Tribuna:

Hoyo y bollo

El negocio de los velatorios, embalsamamientos, enterramientos y cremaciones va perdiendo su tradicional pompa para adquirir apariencias de jolgorio funerario. Si la vida es divertida, ¿por qué no va a serlo también la muerte? El trabajo de aquellos lúgubres y enlutados directores pasó a manos de radiantes señoritas que promocionan y ofrecen los mejores servicios y atracciones en el gran parque espiritual.La ciudad de Santander, cuyo cementerio quedó saturado hace años, va a invertir 4.500 millones de pesetas en la construcción de una necrópolis-jardín donde, según el proyecto, "se conjugan la...

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El negocio de los velatorios, embalsamamientos, enterramientos y cremaciones va perdiendo su tradicional pompa para adquirir apariencias de jolgorio funerario. Si la vida es divertida, ¿por qué no va a serlo también la muerte? El trabajo de aquellos lúgubres y enlutados directores pasó a manos de radiantes señoritas que promocionan y ofrecen los mejores servicios y atracciones en el gran parque espiritual.La ciudad de Santander, cuyo cementerio quedó saturado hace años, va a invertir 4.500 millones de pesetas en la construcción de una necrópolis-jardín donde, según el proyecto, "se conjugan la naturaleza y las realizaciones artísticas con estanques, fuentes, esculturas, cafeterías, boutiques, un centro aconfesional y otras realizaciones".

Entre esas realizaciones se incluye, por supuesto, una "modernísima incineradora de cadáveres", primera en la comunidad cántabra, que mantendrá disponible el acomodo para 80.000 cuerpos todavía reacios a la cremación.

En Alicante funciona a pleno rendimiento una macrofuneraria llamada comercialmente La Siempre Viva. Sus instalaciones fueron diseñadas con tecnología avanzada y el máximo confort. No tienen nada que envidiar a las célebres funeral homes de California. En Valencia, por no citar más ejemplos, se anuncia por radio una paradisiaca urbanización para el reposo eterno, donde los pájaros trinan, silba el viento entre los árboles y no hay sobresaltos de tracas ni petardos.

Resignados al inhumano deterioro de las ciudades, depositamos ahora nuestra ambición en la fantasía de asegurarnos un entorno de silencio y paz idílicos que, prohibido durante la existencia, será asequible cuando ya no existamos. Habríamos, pues, de proclamar: el vivo al sucio hoyo y el muerto al rico bollo, y no al revés.

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