Reportaje:

Las vacas, para el pueblo

Al principio, cuando se alinearon las primeras filas de coches a medianoche frente al Retiro, algunos sospechamos que el alcalde quería conjurar el fantasma del Viejo Profesor, que se le aparece por las noches hablándole en castellano culto, y resucitar en la Casa de Vacas el cadáver medio insepulto de la movida madrileña.Con el tiempo, sin embargo, hemos comprendido la sutileza del razonamiento escondido detrás de las multitudes sedientas a quienes se reservan de noche el parque del Retiro, las aceras circundantes y la calle de Alcalá. En realidad es una propuesta. ¿No están privatizando las ...

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Al principio, cuando se alinearon las primeras filas de coches a medianoche frente al Retiro, algunos sospechamos que el alcalde quería conjurar el fantasma del Viejo Profesor, que se le aparece por las noches hablándole en castellano culto, y resucitar en la Casa de Vacas el cadáver medio insepulto de la movida madrileña.Con el tiempo, sin embargo, hemos comprendido la sutileza del razonamiento escondido detrás de las multitudes sedientas a quienes se reservan de noche el parque del Retiro, las aceras circundantes y la calle de Alcalá. En realidad es una propuesta. ¿No están privatizando las cárceles en Inglaterra? ¿No van los americanos a colocar anuncios en el espacio estelar? Pues por qué no una terraza en la Casa de Vacas. A los madrileños les encantan las terrazas, y para alcanzarlas son capaces de aparcar encima de una farola o entre dos macizos de petunias.

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Piénsese por un instante en las posibilidades que ofrece sólo el Retiro: por ejemplo, un funicular podría unir esa especie de pastel vienés que flanquea el estanque de las barcas con la azotea de las torres de Valencia, lo que al menos daría a esa fechoría urbanística un mínimo sentido social. ¿Y por qué no convertir la avenida de las bicicletas en un velódromo de pago? En cuanto a la petanca que juegan los jubilados, es evidente que le cabe un sistema de apuestas (y de tasas). Se impone por su peso también la solución a los conciertos ¡gratuitos! de la banda municipal, para no hablar de los palacios de Cristal y de Velázquez, infrautilizados en exposiciones: con mesitas coquetonas, unos valses de Strauss y unos cuantos cisnes en el estanque, serían los mejores restaurantes de Madrid.

Y si salimos del parque... esto promete. ¿Se imaginan los banquetes que se podrían dar en El Prado? ¿No fue acaso en su día un palacio? Pues eso: los palacios para el pueblo.

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