Tribuna:

'Nimby'

Hace algún tiempo, un ejército de obreros, con su división acorazada de excavadoras, llegó a las proximidades de la casa de una amiga. Durante meses han estado horadando y devorando el descampado cercano; era una tierra pobre, seca y sucia, pero en primavera se llenaba de flores silvestres. Ahora, las máquinas lo han destrozado todo y se han llevado por delante unos cuantos arbolillos que también había: lo han dejado como el planeta Marte en año de sequía. Los vecinos ya no pueden pasear a sus perros por allí, ni los niños llevar sus bicicletas. En todos estos meses nadie les ha explicado qué ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Hace algún tiempo, un ejército de obreros, con su división acorazada de excavadoras, llegó a las proximidades de la casa de una amiga. Durante meses han estado horadando y devorando el descampado cercano; era una tierra pobre, seca y sucia, pero en primavera se llenaba de flores silvestres. Ahora, las máquinas lo han destrozado todo y se han llevado por delante unos cuantos arbolillos que también había: lo han dejado como el planeta Marte en año de sequía. Los vecinos ya no pueden pasear a sus perros por allí, ni los niños llevar sus bicicletas. En todos estos meses nadie les ha explicado qué sucedía, qué obra faraónica estaban montando.Hay un fenómeno social que los norteamericanos llaman nimby (not in my back yard, que quiere decir "no en mi patio" y que consiste en estar teórica y dulcemente de acuerdo con ciertos proyectos colectivos (casas donde realojar a los chabolistas, un centro de ayuda al toxicómano) siempre y cuando no te los coloquen cerca de tu casa: si te los ponen cerca, sueltas espumarajos.

El efecto nimby, tan individualista y tan hipócrita, es sin duda una peste; pero a veces, sólo a veces, dan ganas de defender tu patio a cañonazos, como en el caso de mi amiga. Porque en esas huestes bárbaras que avanzan arrasando tu entorno y cubriendo de siseante asfalto los matorrales, en ese enemigo de garras de hormigón y rostro ignorado, queda bien retratada la indefensión del ciudadano de a pie, que a menudo no sólo no decide, sino que ni tan siquiera es informado. Para colmo, mi amiga acaba de enterarse de que la obra vecina es un desaforado negocio inmobiliario, una especulación la mar de procelosa. Entre nimbear (fastidiando así al prójimo) y aguantar (fastidiándote tú), ¿no podríamos encontrar un verbo intermedio? ¿Participar, quizá?

Archivado En