Tribuna:La cuenta atrás

Mejor perder que ganar de penalti

Al defender públicamente el criterio de que sea el candidato del partido más votado quien reciba la proposición de formar Gobierno, independientemente de sus posibilidades reales de superar la votación de investidura, Felipe González estaba renunciando implícitamente a una de las dos vías que se le presentan para prolongar su mandato. Concretamente, estaba haciendo saber que, de no ganar, considera mejor opción pasar a la oposición que seguir gobernando mediante un acuerdo con los nacionalistas que supere la oferta que pueda plantear Aznar. Como señalaba ayer aquí Pérez Royo, carecen de lógica...

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Al defender públicamente el criterio de que sea el candidato del partido más votado quien reciba la proposición de formar Gobierno, independientemente de sus posibilidades reales de superar la votación de investidura, Felipe González estaba renunciando implícitamente a una de las dos vías que se le presentan para prolongar su mandato. Concretamente, estaba haciendo saber que, de no ganar, considera mejor opción pasar a la oposición que seguir gobernando mediante un acuerdo con los nacionalistas que supere la oferta que pueda plantear Aznar. Como señalaba ayer aquí Pérez Royo, carecen de lógica, por tanto, las insinuaciones tendentes a presentar la idea de González como un intento de "aferrarse al poder como sea".La Constitución atribuye al Rey la responsabilidad de proponer (previa consulta a los grupos) un candidato a la presidencia. Al no especificar que él señalado deba ser el de la formación que haya obtenido más escaños, deja al Monarca la posibilidad de hacer la proposición al representante del partido que, sea o no el más votado, mayores probabilidades tenga, de acuerdo con las consultas, de obtener la confianza de la Cámara. En los sistemas políticos bipartidistas y mayoritarios, como el británico, está claro que esa mayor probabilidad se da por definición en el candidato del partido más votado. Pero no siempre es así en los sistemas proporcionales: a veces, como en Italia, la fórmula más realista pasa por ofrecer la presidencia al tercer o cuarto partido en número de escaños, y no sería razonable que, en tales casos, se perdieran meses comprobando, mediante riguroso turno, la inviabilidad de las otras propuestas.

La de González no es, por tanto, aplicable con carácter general y permanente. Pero el criterio que expresa es defendible para casos en los que diferentes combinaciones gocen, en principio, de similar plausibilidad. El Rey tiene que elegir entre ellas, pero no está de más que los contendientes adelanten públicamente, junto a sus preferencias en materia de alianzas, su criterio respecto a la forma de elegir entre dos o más coaliciones posibles. Dicho 'de otra manera, que cada partido haga saber por adelantado a sus electores los criterios que, llegado el caso, expondrá al Monarca.

De lo adelantado por González se deduce que no intentará ganar en la mesa, y por la mano, lo que no haya ganado en las urnas. Pero no, o no sólo, por sentido de la deportividad, sino por considerar que gobernar en esas condiciones sena una opción más desfavorable (para su partido) que la de pasar a la oposición. Si la hipótesis fuera certera, su orden de preferencias -una vez descartada la posibilidad de repetir mayoría absoluta- sería el siguiente: 1. Ganar y gobernar en alianza con el PNV y CiU. 2. Perder y que gobierne Aznar. 3. Perder y gobernar mediante un pacto con los nacionalistas. Preferir la segunda a la tercera opción significa renunciar a entrar en la puja por conseguir el favor de Pujol y Arzalluz. Si Aznar hiciera una declaración similar, esa subasta sería imposible y todo el mundo sabría a qué atenerse.

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