicado por aquel acto; también me parece penoso que la respuesta del PCF haya sido la que fue (la exclusión y la calumnia), pudiendo y debiendo haber sido una respuesta socialista. Mi interpretación de la actitud de Nizan es distinta y, como se ve, menos generosa que la de Sartre: uso del derecho a discrepar. A una política nacionalista, la de Stalin, Nizan opuso otra política nacionalista. Y a mí, los nacionalismos, todos los nacionalismos, me repugnan y me repugnaron siempre: de ello, como en mi oposición a todo relativismo cultural, hay sobradas muestras en el archivo de EL PAÍS, al cual remito. No me resultan más simpáticos los nacionalismos franceses que los nacionalistas rusos. Además, en el artículo que tanto ha irritado a Martínez Sarrión dejo constancia del resurgimiento del nacionalismo más perverso, precisamente en la Francia de hoy, de la mano de notorios militantes del PCF.-

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