Tribuna:

Sobre la caída de la URSS

Desde el otoño de 1991 he estado preguntándome por qué cerca del 901/6 de los sovietólogos, incluidos muchos anticomunistas de toda la vida y personas que nunca habían sentido la más mínima admiración por el marxismo, no vieron la defunción inminente de la URSS. Mi punto de vista se ha visto cristalizado en una edición especial de la publicación trimestral norteamericana The National Interest, titulada 'La extraña muerte del comunismo soviético'.Ya en 1985, cuando Mijaíl Gorbachov llegó al poder, prácticamente todos los sovietólogos reconocían que la URSS se había quedado rezagada con r...

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Desde el otoño de 1991 he estado preguntándome por qué cerca del 901/6 de los sovietólogos, incluidos muchos anticomunistas de toda la vida y personas que nunca habían sentido la más mínima admiración por el marxismo, no vieron la defunción inminente de la URSS. Mi punto de vista se ha visto cristalizado en una edición especial de la publicación trimestral norteamericana The National Interest, titulada 'La extraña muerte del comunismo soviético'.Ya en 1985, cuando Mijaíl Gorbachov llegó al poder, prácticamente todos los sovietólogos reconocían que la URSS se había quedado rezagada con respecto a Occidente en tecnología informática, y que la crisis del petróleo y otras grandes variaciones en los precios mundiales, tanto de las materias primas como de los productos elaborados, habían causado graves problemas a la rígida economía soviética centralizada. La agricultura, en particular, no satisfacía las demandas de una sociedad cada vez más industrializada, pero el Gobierno podía comprar trigo en el mercado intemacional y también podía pagar a los empresarios extranjeros para que establecieran fábricas totalmente modernas en sectores concretos. La intervención en Afganistán y la costosa carrera de armamentos nucleares estaban agotando los recursos científicos y humanos de la Unión Soviética, pero la retirada de Afganistán, y unas negociaciones de armamentos serias con EE UU -objetivos claramente previsibles del Gobierno de Gorbachov- rápidamente permitirían a la URSS mejorar su economía civil. En opinión de la inmensa mayoría de los sovietólogos, no había razón para suponer que la URSS dejaría de existir, al menos durante varias décadas.

Había elementos de parcialidad política occidental que tal vez impidieran a la mayoría ver la evidencia de la descomposición. Para la derecha, la URSS era el "imperio del mal", y era necesario prevenir, tanto a los intelectuales como al público en general, en contra de sus objetivos permanentemente agresivos. Muchos intelectuales conservadores justificaban la ayuda norteamericana a las dictaduras de derechas alegando que un régimen como el de Franco o el de Pinochet, o el del Kuomintang en Taiwan, podía evolucionar hacia la libertad, pero que cuando un país caía en el comunismo el proceso era supuestamente irreversible. Para la izquierda, el socialismo real ciertamente producía menos bienes de consumo, pero satisfacía las necesidades económicas, de salud y de educación básicas de una población que no tenía por qué temer al desempleo de masas que caracterizaba las crisis capitalistas periódicas.

Dadas las circunstancias, el nombramiento de Gorbachov como secretario general llevó a muchos intelectuales rusos y a la mayoría de los expertos occidentales a concertar medidas para sacar a la principal potencia socialista del mundo de su estancamiento brezneviano. Pero en menos de seis años la URSS había dejado de existir. El gran interrogante es por qué ocurrió y por qué tan pocos expertos cualificados anticiparon ese final.

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Mi propia lectura es que hubo dos factores esenciales para entender no tanto el estancamiento relativo desde aproximadamente 1970, sino la verdaderamente meteórica autodestrucción que tuvo lugar entre 1985 y 1991. El primer factor era la ideología de una utopía secular y el segundo era el método de toma de decisiones desarrollado y mantenido a conciencia durante décadas, un método conocido como centralismo democrático.

