Cartas al director

Fronteras

Es impresionante comprobar cómo, a finales del siglo más tecnológicamente innovador y avanzado, cuando han aumentado increíblemente las posibilidades que elevan al ser humano por encima de sus limitaciones, hay todavía cónceptos absolutamente innecesarios e injustificables, en cuyo nombre el propio hombre comete desde torpezas económicas, sociales y políticas hasta los crímenes más abominables.Uno de ellos, quizá el de mayores consecuencias por su ámbito de actuación y la extensión de los problemas que causa, es el concepto de frontera y su inevitable derivado, el nacionalismo. En el transcurs...

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Es impresionante comprobar cómo, a finales del siglo más tecnológicamente innovador y avanzado, cuando han aumentado increíblemente las posibilidades que elevan al ser humano por encima de sus limitaciones, hay todavía cónceptos absolutamente innecesarios e injustificables, en cuyo nombre el propio hombre comete desde torpezas económicas, sociales y políticas hasta los crímenes más abominables.Uno de ellos, quizá el de mayores consecuencias por su ámbito de actuación y la extensión de los problemas que causa, es el concepto de frontera y su inevitable derivado, el nacionalismo. En el transcurso de la historia tenemos múltiples y variados ejemplos que nos hacen saber que las fronteras han sido siempre el producto de conveniencias (de ahí, convencionales), cuando no el resultado de la confluencia de diversos factores producidos por el azar. Además, no ha existido nunca una frontera cuya duración haya sido no ya permanente, sino siquiera mínimamente estable, habiendo estado sujetas en todo caso a las variaciones de poder entre los grupos humanos que las han definido. Sin embargo, la inmensa mayoría de los conflictos que en el mundo han sido comenzaron en su nombre' (disputas territoriales entre Estados, guerras civiles). Sólo por eso la humanidad debería haber comprendido hace tiempo la urgente necesidad de terminar con el estado de cosas que provocan las fronteras, las definiciones nacionales (para mí no son más que meras definiciones ideales, sin manifestación real), y las generalizaciones a que dan lugar ("todos" los catalanes son avaros, "todos" los madrileños son chulos, "todos" los negros se drogan o "todos" los gitanos son ladrones).

Pero no, cuando las naciones, digamos "estables", buscan ávidamente la integración económica y política en clubes, con la sana intención de eliminar barreras y mejorar los niveles de vida de sus ciudadanos mediante un más óptimo aprovechamiento de los recursos de que disponen, el nacionalismo continúa haciendo su agosto de muy diversas maneras. Ejemplos como el del terrorismo (vasco, corso o irlandés), las diferenciaciones lingüísticas y culturales que complican de modo absolutamente artificial la comunicación entre los grupos humanos dentro del mismo entorno político (Cataluña) o, por fin, las guerras nacionalistas, que actualmente se están cobrando infinidad de vidas tanto en la vieja Europa como en el resto de los continentes, son fenómenos que no por odiosos dejan de ser analizables y, en último término, "comprensibles" desde el método científico, y a ello deberían dedicarse los máximos esfuerzos, con el objetivo de eliminarlos totalmente de la faz de la Tierra.

Mientras no ataquemos la base ideológica, anulando las fronteras y los nacionalismos sin sentido, permanecerá el sustrato que engaña a los hombres y los embarca en diatribas de las que sólo obtienen beneficio último los políticos. No debemos olvidar que cuanto mayor sea el número de países independientes, mayor será también el número de congresos y senados, de ministros y de presidentes. A ellos seguramente no les debe importar demasiado.-

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