LAS CUATRO ESTACIONES

Chamartin, quiero y no puedo

En la gran terminal ferroviaria abundan los contrastes, como en el resto de la ciudad

La sala Raíl Club, de la estación de Chamartín, viene a ser como una iglesia en medio de una discoteca. Cuatro o cinco usuarios descansan en sillones mullidos con derecho a café o refresco y prensa gratis. ¿Algo más, señor? Gracias, puede retirarse, señorita. Todo ello en una especie de susurros confidenciales. Una calma que contrasta, al salir, con el marasmo de estudiantes, ejecutivos y mochileros que pululan por el vestíbulo.

En el Raíl Club -pronúnciese clab para no desentonar-, la señorita de pelo recogido asiente al viajero y dice que por la mañana la sala ofrece una imagen...

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La sala Raíl Club, de la estación de Chamartín, viene a ser como una iglesia en medio de una discoteca. Cuatro o cinco usuarios descansan en sillones mullidos con derecho a café o refresco y prensa gratis. ¿Algo más, señor? Gracias, puede retirarse, señorita. Todo ello en una especie de susurros confidenciales. Una calma que contrasta, al salir, con el marasmo de estudiantes, ejecutivos y mochileros que pululan por el vestíbulo.

En el Raíl Club -pronúnciese clab para no desentonar-, la señorita de pelo recogido asiente al viajero y dice que por la mañana la sala ofrece una imagen engañosa. "Cada vez hay menos categoría y señorío, porque la gente puede pasar con sólo enseñar la tarjeta de Renfe. Así que muchos pasan y se toman el café todos los días por la cara". De tal forma que a las diez de la noche el Rail, según un empleado, parece una tasca en vez de un club con estilo anglosajón.Abundan los contrastes de ricos y pobres como en el resto de la ciudad. Entran en un vagón dos calcetines blancos aplastados por unos vaqueros de marca Cimarron al mismo tiempo que en el andén más cercano sale de otro vagón una corbata roja de Armani que estrangula un cuello empapado de Cacharel. Con los 700 empleados también: la distancia va desde las 100.000 pesetas brutas que gana un peón de Renfe hastas las que gane el gerente, que no quiso confesarlo.

Si hay algún sinónimo de centralismo en la capital de España, además del kilómetro cero, ése es la estación de Chamartín. Casi todas las ciudades de España están comunicadas con Madrid a través de sus 36 vías.

Miniciudad

Sesenta concesiones que facturan 4.000 millones de pesetas al año hacen de ella una miniciudad, con hotel de cuatro estrellas incluido. Sus 400 habitaciones se hallan casi siempre repletas. En la misma estación hay un restaurante donde cuesta 5.000 pesetas almorzar al lado de ejecutivos de quiero y no puedo, porque si pudieran tal vez las pagarían en Barajas o esperarían a que llegara el AVE (marca del tren español de alta velocidad) para almorzar.No falta siquiera el famoso cuarto de asistencia a la joven, destino de los más desarrapados. Funciona así: la chica se baja del tren y deja las tres o cuatro maletas en consigna. Va a la isleta de información y pregunta dónde hay pensiones baratas o algún sitio donde comer gratis. "Siga usted recta hasta la puerta donde pone Squash y, una vez allí, tuerza a la izquierda", le pueden responder. Al lado de la entrada a las pistas, justo en una esquina de la estación, hay un departamento con el rótulo "Asistencia a la joven". Una monja atiende allí a drogadictas, paradas y a muchas inmigrantes.

Las hermanas trinitarias llevan 12 años en Chamartín. Han recuperado hijos, han encontrado trabajo para ellas y les han facilitado asistencia jurídica y sanitaria. Hace años las monjas salían a los andenes, pero ahora reciben a las chicas en un cuarto donde se ven dos o tres carteles de esos que pretenden animar a vivir y otro que prohíbe fumar.

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Arriba, en las terrazas de Chamartín, ancianos paseantes habituales y patinadores con vestimenta de Estados Unidos. Abajo, por la mañana, muchos ejecutivos; por la tarde, mochileros. Y el nuevo gerente, Sebastián Serrano, tomando café cada día en un sitio de la estación para comprobar si la calidad se ajusta al precio. ¿Y se ajusta? "Psssssí", dice.

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