Tribuna:

Entre correr y parar

Entre correr y parar, hay un modo que es andar. Hace sólo ocho meses, la estrategia de José María Aznar se ajustaba bastante bien a este refrán. Su escenario (como se dice ahora) pasaba por un resultado formidable en la historia del Partido Popular, unos 135 escaños, una legislatura de oposición muy distinta de las anteriores y continuar a toda marcha, y en silencio, el proceso de modernización de su partido, con la ocupación plena del centro político.Esa estrategia ha saltado por los aires porque, como muy bien dice otro refrán (este no de sabiduría popular, sino política), las elecciones no ...

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Entre correr y parar, hay un modo que es andar. Hace sólo ocho meses, la estrategia de José María Aznar se ajustaba bastante bien a este refrán. Su escenario (como se dice ahora) pasaba por un resultado formidable en la historia del Partido Popular, unos 135 escaños, una legislatura de oposición muy distinta de las anteriores y continuar a toda marcha, y en silencio, el proceso de modernización de su partido, con la ocupación plena del centro político.Esa estrategia ha saltado por los aires porque, como muy bien dice otro refrán (este no de sabiduría popular, sino política), las elecciones no las ganan las oposiciones, sino que las pierden los gobiernos. Su equipo de estudios, profesionales poco dados a euforias, piensa que, hoy por hoy, la horquilla está en torno a los 155 diputados, y la Moncloa al alcance de la mano.

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Así que Aznar se ha encontrado de sopetón con la posibilidad de la victoria y ha reaccionado sin mover un músculo, como si fuera lo más normal del mundo. Puertas para adentro, debe haber tocado a rebato, pero exteriormente se esfuerza en presentar los acontecimientos como hechos lógicos, perfectamente explicables y predecibles. Es realmente un hombre curioso, empeñado en convencer a quienes le seguimos día a día en esta extraña y apasionante campaña de que no tiene emociones.

Pero veamos, ¿puede no estar emocionado un hombre de 40 años, que lleva sólo cuatro al frente de su partido y que está a punto de tropezarse con un hecho que, se mire como se mire, sería impresionante: la victoria electoral de un partido de derechas, por primera vez en este siglo en la historia de España? Porque, si la memoria no me falla, en 1933 ganó una coalición, compuesta, a su vez, de otra (la CEDA de Gil Robles) y de un partido algo peculiar, el Radical de Alejandro Lerroux, republicano y, en sus inicios, anticlerical. Y UCD no era un partido, sino una estructura generada desde el poder, y, como descubrimos más tarde, ni siquiera de derechas.

A José María Aznar no le hacen gracia las comparaciones, me advierten sus colaboradores. Para él, una victoria del PP no debe asimilarse a nada que no sea el éxito del centro y a la historia de Europa desde la II Guerra Mundial. El líder conservador está mucho más preocupado por cómo hacer compatible -si llega el caso- la presidencia de un gobierno de coalición con el proceso de modernización del Partido Popular (aún no completado) que por colgarse dudosas medallas históricas. Por muy ciertas que sean, añaden alegremente.

"Puestos a reclamar medallas y emocionarse", asegura un miembro de su ejecutiva, "creo que Aznar preferiría pasar a la historia por ser el hombre que ha modernizado definitivamente la derecha española, ocupando el centro". Algo de eso se aprecia en los mítines y en los debates: a veces no queda más remedio que subir al estrado a un presidente provincial cincuentón o sexagenario al que no ha dado tiempo de barrer con la ola de la renovación. Pero siempre que es posible salta al ruedo un hombre o una mujer jóvenes, sin curriculo político ni administrativo detrás.

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"En los debates de televisión somos especialmente cuidadosos. Es muy útil que nuestro portavoz no tenga historia, porque así la discusión se centra, irremediablemente, en la de su oponente", explican los técnicos populares. Y si no quieren que sus candidatos tengan historia, ¿cómo van a reclamar la de 1933?

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