Tribuna:

Ser socialista

Me preguntan una y otra vez qué es ser y sentirse socialista a finales del siglo XX. Es una pregunta lógica, porque vivimos en Europa momentos de confusión, que afectan a unos y otros, a derechas e izquierdas. Y también porque en España hay el morbo añadido de una fuerte tensión preelectoral y una discusión muy distorsionada sobre la ética política. Creo, por consiguiente, que para contestar a la pregunta hay que hablar de ética, o sea, de convicciones personales. En definitiva, si me siento y soy socialista es porque ésta es la respuesta más racional y ética que he encontrado a las preguntas ...

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Me preguntan una y otra vez qué es ser y sentirse socialista a finales del siglo XX. Es una pregunta lógica, porque vivimos en Europa momentos de confusión, que afectan a unos y otros, a derechas e izquierdas. Y también porque en España hay el morbo añadido de una fuerte tensión preelectoral y una discusión muy distorsionada sobre la ética política. Creo, por consiguiente, que para contestar a la pregunta hay que hablar de ética, o sea, de convicciones personales. En definitiva, si me siento y soy socialista es porque ésta es la respuesta más racional y ética que he encontrado a las preguntas que me he hecho a lo largo de mi vida.Soy socialista, por ejemplo, porque viví de niño la terrible experiencia de la guerra civil y de la posguerra. Porque en la escuela primaria gocé del clima de esperanza que había generado la República y padecí luego el revanchismo, la intolerancia, la prepotencia y la asfixia política, religiosa y cultural que nos impusieron los vencedores. Porque sufrí en mis propias carnes la humillación del "háblame en cristiano" cuando utilizaba mi lengua materna y vi de cerca la humillación y el castigo que sufrían tantas personas honestas que habían luchado por sus ideales de justicia y libertad.

Soy socialista porque, cuando conseguí salir de mi pequeño círculo de trabajador manual y llegar a trancas y barrancas a la Universidad, percibí una nueva dimensión, a saber, que el problema no era sólo de mi Cataluña natal, sino de toda España, que no había salida si no nos uníamos todos los pueblos de España y que más allá de nuestras fronteras existía una Europa que renacía y donde las palabras libertad, tolerancia e igualdad no sólo eran palabras, sino realidades. Cuando empecé a conocer aquella Europa de cerca me sublevé al ver que mis compatriotas españoles eran tratados como ciudadanos de segunda o de tercera -experiencia que luego viví en mi propia carne durante el exilio- y supe que tenía que luchar por que España y los españoles pudiésemos ser algún día iguales a aquellos países más avanzados y más libres.

Soy socialista porque en la Universidad me metí en la lucha clandestina, ingresé en el PSUC al mismo tiempo que encabezaba manifestaciones de protesta por la intervención de la URSS en Hungría sin ver ninguna contradicción en ello, y porque conocí a muchas personas que se jugaban la libertad y hasta la vida por unos ideales de igualdad, de justicia y de libertad que yo compartía.

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Soy socialista porque estuve contra la intervención de Estados Unidos en Vietnam y contra la de la Unión Soviética en Checoslovaquia, y porque estuve en contra de la división del mundo en bloques.

Soy socialista porque en aquellos duros años y en los posteriores aprendí dos cosas fundamentales: primera, que las grandes instituciones políticas y sociales tienen una gran tendencia a la continuidad y que los grandes cambios históricos nunca significan terminar radicalmente con el pasado e iniciar un futuro de nuevo cuño a partir de cero. O sea, que las revoluciones nunca lo son en sentido estricto y que lo más importante, más difícil y más costoso es emprender y realizar grandes reformas. Segunda, que las causas históricas de la división de la izquierda entre socialistas y comunistas eran exactamente esto, causas históricas, o sea, del pasado, y que en nuestra época ya no tienen justificación. Defendí ambas cosas mientras milité en el comunismo español, sufrí por ello una expulsión en 1964, volví a él cuando creí que el reformismo era ya la doctrina dominante, hice lo que pude desde aquella formación para construir y asegurar la democracia en España y lo dejé definitivamente cuando me di cuenta de que las cosas se torcían de modo irremediable y no pude comprender que en 1982, cuando el partido socialista obtuvo una clamorosa victoria y se consiguió, por fin, el triunfo pacífico y estable de la izquierda en España, es decir, el objetivo histórico al que todas las gentes de izquierda habían dedicado sus energías, hubiese un sector de esa misma izquierda que se sintiese triste y abatido. Y no lo pude comprender porque, cuando hay una contradicción entre lo que uno piensa y la realidad, la culpa nunca es de la realidad y no tiene sentido aferrarse a conceptos caducos.