Hablemos primero de la utopía secular. El marxismo soviético, independientemente de que lo expusieran Lenin, Bujarín, Stalin, Jruschov, Breznev o Gorbachov, prometía una vida de abundancia material, un, fin a la explotación del hombre por el hombre y una vida cultural muy superior a la de cualquier otra sociedad pasada o presente. En las primeras décadas, ante la hostilidad del mundo capitalista, y en especial con la invasión nazi de 1941, el aplazamiento de los beneficios prometidos podía explicarse razonablemente por las circunstancias internacionales des favorables. Pero después de 70 años, y dada la considerable relajación de las tensiones, entre la Unión Soviética y el mundo occidental desde 1970, se hacía cada vez más difícil explicar por qué el socialismo ofrecía a su pueblo una vida material y espiritual menos satisfactoria que el su puestamente atrasado y opresivo sistema capitalista. Además, las grandes, religiones del mundo prometen recompensas en el cielo a los que las merecen moralmente, de modo que la creencia en ellas no depende de los resultados prácticos en este mundo. Pero el marxismo hacía promesas específicas sobre la vida y la muerte. Cuando, a través de la radio y la televisión occidentales, y a través de la experiencia del turismo, se hizo evidente que estas promesas eran utópicas en el sentido literal, la fe, tanto de los gobernantes como de los gobema dos, sencillamente se debilitó.

En cuanto al segundo factor, el centralismo democrático, había sido desarrollado por Lenin y llevado a la práctica por todos sus sucesores como la única vía para que una vanguardia revolucionaria pudiera dar una sensación de consenso general ante la imposición de políticas arbitrarias y poco populares. La solución esperada era decir que el debate en el seno del partido, que supuestamente expresaba las verdaderas necesidades de los trabajadores, los campesinos y los cuadros locales del partido, debía ser absolutamente libre y abierto. Pero, una vez que se votaba una decisión, todos los miembros del partido debían obedecer fielmente las decisiones aprobadas por la mayoría en el Politburó, o en los comités centrales del partido en las repúblicas constituyentes y regiones de la URSS. Con el terror, Stalin convirtió el proceso en una farsa, pero en la década de los veinte y tras la descongelación de Jruschov a mediados de los años cincuenta, la mayoría de los comunistas activos, incluido, desde luego, Gorbachov, estaban realmente convencidos de que el centralismo democrático reflejaba adecuadamente las necesidades y deseos del pueblo.

Gorbachov, con el consentimiento centralista democrático de sus colegas, emprendió varias medidas: subir el. precio de la vodka, hacer un llamamiento al idealismo de las clases profesionales y de la juventud, liberar a la mayoría de los presos políticos, permitir que emigraran algunos desdichados, retirarse de Afganistán, negociar una reducción de armamentos significativa, decir parte de la verdad acerca de Chernóbil, introducir elementos de la economía de mercado sin! desmantelar el control socialista de los medios de producción, y como eso no funcionó, se inició una transición hacia la democracia capitalista occidental sin llamar al sistema por su nombre. Todas estas iniciativas, salvo la última, recibieron al menos la aprobación pasiva de los consejos de administración en la forma de centralismo democrático.

La confusión que provocaron estos rápidos cambios de política en una sociedad acostumbrada a normas rígidas y a la ausencia total de responsabilidad personal, rápidamente socavó el sistema que la gran mayoría de los sovietólogos y de los ciudadanos soviéticos pensó que duraría hasta bien entrado el siglo XXI. Claro que hubo un tercer factor esencial sin el que la defunción pacífica de la URSS no podría haber tenido lugar: la decisión de no emplear la fuerza militar para rescatar a los regímenes neoestalinistas de Europa del Este, o para reprimir las huelgas esporádicas y las manifestaciones nacionalistas dentro de la URSS. Tanto Gorbachov como la mayoría de los intelectuales rusos y occidentales infravaloraron claramente las fuerzas del nacionalismo y la religión. Pero la censura y la represión selectiva podrían haber seguido conteniendo a esas fuerzas al menos durante unas décadas. Los principales factores en la repentina caída de la URSS fueron la admisión abierta de que la utopía secular prometida sencillamente no iba a realizarse nunca, y los hábitos del centralismo democrático, que hicieron creer falsamente a los líderes que sus decisiones habían sido tomadas con el consentimiento del partido comunista y de los ciudadanos de a pie.

, es historiador.

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