ELECCIONES EN FRANCIA

Los franceses, hartos de los escándalos de la 'era Mitterrand'

La 'fiebre del oro' ha acabado con el prestigio de quienes llegaron predicando la moralidad

Los franceses le llaman el ras le bol. Es decir, que están hasta las narices. Sus sucesivos regímenes políticos nunca fueron, un modelo de virtud moral, pero pocos protagonizaron la catarata de escándalos políticos y financieros que ha caracterizado la presidencia del socialista François Mitterrand. ¿Cómo ha podido terminar así un mandato que se presentaba bajo la bandera de la moralización? Ésa es la gran pregunta de este final del reinado socialista.

Al maltrecho prestigio de los socialistas franceses y del primero de ellos, Mitterrand, sólo le faltaba que, a dos semanas de las elecci...

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Los franceses le llaman el ras le bol. Es decir, que están hasta las narices. Sus sucesivos regímenes políticos nunca fueron, un modelo de virtud moral, pero pocos protagonizaron la catarata de escándalos políticos y financieros que ha caracterizado la presidencia del socialista François Mitterrand. ¿Cómo ha podido terminar así un mandato que se presentaba bajo la bandera de la moralización? Ésa es la gran pregunta de este final del reinado socialista.

Al maltrecho prestigio de los socialistas franceses y del primero de ellos, Mitterrand, sólo le faltaba que, a dos semanas de las elecciones, se supiera que los servicios antiterroristas del Elíseo habían estado escuchando ilegalmente las conversaciones telefónicas de Edwy Plenel. El especialista en periodismo de investigación de Le Monde ya lo había dicho en su libro La part d'ombre, pero faltaba probarlo. Desde el pasado jueves es cosa hecha: Libération tiene los documentos.Plenel participó en el descubrimiento de dos de los más sonoros escándalos de la primera parte de la presidencia de Mitterrand -el asunto Greeripeace y el de los irlandeses de Vincennes-, y por eso las orejas del Elíseo se dedicaron a escuchar sus conversaciones a finales de 1985 y comienzos de 1986. Y es que el régimen mitterrandiano también se ha caracterizado por un feroz acoso y derribo de los periodistas, policías y jueces curiosos.

Si Plenel fue espiado, el inspector Antoine Gaudino, que descubrió la financiación ilegal del Partido Socialista (PS), fue expulsado de la Policía. Y dos jueces inquisidores, Thierry Jean-Pierre y Renaud van Ruyinbeke, han visto sistemáticamente paralizadas por la Fiscalía General sus instrucciones sobre los casos de tráfico de influencias. Son pequeñas zancadillas al lado de la monumental amnistía que, con los votos favorables de 269 diputados socialistas, otorgó a finales de 1989 la Asamblea Nacional a los políticos implicados en estos asuntos.

Se da la circunstancia de que los principales cruzados de la lucha a favor de la moralidad -el periodista Plenel, el inspector Gaudino y los jueces Jean-Pierre y Van Rumbeke- fueron votantes socialistas y hoy siguen proclamándose de izquierdas. "Soy", dice Gaudino, "uno de esos millones de franceses profundamente asqueados por el entusiasmo con el que los socialistas se convirtieron al culto del dinero y del poder".

Empezó el declive moral de los socialistas con el escándalo de los irlandeses de Vincennes. Una noche de agosto de 1982, la célula antiterrorista del Elíseo anunció el desmantelamiento de un "importante y peligroso grupo terrorista internacional instalado en Francia". Más tarde, gracias, entre otros, a Plenel, se supo que todo había sido un montaje, en el que incluso las armas descubiertas en las casas de los tres irlandeses detenidos habían sido colocadas allí por los mosqueteros presidenciales. Ningún político dimitió, fue destituido o compareció ante el juez.

Vino luego el asunto Greenpeace. En 1985, los servicios secretos franceses hundieron, en un puerto de Nueva Zelanda un buque ecologista que pretendía protestar contra las pruebas nucleares en el Pacífico. Un fotógrafo falleció en el atentado. La razón de Estado protegió a Mitterrand, jefe supremo de los servicios secretos, y sólo el ministro de Defensa, Charles Hernu, pagó con su puesto.

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El escándalo de la sangre

Se gestaba por entonces lo que luego sería el escándalo de la sangre. A mediados de los años ochenta, la sanidad pública francesa efectuó transfusiones de sangre contaminada con el virus del sida a millares de hemofílicos. Cientos de ellos murieron siguen muriendo hoy día. ¿Fue una desgracia atribuible a la ignorancia? No. Los dirigentes del Centro Nacional de Transfusiones Sanguíneas sabían que sus reservas de sangre estaban contaminadas, pero a fin de ahorrar dinero siguieron dando salida a esos productos.¿Lo sabían los responsables políticos? Es lo que tendrá que decidir el Alto Tribunal de Justicia, único organismo que puede juzgar a los ex ministros por presuntos delitos cometidos en el ejercicio de sus cargos. Tras las próximas elecciones, el Parlamento acusará de homicidio in voluntario a Laurent Fabius, primer ministro en el momento de los hechos y actual primer se cretario del PS. También serán acusados Georgina Dufoix y Edmond Hervé, responsables socia listas de la Sanidad en el periodo de la contaminación.