Soy socialista porque, en estos años dificiles y exaltantes, el partido socialista ha sacado a España del agujero en que estaba, ha construido lo más parecido a un sistema socialdemócrata en un país dominado históricamente por la derecha más reaccionaria e incompetente, se ha enfrentado honestamente con los grandes problemas heredados del pasado, ha impulsado de manera decidida el sistema de nuestras autonomías, ha integrado a España en Europa en pie de igualdad, ha mejorado sustancialmente la calidad de vida de la inmensa mayoría y nos ha dado, por fin, el orgullo de ser ciudadanos de este país. Soy socialista porque a lo largo de mi vida he aprendido también que no se puede ser consecuentemente de izquierda sin enfrentarse seriamente con el problema del poder. Hace unos días leí una entrevista de un cantautor al que siempre he respetado mucho como artista. Explicaba el cantante que estaba contentísimo con la derrota del socialismo en Francia y que mucho más lo estaría cuando el socialismo fuese derrotado en España, porque finalmente volvería a gobernar la derecha, que es la que tiene que gobernar siempre. Es decir, para él ser de izquierda es un problema de independencia personal, de no compromiso individual con el poder y no algo que tenga que ver con los intereses generales de los ciudadanos. Para mí, ser de izquierda es asumir las responsabilidades que haya que asumir, luchar por los propios ideales desde el poder o desde fuera y, sobre todo, pensar que lo justo es luchar contra las desigualdades y las injusticias que padecen los ciudadanos y no preservar mi estatuto de independencia personal al margen de los intereses de los demás.

Soy socialista porque nunca he creído en dogmas ni en verdades preestablecidas, porque el recurso a la utopía como arma política siempre me ha parecido una tomadura de pelo o una autojustificación de las propias perplejidades y porque cuando las cosas cambian tanto y tan abruptamente como están cambiando en este fin de siglo hay que mantener viva la curiosidad por lo nuevo y saber adaptarse con flexibilidad a las nuevas circunstancias sin renunciar a lo fundamental, es decir, a la lucha por la igualdad, la tolerancia, la libertad, la justicia y la solidaridad. Ya sé que son grandes palabras y que a

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Ser socialista

Viene de la página anteriorveces su grandeza se difumina en las miserias de cada día o se pierden de vista ante el escándalo de un corrupto o de un desaprensivo. Pero no hay otros; valores que permitan hacer frente a los problemas del presente y del futuro, porque lo único cierto es que siempre quedarán desigualdades por resolver, injusticias por reparar y prepotencias por vencer, y los grandes conceptos sólo son tales si se traducen en hechos concretos.

Finalmente, soy socialista porque hoy, igual que antes, me hierve la sangre cada vez que veo a una persona tratar a otra como un ser inferior, cada vez que veo una injusticia, cada vez que veo a alguien aprovecharse de su situación para medrar a costa de los demás, cada vez que veo a alguien discriminado por su sexo, por su raza, por sus creencias, por su condición social. Me siento y soy socialista porque aborrezco la prepotencia y la corrupción y porque sé que la inmensa mayoría de los socialistas españoles no son ni prepotentes ni corruptos, sino gentes de bien que con muchos aciertos, con mucha voluntad y mucha ingenuidad han hecho todo lo que han podido para sacar el país adelante, eliminar o reducir desigualdades y pasar por la política sin otra esperanza de premio que la conciencia del deber cumplido.

Éstas son las respuestas que me he dado a mí mismo a lo largo de la vida. Queda otra, que se refiere al futuro: ni España ni Europa en su conjunto superarán las dificultades actuales sin una socialdemocracia fuerte, unida y segura de sí misma. Nada sería más nefasto para todos que un socialismo débil, dividido e inseguro.

Por eso hay que proclamar bien alto lo que uno cree, lo que uno piensa. En tiempos de tensión esto puede parecer, incluso, una ingenuidad. Pero la ingenuidad es el mejor cimiento para unir lo que hoy necesitamos y lo que nos exigen con toda razón: la pasión, la transparencia y la sensatez. A esta exigencia no podemos contestar con disimulo, con opacidad y con insensatez. No nos lo perdonarían, y harían bien.

es ministro de Cultura.

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