Editorial:

Anguita y Sartorius

AL MARGEN de su desenlace final, la crisis surgida en Izquierda Unida (IU) en torno al voto de sus parlamentarios sobre el Tratado de Maastricht demuestra las insuficiencias de la perestroika de los comunistas hispanos. Cuando Achille Occhetto inició en Italia la reflexión sobre las causas del desastre, poco después de la caída del muro de Berlín, Anguita explicó que aquí no hacía falta ninguna medicina italiana: su partido se había adelantado a todos los demás creando Izquierda Unida, respuesta cabal a la degeneración estalinista. Ahora se ve que exageraba.La política desplegada por el...

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AL MARGEN de su desenlace final, la crisis surgida en Izquierda Unida (IU) en torno al voto de sus parlamentarios sobre el Tratado de Maastricht demuestra las insuficiencias de la perestroika de los comunistas hispanos. Cuando Achille Occhetto inició en Italia la reflexión sobre las causas del desastre, poco después de la caída del muro de Berlín, Anguita explicó que aquí no hacía falta ninguna medicina italiana: su partido se había adelantado a todos los demás creando Izquierda Unida, respuesta cabal a la degeneración estalinista. Ahora se ve que exageraba.La política desplegada por el partido comunista (y por Izquierda Unida) es democrática: aceptación del marco liberal y pluralista establecido por la Constitución. Pero ya lo era antes de que a alguien se le ocurriera la idea de presentarse a las elecciones con una etiqueta, IU, diferente a la de comunista, que se estaba desacreditando a la vista de lo que sucedía en Europa del Este y la URSS.

Lo que nunca ha estado claro es si esa adaptación pragmática en el terreno político iba o no acompañada de una revisión de todos los dogmas inspiradores del sistema caído con el muro. Por ejemplo, la idea de que es necesario superar la economía de mercado y sustituirla por otro modo de producción y régimen de propiedad, y la que, en función de lo anterior, desconfía del proyecto de unidad europea por considerarlo una maniobra de las multinacionales y el gran capital.

Al oponerse a Maastricht, Anguita se amparaba legítimamente en esa desconfianza. Pero al hacerlo entorpecía la posibilidad de influir desde una perspectiva de izquierda sobre un proceso que de todas formas va a marcar los próximos años. Ello es especialmente cierto en España, donde las ideas de progreso y democracia se identifican desde hace décadas con las de Europa.

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A lo anterior se ha añadido la incoherencia organizativa: el mismo Anguita que se opuso a la transformación de IU en un partido (pues ello implicaría la disolución del PC) trata de imponer un funcionamiento centralizado, de partido, sobre una cuestión que divide radicalmente a los socios de la coalición. La cuestión no era si Sartorius debía o no dimitir -desde luego, lo que no puede es votar la postura contraria a la que públicamente ha defendido-, sino si era inevitable llegar a donde se ha llegado. Especialmente si se tiene en cuenta que Iniciativa per Catalunya, socio de IU, que disfruta de soberanía política, se ha pronunciado en el mismo sentido que la minoría que representa Sartorius. El sentido común diría que no, y que era preciso algún compromiso similar al que se ha llegado. Al final parece que se ha impuesto un equilibrio pactado al menos a corto plazo.

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