Editorial:

Sangre y fuego

NO TODO son malas noticias. Las estadísticas referentes a dos de los grandes males veraniegos, los accidentes de tráfico y los incendios forestales, aportan en el presente año datos alentadores: el número de muertos en las calles y carreteras ha descendido en un 10% con respecto al año anterior -un total de 3.437 personas- y los incendios han arrasado 68.134 hectáreas, un tercio de la superficie quemada en 1991. Son datos referidos a los ocho primeros meses del año.En lo que atañe al tráfico parece indudable que la conjunción de una mejora de la red viaria, la mayor conciencia del problema por...

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NO TODO son malas noticias. Las estadísticas referentes a dos de los grandes males veraniegos, los accidentes de tráfico y los incendios forestales, aportan en el presente año datos alentadores: el número de muertos en las calles y carreteras ha descendido en un 10% con respecto al año anterior -un total de 3.437 personas- y los incendios han arrasado 68.134 hectáreas, un tercio de la superficie quemada en 1991. Son datos referidos a los ocho primeros meses del año.En lo que atañe al tráfico parece indudable que la conjunción de una mejora de la red viaria, la mayor conciencia del problema por parte del usuario y la entrada en vigor -el pasado 15 de junio- de las nuevas normas de circulación, más severas pero también mejor aceptadas por la mayoría, han conseguido disminuir ese terrible número de muertos que superan los 6.000 anuales. La denostada e insustituible "civilización del petróleo" tiene entre sus baldones más espectaculares el número de víctimas- que provoca. Frente a ello sólo cabe oponer un uso más sensato de los vehículos mecánicos, una mejor infraestructura viaria y una normativa que favorezca la seguridad y se muestre implacable con quienes la incumplen arbitrariamente. La recientísima entrada en vigor del uso obligatorio del casco en todo tipo de motocicletas y lugares puede coadyuvar a que las cifras finales del año sean aún más esperanzadoras.

Los incendios forestales, por su parte, y con la excepción de la Comunidad Valenciana, han situado la superficie quemada en un 66% menos que en 1991. En su caso, las razones están indisolublemente unidas a los medios económicos y tecnológicos utilizados para combatirlos y cuantificarlos. Sin duda, la cada vez más extendida conciencia medioambiental entre los ciudadanos es un dato a valorar prioritariamente, pero también la posibilidad de sofocarlos con presteza y, al parecer, medir con precisión su extensión. El sistema de posicionamiento global por satélite utilizado por el Icona permite medir con exactitud la superficie arrasada y sitúa el problema en sus justas dimensiones.

Menos víctimas mortales por accidentes y menos hectáreas incendiadas son, de momento, datos alentadores, del talante vital de la ciudadanía.

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