Fabius no es el único socialista que participa en la campaña con la balanza de la justicia sobre su cabeza. En septiembre, el juez Van Ruymbeke procesó por tráfico de influencias a Henri Emmanuelli, presidente socialista de la Asamblea Nacional y tercer personaje en la jerarquía del Estado. Emmanuelli está acusado de haber recibido dinero negro para. financiar al PS en el periodo en que este partido obtenía buena parte de sus fondos de fantasmales gabinetes, de estudio como Urba y Sagès.

Si la primera mitad del reinado republicano de Mitterrand estuvo caracterizada por escándalos más bien políticos -Greenpeace, Vincennes, sangre contaminada...-, la segunda parte ha sido la de los asuntos de dinero. Al final, hasta Pierre Bérégovoy, el primer ministro que lleva calcetines agujereados, ha visto su nombre embarrado.

El juez Jean-Pierre ha descubierto que Bérégovoy recibió en 1986 un préstamo sin intereses de unos 20 millones de pesetas de Roger-Patrice Pelat, un hombre de negocios prosocialista y amigo personal de Mitterrand implicado en casos de corrupción. Lo más grave es que Béré no ha podido demostrar de modo convincente que no fue un regalo.

Esa sospecha se ve alimentada por la personalidad de Pelat. El amigo de Mitterrand falleció en 1989, poco después de haber sido procesado por el escándalo Pechiney. Pelat había adquirido a bajo precio un gran paquete de acciones de la empresa norteamericana Triangle. Alguien le había soplado que el grupo nacionalizado francés Pechiney se disponía a comprar Triangle, lo que iba a provocar una revalorización de las acciones de la empresa norteamericana.

En la época del escándalo Pechiney, Bérégovoy era el ministro de Economía y Hacienda. De todos los casos, el que quizá ha dañado de modo más profundo la imagen colectiva de los socialistas sea el de la financiación ilegal de su partido. Los franceses le llaman el asunto de las facturas falsas. Fue el inspector Gaudino el que lo sacó a la luz tras descubrir los llamados cuadernos Delacroix, el minucioso diario en el que un directivo de Urba detallaba el procedimiento de financiación del PS.

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Cualquier empresa que quería obtener la concesión de una obra municipal, la contrata de un servicio, la recalificación de unos terrenos o una licencia de apertura sabía que si el ayuntamiento era socialista, las gentes de Urba o Sagès podían hacer avanzar las cosas. Se entregaba a esos gabinetes de estudios del PS una comisión del 3% de la cifra total del negocio en cuestión y se recibía a cambio una factura justificada por una prestación inútil o inexistente. Después, los socialistas votaban a favor del proyecto.En el crepúsculo de su larga hegemonía política, la honestidad individual de numerosos socialistas también se ve puesta en cuestión. En Buenos Aires ha abierto un restaurante francés Jean-Michel Boucheron, ex diputado y ex alcalde socialista de Angulema. Antes de cruzar el Atlántico, dejó un agujero de 3.300 millones de pesetas en las arcas de su ayuntamiento. El pasado febrero, una auditoría encargada por Marie-Christine Blandin, la presidenta ecologista de la región Norte-Paso de Calais, reveló que una quincena de socialistas se habían embolsado con fines personales unos 350 millones de pesetas de la caja de la Oficina Regional para la Cultura. "Si seguimos así, lo único que nos queda es dejar la llave debajo de la alfombrilla", dijo Jack Lang, ministro de Cultura.

Bernard Tapie es la guinda del pastel. Símbolo del éxito empresarial en la Francia de Mitterrand, amigo y aliado del PS, Tapie tuvo que abandonar el Gobierno el pasado año tras ser procesado por fraude en un asunto privado. Volvió al Ejecutivo después de que se retirara la denuncia.

El pastel de los escándalos ha sido sazonado con multitud de otros casos. La expulsión del opositor marroquí Abdelmumen Diuri, la confusa hospitalización del dirigente palestino Georges Habache y las extrañas cuentas de Carrefour du Développement -el invento del ministro Christian Nucci- son algunos de ellos. Demasiado para una presidencia que iba a "retorcerle el cuello a la inmoralidad". Así que no es extraño que los franceses sufran el ras le bol.

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