Tribuna:

Los judíos

¿Qué quiere decir los judíos? Quiere decir que los judíos están ahí. ¿Qué quiere decir ahí? Que están aquí, en la tierra. ¿Qué quiere decir en la tierra? Quiere decir que en toda la tierra; y están desde hace mucho, mucho tiempo y para. todo el tiempo que quede. Renunciar a indagar el misterio de los judíos es renunciar a conocer, en lo posible, el misterio del mundo y, para un cristiano, el misterio del cristianismo, porque "la salvación viene de los hebreos".El judaísmo nace de un hombre, de un solo hombre. Es increíble comprobar cuántas cosas en la historia humana nacen, para bien o para ma...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

¿Qué quiere decir los judíos? Quiere decir que los judíos están ahí. ¿Qué quiere decir ahí? Que están aquí, en la tierra. ¿Qué quiere decir en la tierra? Quiere decir que en toda la tierra; y están desde hace mucho, mucho tiempo y para. todo el tiempo que quede. Renunciar a indagar el misterio de los judíos es renunciar a conocer, en lo posible, el misterio del mundo y, para un cristiano, el misterio del cristianismo, porque "la salvación viene de los hebreos".El judaísmo nace de un hombre, de un solo hombre. Es increíble comprobar cuántas cosas en la historia humana nacen, para bien o para mal, de un hombre. Este hombre se llamó primero Abram, para llamarse luego, cuando fue enviado a su última misión, Abraham, es decir, "padre de una multitud de naciones". De él nacerá un gran pueblo y por él se bendecirán todos los clanes de la tierra; en otras palabras, una asamblea (eso quiere decir sinagoga y ecclesia) de naciones nacerá por él.

Él no era hebreo, era un arameo errante. Hebreo quiere decir precisamente errabundo. Procedía de Ur, en Caldea. De su patria nativa y de su familia fue arrancado por Dios para llevarle a la tierra que le va a dar a él y a sus descendientes, la tierra de Canaan, la tierra "que mana leche y miel". En esa tierra nacerá el embrión del pueblo elegido. Pero la elección de Dios no fue la de un pueblo, que no existía, sino la del hombre, que existía, pero bien misterioso, del que habría de nacer ese pueblo. Abraham creyó en la palabra de Dios y obedeció esa palabra totalmente, sin vacilar en su corazón nunca, ni ante la inmolación de su hijo único, y por ello vino a ser el padre de los creyentes.

La elección de lo que habría de ser, y sigue siendo, el pueblo elegido nace de esa primera elección absolutamente individual, personal. Los avatares de ese pueblo de origen remotísimo, hasta nuestros días, son conocidos históricamente; quiere decirse que, aun siendo fabulosos, no son una fábula, sino algo vivido y conocido históricamente mucho mejor que otras vicisitudes históricas. Es una historia que para los cristianos desemboca en el cristianismo y para los judíos sigue siendo la historia inacabada del pueblo de Israel.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El monoteísmo de Israel, un monoteísmo inédito cuando este pueblo nace históricamente a la vida, ha tenido que luchar a lo largo de los siglos contra todas, incontables, formas de politeísmo, y contra todas las formas, no menos incontables, de agnosticismo y ateísmo. En esta lucha, la fe judía ha sufrido la erosión que sufre toda creencia trascendental como el cristianismo, pero, como éste, también el judaísmo, en su esencia y en su misión histórica humana y sobrehumana, se mantiene vivo, muy vivo.

Esa lucha heroica de la fe judía en preservar su fidelidad originaria contra toda desviación y adulteración, venida de fuera o de dentro, esa fe en su misión salvífica, en la integridad de su mensaje divino y humano, constituye una aportación admirable del pueblo judío a la historia de la humanidad.

Esa fe en un solo Dios, contra el politeísmo reinante de los dioses y las diosas, en un Dios de amor que engendra por amor la filiación divina del hombre, todo eso contribuye a la inmensa deuda de la humanidad, de todo hombre, con la fe del pueblo judío.

La lucha de este pueblo para defender el depósito de su fe ha sido constante desde sus orígenes hasta nuestros días. Con su fundamentalismo, sus errores y sus compromisos y concesiones, como corresponde a una tan grave aventura de la vida, es absolutamente imposible relatarla, pero quizá sí referirse a sus dos momentos cruciales: su enfrentamiento con el helenismo y, sobre todo, su confrontación con el cristianismo.

La primera fue terrible por que la implantación del helenismo, no solamente en Grecia y Asia Menor, sino también en el Imperio Romano, que se había hecho dueño de todo el mundo mediterráneo, fue a vida o muerte. La teología, la filosofía, la poesía, el teatro, las artes, todo estaba impregnado, penetrado, ganado por el helenismo en todas sus formas y en toda su perfección y grandeza. Como no se puede penetrar en el tema, baste recordar que a san Agustín, uno de los más grandes hombres del cristianismo, antes de su conversión y ya en la decadencia del Imperio Romano, los textos bíblicos le parecían desdeñables ante la belleza de la literatura de Cicerón, impregnada de helenismo.

