Tribuna:MERCADOS DE DIVISAS Y DE VALORES EN LOS AÑOS NOVENTA

Economía y realidad virtual

GONZALO RODRíGUEZ DE CASTROEstoy convencido de que la tecnología de información definirá no sólo el trabajo, sino también la poesía del siglo XXI. Tiene la rara virtud de comprimir, de plasmar las tendencias que notamos en el mundo que nos rodea. El último grito de esta tecnología, la realidad virtual, es un buen ejemplo.La realidad virtual es un complejo sistema de simulación por ordenador, con la novedad de que el ambiente simulado responde directamente a las manipulaciones del sujeto humano por medio de un casco y unos guantes especiales. Se mueven los ojos, y elambiente simulado se-present...

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GONZALO RODRíGUEZ DE CASTROEstoy convencido de que la tecnología de información definirá no sólo el trabajo, sino también la poesía del siglo XXI. Tiene la rara virtud de comprimir, de plasmar las tendencias que notamos en el mundo que nos rodea. El último grito de esta tecnología, la realidad virtual, es un buen ejemplo.La realidad virtual es un complejo sistema de simulación por ordenador, con la novedad de que el ambiente simulado responde directamente a las manipulaciones del sujeto humano por medio de un casco y unos guantes especiales. Se mueven los ojos, y elambiente simulado se-presenta desde una perspectiva diferente. Se mueve la mano, y cambian de lugar objetos dentro del ambiente simulado. El sujeto humano tiene la sensación casi perfecta de estar dentro de un ambiente real y de poderlo manipular, cuando en realidad no es así: se trata sólo de una realidad virtual.

La realidad virtual tiene múltiples aplicaciones prácticas: entre ellas, la exploración y eventual manipulación . por robots de ambientes demasiado difíciles, peligrosos o costosos de explorar o manipular en la realidad auténtica. Como poesía, la realidad virtual ofrece una metáfora perfecta de lo que está sucediendo en los ambientes financieros y políticos europeos en estos días.

La internacionalización del mundo financiero es un hecho consumado. El dinero viaja como las ideas, sin pasaporte y sin visado, a gran velocidad: es la nueva realidad. Sin embargo, nuestra percepción del dinero, de las monedas y los mercados nacionales pertenece a una realidad virtual. Percibimos una versión artificial y simplificada de la nueva realidad económica. Tenemos puestos el casco y los guantes y nos creemos capaces de controlar nuestro ambiente financiero a través de unas cuantas maniobras clásicas: subimos o bajamos el tipo de interés, devaluamos a revaluamos nuestra moneda, imponemos condiciones a las transacciones en nuestros mercados de valores. Frecuentemente, esta realidad virtual responde a nuestra manipulaciones, al menos a corto plazo. Subimos el tipo de interés y conseguimos afirmar el cambio de la moneda.

Es más allá del corto plazo donde interviene la realidad real, donde hay que quitarse el casco a la fuerza. Los bancos centrales saben que el inmenso flujo internacional de capital hace inútil todo intento sostenido de controlar la cotización de una moneda, y que este flujo es debido a la reacción normal de un mercado mundial optimizando sus rendimientos y minimizando sus riesgos, y no a oscuros intereses especuladores. Saben que el control efectivo de las monedas por intervención de los bancos centrales es una aspiración que queda relegada al mundo de la realidad virtual.

El argumento anti-Maastricht de la pérdida de soberanía sobre las economías locales se ha visto barrido por las últimas convulsiones en los mercados de divisas. El problema no es si mandaremos menos en nuestra economía monetaria con Maastricht, sino si mandaremos algo en cualquier caso, con o sin el tratado.

