Editorial:

Alcaldes italianos

EN LA segunda vuelta de las elecciones municipales celebradas en gran parte de Italia el domingo pasado, unos 145 alcaldes han sido elegidos por voto directo; es una experiencia nueva, ya que hasta ahora eran escogidos de hecho por los aparatos de los partidos, y luego refrendados por los consejos municipales. La cuestión es hasta qué punto este nuevo sistema ayudará a perfilar el carácter de las nuevas fuerzas llamadas, en un futuro muy próximo, a sustituir a unos partidos políticos tradicionales en plena crisis.Si hay un rasgo común, que se repite en las diversas regiones en las que h...

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EN LA segunda vuelta de las elecciones municipales celebradas en gran parte de Italia el domingo pasado, unos 145 alcaldes han sido elegidos por voto directo; es una experiencia nueva, ya que hasta ahora eran escogidos de hecho por los aparatos de los partidos, y luego refrendados por los consejos municipales. La cuestión es hasta qué punto este nuevo sistema ayudará a perfilar el carácter de las nuevas fuerzas llamadas, en un futuro muy próximo, a sustituir a unos partidos políticos tradicionales en plena crisis.Si hay un rasgo común, que se repite en las diversas regiones en las que ha habido elección de alcaldes, es el de la caída, en muchos casos vertical, de los partidos tradicionales: el Partido Socialista desaparece, y la Democracia Cristiana, hegemónica durante medio siglo, se cuartea. Resulta, pues, que Italia vive con un Parlamento antiguo, totalmente ajeno al voto de los ciudadanos, y con un Gobierno que emana de ese Parlamento. Situación anómala que sólo se explica porque no hay todavía un mecanismo para pasar a otro sistema político que pueda reflejar mejor la voluntad del electorado. Si el Parlamento aprueba pronto el nuevo sistema electoral, en otoño habrá elecciones generales y de ellas deberá salir el nuevo mapa político.

A la luz de lo ocurrido el domingo pasado, no es fácil individualizar qué fuerzas nuevas serán llamadas a desempeñar el papel ocupado hasta ahora por los socialistas y democristianos. Los datos globales colocan a los ex comunistas del PDS en el primer lugar. El PDS es hoy miembro de la Internacional Socialista y es probable que haya ganado a gran parte del electorado de un Partido Socialista agonizante. En cambio, en el campo de la política católica, los intentos de preparar nuevos movimientos para sustituir a la DC no han obtenido resultados concluyentes.

Sin embargo, lo más llamativo del domingo, más que unos resultados globales obviamente inseguros (al referirse sólo a una parte del electorado), es el éxito de la Liga en Lombardía. En Milán, el nuevo alcalde ha triunfado con casi el 60% de los votos y dominará el consejo municipal con una mayoría de igual proporción. Resultados semejantes ha cosechado la Liga en otras ciudades norteñas. A ello se agrega un dato muy preocupante: a medida que obtiene éxitos más netos ante los electores, Bossi, el dirigente de la Liga, utiliza un tono más extremista y violento en sus discursos, recordando el lenguaje del fascismo.

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Si la liquidación de los viejos equipos corrompidos de la política italiana se traduce en un nuevo cuadro en el que las fuerzas dominantes son por un lado la Liga y por otro el PDS, el horizonte no se presenta muy satisfactorio. Es cierto que Occhetto, después de los primeros éxitos electorales de Bossi, intentó iniciar un discurso nuevo en relación con la Liga, difuminando sus rasgos más chocantes, como el racismo antiextranjero y antisureño, y defendiendo la posibilidad de un diálogo constructivo con ella para la regeneración del sistema democrático en Italia. Sin embargo, nada de lo que ahora dice Bossi permite pensar en una evolución de la Liga hacia ideas más racionales y aptas para la convivencia democrática.

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