Tribuna:

De este lado del muro

Hay muros que se pueden derribar en unos días. Son los hechos de piedra y ladrillo, que se abaten fácilmente por la voluntad y por la fuerza. Pero hay otros muros que no se pueden destruir en unas horas. Son aquellos construidos por bloques ideológicos y conceptuales, por la confianza y el temor que permanecen inamovibles en la consciencia del hombre, y que dividen, y ocultan y separan.Estoy escribiendo esta carta en nombre de muchos de mis conciudadanos que viven en los Estados independientes que se han creado en las tierras de lo que fuera la URSS. Por razones muy fáciles de comprender, yo l...

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Hay muros que se pueden derribar en unos días. Son los hechos de piedra y ladrillo, que se abaten fácilmente por la voluntad y por la fuerza. Pero hay otros muros que no se pueden destruir en unas horas. Son aquellos construidos por bloques ideológicos y conceptuales, por la confianza y el temor que permanecen inamovibles en la consciencia del hombre, y que dividen, y ocultan y separan.Estoy escribiendo esta carta en nombre de muchos de mis conciudadanos que viven en los Estados independientes que se han creado en las tierras de lo que fuera la URSS. Por razones muy fáciles de comprender, yo les sigo considerando mis compatriotas como antes. Nuestro destino histórico común nos ha unido con lazos tales que ninguna fuerza desintegradora es capaz de romper, y continuaremos sintiendo esos lazos por mucho tiempo.

Ahora, de lo que menos deseo hablar es de política. El tema es la humanidad y la compasión humana. Sus hombres y mujeres, los ancianos, los niños, son seres humanos como vosotros. Y, como vosotros, necesitan comprensión y respeto, calor y cuidado; necesitan para sus vidas un tipo de estructura que les permita llevar existencias dignas de la mejor forma posible.

Cualquier razonamiento sobre este tema tiende hacia la abstracción si no se le considera en el contexto de la realidad del destino humano. Si no se le relaciona con la auténtica manera en la que el ser humano vive y respira, se enfrenta a la alegría y a la desesperanza, lucha por la libertad incluso cuando le rodean muros de indiferencia sin salida.

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Yo he visto todo esto y me gustaría que vosotros también lo vierais. Durante estos últimos días en Georgia, mi tierra natal, una de las repúblicas de la ex Unión Soviética, me he mirado en los ojos de la desdicha y me ha tocado muy a fondo su desesperanza. La desesperación de las madres que ni siquiera pueden comprar un vaso de leche para sus hijos; y la de los ancianos que no tienen a nadie en quien apoyarse. Pero lo que más me ha conmovido es ese reflejo de adulta tristeza en la mirada de los niños, que ya saben lo que es vivir en un mundo de constante terror y privaciones.

Nadie les puede explicar por qué la indiferente rueda de la historia tiene que pasar por encima de sus almas y pisar sus destinos. Tampoco la explicación racional sobre el ciclo histórico que ha acabado con el último imperio mundial les sirve de consuelo. Uno no les puede pedir mayor tolerancia por más tiempo en el nombre de un futuro radiante por el que tendrán que pagar con sus propias vidas.

En estos días pienso no sólo en ellos. Mis pensamientos se vuelven también hacia vosotros. Recordando todo lo que hemos hecho para derribar el muro de Berlín, para superar el desmembramiento del continente, para reunificar Alemania, para liberar los pueblos de la Europa del Este de modo que su vida no se vea ensombrecida por la amenaza de la guerra, pienso en el precio que la gente de la antigua Unión Soviética, mi gente, tiene que pagar por ello.

Las deudas de la historia son pagadas por los países y los Gobiernos, pero en último término es siempre el pueblo el que sufre. Y en este caso, el sufrimiento podría ser tan grande que, llegado a un punto crítico, podría, por reflejo, causar un impacto destructivo también sobre vuestro cálido y próspero mundo.

Pensad en ello y ayudadnos a superar esas adversidades.

En el nombre del futuro de vuestros propios hijos, ayudad a la gente que ha acabado con el yugo del totalitarismo. Compartid un poco vuestra calidez, simpatía, y bienestar. En otras palabras, contribuid a la causa del progreso y de la prosperidad.

En mi patria he creado el Fondo de Renacimiento y Democracia de Georgia. Me haría muy feliz si mis amigos en los países de Europa y de todo el mundo apoyaran esta iniciativa.

Hoy, cuando la idea de una comunidad humana está triunfando, cuando se está creando un mundo sin fronteras ni murallas, yo os llamo a derribar el último muro, el muro de la indiferencia. No nos pongáis barreras que separan; mirad hacia el otro lado del muro que está siendo destruido. Sólo después de ver lo que se oculta bajo sus escombros -vacío político, caos económico, inseguridad en la existencia de tanta gente- podremos dar el paso siguiente hacia un mejor futuro para todos los pueblos.

es presidente del Consejo de Estado de Georgia.

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