Editorial:

El poder y el debate

NO PARECE que, al menos de momento, vayan a cumplirse las esperanzas de algunos líderes conservadores en una descomposición del PSOE similar a la que acabó con el quinquenio de gobierno de la UCD. Del desarrollo de la reunión del Comité Federal celebrada este fin de semana puede deducirse, no obstante, que las inevitables querellas surgidas tras 10 años de gobierno tienden a expresarse más en términos de poder que estrictamente ideológicos. De hecho, apenas existe discusión entre las distintas tendencias socialistas sobre qué hacer desde el poder. El fenómeno tiene seguramente que ver con el d...

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NO PARECE que, al menos de momento, vayan a cumplirse las esperanzas de algunos líderes conservadores en una descomposición del PSOE similar a la que acabó con el quinquenio de gobierno de la UCD. Del desarrollo de la reunión del Comité Federal celebrada este fin de semana puede deducirse, no obstante, que las inevitables querellas surgidas tras 10 años de gobierno tienden a expresarse más en términos de poder que estrictamente ideológicos. De hecho, apenas existe discusión entre las distintas tendencias socialistas sobre qué hacer desde el poder. El fenómeno tiene seguramente que ver con el desdibujamiento de las ideologías producido estos últimos años. Si se manifiesta de manera más perceptible entre los socialistas es porque siguen siendo los que tienen más poder. Pero no es algo exclusivo. El poder crea una fuerte dependencia y a la necesidad de permanecer en él se sacrifican otros posibles objetivos.La otra esperanza de los conservadores es que Felipe González se retire. La intuición de los estrategas del Partido Popular de que ese factor pueda resultar decisivo en la decantación de la mayoría electoral tiene ahora fundamento: si son certeros los sondeos que esgrime la derecha, la actual distancia entre socialistas y populares podría anularse en el caso de que el presidente del Gobierno decidiera no acudir a la cita electoral. Ese factor no puede dejar de influir en cualquier debate interno en el partido gobernante. Ya el fallido intento del Programa 2000 demostró la dificultad de dinamización ideológica desde arriba en un partido que no ve en riesgo inminente su posición mayoritaria.

En la lógica compartida por todos los sectores del PSOE agrupados en tomo al liderazgo de González -todos menos Izquierda Socialista- cualquier debate ideológico deberá ser de tal naturaleza que evite la desestabilización del actual sistema interno de poder, incluido el equilibrio entre el Gobierno y el partido y el papel arbitral de González en ese equilibrio. Dicho de otra manera: la pista que el presidente pueda dar con el nombramiento del nuevo ministro de Exteriores puede resultar más trascendente para la orientación futura del PSOE que todas las votaciones del Comité Federal. De ahí las vacilaciones que a veces parecen transmitir los llamados renovadores.

El texto por ellos presentado y finalmente retirado era paralelo, no contrapuesto, al que iba avalado por el aparato guerrista. Es propio de todo aparato partidista estar dispuesto a avalar cualquier proyecto con tal de que se garantice que será el propio aparato quien gestionará su aplicación. La insistencia en el tema de Europa como eje político y no sólo económico es una orientación que corresponde más bien a los renovadores, pero desde el momento que fue, hecho suyo por el presidente nadie ha osado nunca discutirlo. Por otra parte, las diferencias que oponen a renovadores y guerristas se refieren más a aspectos de talante personal que a divergencias políticas claramente manifestadas. La retirada del documento que se identifica con el llamado clan de Chamartín -Leguina, Solana, Maravall, Almunia, etcétera- tiene que ver seguramente con su temor a que se forzase una votación alternativa entre ese documento y el preparado por. la Ejecutiva. Pero también con las exhortaciones de Felipe González a la concordia. Unas exhortaciones que, muy en consonancia con su papel arbitral, han repartido consuelo por igual a los que esperaban apelaciones al pluralismo y a los que las preferían referidas a la necesidad de mantener la disciplina.

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El mensaje político central de González ha sido que la convergencia con Europa no es un programa de partido, sino nacional, y que había que intentar asociar a él a otras fuerzas políticas y sociales y a la mayoría de la población. Pero para que ese mensaje resulte creíble es preciso comenzar por demostrar capacidad para aglutinar en la acción a los sectores que se mueven dentro del poder socialista. González ha enfatizado que se equivocan aquellos que se limitan a pesar la fuerza de sus argumentos por una estrecha contabilidad de mayorías y minorías y ha alentado a todos los dirigentes socialistas a que expresen sus puntos de vista de forma abierta. Pero la cuestión que nunca acaba de quedar clara es la finalidad misma del debate político en el seno del PSOE. Porque al final todo parece limitarse al veredicto del propio González y a qué proporción de los argumentos de cada uno queda amparada por el paraguas del presidente.

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