Pasa otro tanto en los mercados de valores. La realidad a secas del gran mercado internacional difiere mucho de la realidad virtual por la que vemos los mercados nacionales y locales. Percibimos unos mercados cuya función es canalizar el ahorro local hacia la inversión local y proteger al pequeño inversor. La realidad es que apenas existen ni pequeños inversores ni inversión local. Los ahorros en gran parte están canalizados por fondos de inversión, fondos de pensión, seguros y administradores de cartera, todos ellos profesionales que necesitan poca protección y cuyas inversiones traspasan frontera s diariamente. Las autoridades bursátiles de muchos países tienen puestos los cascos y controlan los mercados de valores en función de la realidad virtual del pequeño inversos Iocal. Ponen minuciosas regulaciones y trabas a priori para garantizar la transparencia de las transacciones y proteger a un colectivo cuya presencia en el mercado es cada vez menor.

Control ilusorio

Ejercen un control ilusiorio. Una gran parte de la inversión profesional se escapa de casi cualquier control por medio de Fiduciarios, o se canaliza por uno de los enormes y ágiles mercados exteriores donde la regulación a prior¡ es mínima, ya que ésta se centra en la investigación a posteriori de presuntas irregularidades. Se escapan del control bursátil los operadores grandes, dejando precisamente al pequeño inversor la carga burocrática de la regulación.En nuestro caso, puede que un tercio de la capitalización bursátil esté en manos de nominées o fiduciarios. Es difícil cifrar el negocio en valores españoles que se escapa del mercado nacional. Además de los valores admitidos oficialmente a cotizar fuera de España, se realizan de hecho transacciones en casi todos los demás, tanto en bolsas cómo la de Londres, que lo cuenta, como en los mercadillos creados por los grandes depositarios internacionales, que no lo mencionan. En la Bolsa de Madrid se ha estimado que el negocio en valores españoles fuera de fronteras pueda llegar el 40% del volumen anual.

Es evidente que la búsqueda de mayor agilidad no es el único factor que resta liquidez a los mercados españoles. En la era de las comunicaciones, las operaciones tienden a concentrarse en los mercados más líquidos: la regulación española contribuye a reforzar esta tendencia. Muy importante también es la dureza de la legislación fiscal española comparada con la de los países de nuestro entorno. El problema fiscal frena la salida a bolsa de muchas empresas, restando liquidez a nuestros mercados a la vez que inhibe a muchos inversores.

La protección a los pequeños mercados locales y la complacencia ante la proliferación de los mismos es otra política de realidad virtual.

En la nueva realidad internacional, un mercado de valores no es más que un sistema de comunicaciones para canalizar inversiones. Para competir en la economía mundial de servicios financieros, una bolsa no debe ser una plataforma política o un centro de poder, sino un centro de servicios que ofrece la mayor información, rapidez y eficacia a, los usuarios al menor coste. Debe ofrecer además un gran volumen de negocio, ya que la liquidez es la principal defensa del inversor.

Dado su reducido tamaño y el alto coste del soporte técnico de los servicios bursátiles, no es factible continuar fraccionando el mercado español entre cuatro bolsas, una sociedad de bolsas, dos mercados de productos derivados, un mercado no oficial de renta fija y dos sociedades de liquidación. Tenemos nueve estructuras societarias y nueve centros de proceso de datos, cinco de los cuales de recientísima creación, sin contar el mercado del Banco de España, para soportar un mercado de menos de 5.000 transacciones diarias de compraventa de acciones, bonos y productos derivados.

En el mundo de la realidad real, un mercado español único de acciones, bonos y derivados con un solo soporte técnico tendría posibilidades de sobrevivir. Controlado como hasta ahora desde la realidad virtual, el mercado tiene un futuro sombrío.

La internacionalización de las economías nacionales y de los mercados financieros es un hecho: es la nueva realidad de la década de los noventa. La percepción clásica de ambos pertenece a la realidad virtual, un mundo simplificado que tenemos sólo la ilusión de controlar. Hay que quitarse el casco, aceptar nuestro papel reducido en un mercado agrandado y desarrollar una postura económica que busque aprovechar las nuevas circunstancias en vez de luchar contra ellas.

Gonzalo Rodríguez de Castro fue director general de la Bolsa de Madríd.

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