Tribuna:ELECCIONES 6 JUNIO

A pesar de Madrid

Duro Madrid. Desde hace cuatro años, la derecha ha concentrado aquí todas sus fuerzas. La misma noche de 15189 en que se conoció la ajustada mitad absoluta de escaños que habían obtenido las candidaturas socialistas empezó en toda regla el asalto a La Moncloa, esa operación en que se ha invertido tanto y con tanto desparpajo. La orden se dio aquella misma noche, y las primeras voces fueron para impugnar la transparencia de los resultados, en un largo proceso de impugnación administrativa, jurídica y política que puso en precario los primeros pasos de la nueva legislatura. Esta misma semana, do...

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Duro Madrid. Desde hace cuatro años, la derecha ha concentrado aquí todas sus fuerzas. La misma noche de 15189 en que se conoció la ajustada mitad absoluta de escaños que habían obtenido las candidaturas socialistas empezó en toda regla el asalto a La Moncloa, esa operación en que se ha invertido tanto y con tanto desparpajo. La orden se dio aquella misma noche, y las primeras voces fueron para impugnar la transparencia de los resultados, en un largo proceso de impugnación administrativa, jurídica y política que puso en precario los primeros pasos de la nueva legislatura. Esta misma semana, dotado de una incuestionable coherencia, uno de los voceros periodísticos de esa operación de acoso y derribo alertaba groseramente en su portada sobre la posibilidad de que el resultado electoral del domingo fuese un fraude. Entre medio, cuatro años que los socialistas han vivido en la ciudad como inermes rehenes de una venganza oscura y plural, llevada a extremos que pasman a quien vive fuera, ajeno al radio de sus ondas radiofónicas, de la aspereza casi ebria de sus plumas de oro, del oropel tiznado de caspa en que se ha convertido la vida política de la corte.Duro Madrid donde Felipe González y algunos miles de resistentes socialistas se reunieron la tarde del viernes -en la Casa de Campo, junto al lago- para cerrar la campaña, para dar un último grito de aliento a la tolerancia, que ése fue el eje de todos los discursos. No fue un cierre entusiasmado: a qué engañarse. Fue un cierre resignado, militante, hermoso por eso. Marcado también por las ridículas y estupefacientes polémicas internas del socialismo madrileño, incapaz de haber creado en estos años de acoso una zona no contaminante, libre del aire general de navaja y veneno. No fueron capaces en la Federación Socialista Madrileña ni de ponerse de acuerdo para ver quién, renovadores o guerristas, fletaba los autocares. Ni de eso, a 48 horas de la campaña electoral más incierta de la democracia española.

Pero en esas condiciones, Felipe, algo ronco ya, echó mano de una de sus mejores virtudes: la profesionalidad del que se encara con una situación escasamente golosa para dejar dicho lo que cree, sin aspaviento y sin desánimo. Así, por encima de todo, la invocación a "aquel Madrid tolerante, abierto, la ciudad de la libertad", y el repudio de "algunos miserables que han machacado a quienes, desde la independencia, han elegido la opción socialista". Allí estaba uno de esos independientes, el nuevo villano, Baltasar Garzón, que demostró haber aprendido rápido. Suya fue esta ristra de palabras, de enérgico y laborioso ingenio, sobre "los intolerantes que destruyeron el pensamiento, enlodaron el adjetivo, secuestraron el verbo y después vinieron a por el sujeto".

Contra la intolerancia en el duro Madrid, exigiendo Felipe a la derecha "que respete los resultados como nosotros los respetaremos". Final en la Casa de Campo: el candidato va a coger el avión que le trasladará en la noche hasta Sevilla, la ciudad que para esta generación de socialistas representa el familiar y cálido recomienzo de todo. Le han dicho que habrá luna llena y tal vez cruce en ese instante por su cabeza una elemental aprensión sobre los hombres-lobo. En Madrid, a principios de junio, el socialismo cree que hasta la propia luna ha dejado de ser la hermosa aliada de otras noches.

"Pero vamos a ganar", te dicen de pronto muy serios, "a pesar de Madrid".

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