Pero lo que más importa es el enfrentamiento de la fe judía, la fe mosaica, con el cristianismo. Este tema, si se le suma el paganismo, siempre presente en el sentir y pensar del hombre y tan contrario al judaísmo como al cristianismo, llena cultural y religiosamente los 20 siglos de historia que están llegando a su término.

Jesucristo, ese ser bien misterioso que trae al mundo la religión más profunda y bella de la historia, es hijo, quiere decirse descendiente, de la estirpe del rey David, la personalidad quizá más extraordinaria y más grande de la historia. Pues bien, la madre y el padre putativo de Jesús son judíos y de la más pura raza, como era la davídica, que viene directamente de Abraham. Luego Jesucristo, humanamente, genésicamente, verdaderamente, es un judío; que predica la nueva fe judía en el templo de Salomón, en las si nagogas y exclusivamente al pueblo judío, esto es sabido, como también lo es que todos los apóstoles sin excepción son judíos y que, al principio, se ex tiende la predicación sólo a los judíos, y solamente más tarde, ante el rechazo de gran parte de éstos, es cuando se extiende a los paganos.

El templo de Salomón, centro y corazón de la fe judía, es destruido 70 años más tarde del nacimiento del Señor por los romanos, que eran los que le habían dado muerte conforme a la ley romana, instigados por un pequeño grupo de judíos fanatizados. Entonces se produce la gran diáspora, pero ésta había empezado mucho antes. Ya en el siglo II antes de Cristo dice de los judíos la Sibila: 'La tierra está llena de su raza y también el mar". Y Estrabón, en tiempos de Augusto: "Han invadido todas las ciudades y difícilmente se podría encontrar un lugar en donde este pueblo no haya sido acogido y no se haya convertido en su dueño".

El cristianismo triunfante, después de una lucha cruelísima con el imperio romano-bizantino, tendrá que luchar en la Europa cristianizada, interna y teológicamente con el judaísmo, y bélicamente con el islamis expansióno en su prisión política y militar por el norte de África, España y el este de Europa.

Es absolutamente imposible relatar todas las persecuciones, expulsiones y vejaciones sufridas por el pueblo judio, aunque naturalmente sin que ese pueblo esté exento de toda culpa. La persecución nazi sobrepasa toda crueldad y todo horror. Ahora, después de la destrucción del templo, en el año 70 después de Cristo, tienen los judíos su pequeña patria en la tierra "que mana leche y miel" y que fue el gran reino de Salomón, que se extendía desde Egipto, hasta Siria. Pretender el monopolio de Jerusalén, la Ciudad Santa, pero santa no sólo para la religión judía, sino también para la cristiana, porque en la tierra prometida nació nuestro señor Jesucristo, que anduvo por toda ella y fue juzgado y condenado a muerte de cruz en Jerusalén, donde recibió sepultura y resucitó, es injusto para los cristianos y para el islam, que tiene también su conexión. teológica con Jerusalén.

Pero lo que es ahora importante, después de largos enfrentamientos de las dos religiones, que han estado y están todavía tan cerca y tan lejos, es, después

Pasa a la página siguiente

Viene de la página anterior

del Concilio Vaticano II, marcar el cambio profundo de la Iglesia católica en este viejo y enconado tema entre judíos y cristianos o, como dice el concilio, "esta larga historia del odio entre ellos", olvidando o menospreciando la clara doctrina de san Pablo sobre el drama judeo-cristiano que él, un puro judío fariseo -como proclamaba con orgullo-, vivió en su carne, llegando a decir: "Pues por el bien de mis hermanos, los de mi raza y sangre, quisiera ser yo mismo un proscrito, lejos del Mesías".

Resumiendo drásticamente el texto conciliar se puede decir: Israel no ha sido rechazado fuera de la elección, y así san Pablo se pregunta: "¿Habrá Dios desechado a su pueblo? ¡Ni pensarlo!, Dios no ha rechazado a su pueblo, que Él eligió". En el Nuevo Testamento no hay un enfrentamiento entre judíos y paganos, sino entre judíos creyentes y no creyentes en Jesús, el Mesías. El cristianismo nace como un fenómeno absolutamente interno dentro del pueblo judío, por eso el mismo Jesús dice: "La salud viene de los judíos". Y el Papa reinante dirá del pueblo judío: "Son el pueblo de Dios, de la antigua alianza". La alianza del Sinaí es una alianza que nunca ha sido denunciada por, Dios, porque, como dice san Pablo, Ios dones y la llamada de Dios son irrevocables".

Nada más y nada menos. El viejo olivo de la fe es uno y es único. Las raíces son judías, las ramas injertadas, cristianas. Esto es lo que se sabe; el tiempo dirá, a su tiempo, la última palabra. Lo mismo en el Antiguo que en el Nuevo Testamento, la raíz del tronco único que penetra y da vida a ambos textos es el amor y solamente eso. Y el amor, más tarde o más temprano, siempre une, nunca separa.

Antonio Garrigues Díaz-Cañabate es embajador de España.

Archivado En