Tribuna:FINAL EUROPEA DE BALONCESTO

Ganó el miedo

En la cárcel y con miedo no se puede estar. Por lo que parece, el deporte español no enseña a sobrevivir entre las rejas que supone la tensión, los nervios, el dramatismo que siempre traen consigo los grandes acontecimientos. El Real Madrid de baloncesto es el último exponente de una larga cadena en la que se pueden incluir equipos y selecciones de diferentes deportes. Porque te puede vencer el contrario, pero no uno mismo. Y la historia se repite con inusitada frecuencia. Repasando los últimos fracasos, todos tienen un denominador común: el miedo a la derrota.El Madrid mostró ese miedo desde ...

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En la cárcel y con miedo no se puede estar. Por lo que parece, el deporte español no enseña a sobrevivir entre las rejas que supone la tensión, los nervios, el dramatismo que siempre traen consigo los grandes acontecimientos. El Real Madrid de baloncesto es el último exponente de una larga cadena en la que se pueden incluir equipos y selecciones de diferentes deportes. Porque te puede vencer el contrario, pero no uno mismo. Y la historia se repite con inusitada frecuencia. Repasando los últimos fracasos, todos tienen un denominador común: el miedo a la derrota.El Madrid mostró ese miedo desde el primer momento. Temor a tirar, temor a correr, temor a pasar a Sabonis. La defensa del Limoges fue perfecta, pero, sin desmerecer a los disciplinados franceses, no para dejar a todo un Real Madrid en 52 puntos. Para quedarse en esos guarismos de patio de colegio hace falta más que una estudiada red parida en el laboratorio de Maljkovic. Hace falta sembrar o recoger los frutos del miedo.

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Sabonis estaba llamado a marcar la diferencia. Eso lo sabía todo el mundo, incluido el Limoges. Pretender que le iban a dejar jugar era mucho pretender. Sólo en unos cuantos momentos del encuentro, siempre con Lasa al mando de las operaciones, Sabas pudo entrar en juego. El resto del tiempo, oscuridad. Más miedo.

El libro de ruta de Luyk ha sido claro desde que llegó al Madrid. Primero, balón dentro. Luego, juego exterior. Entre la emboscada al lituano y la negra noche que tuvo Brown, había que pasar a la segunda fase, pero la ayuda exterior nunca llegó. Antúnez estuvo más errático que nunca. No pudo tomar el mando de las operaciones, y el Limoges ganó parte de la batalla. Con Lasa mejoró, pero tampoco se le puede pedir peras al olmo. Pese a ello, pareció menos asustado.

Pero dejando aparte pequeños detalles técnicos que pueden explicar parte de las causas del desaguisado, el Madrid nunca tuvo la fortaleza mental necesaria. Se movió como un autómata, siempre detrás de los acontecimientos. Las manos estaban escondidas. Un ejemplo. El Madrid sólo tiró 10 tiros de tres, dos de los cuales fueron de desesperación y con el partido perdido.

Instantes supremos

Si los blancos mostraron su temor desde el salto inicial, era difícil que la cosa se solucionase en los instantes supremos. También según el libro de ruta, era Sabonis el que debía decidir. Pero no lo pudo hacer. Es el problema que puede presentarse con un abanderado que es jugador terminal. Es decir, si el hombre clave es Young, Kukoc o Prevelic, 0 sea, un hombre de fuera, cuando el cocido está en juego puede coger el balón, subirlo y jugársela. Si es Sabonis, el balón le debe llegar después de pasar por lo menos por un par de manos. Cuando la semifinal estaba en su apogeo decisivo, ese balón nunca llegó. El miedo, ya terror, hizo que se perdiesen un par de posesiones al estilo del Madrid dubitativo.

Se suele decir que lo peor no es perder, sino la cara que se te queda. Nuestro problema es que esa cara ya la tenemos antes de jugar.

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