Editorial:

Protestas en Serbia

LA MANIFESTACIÓN del lunes pasado en Belgrado y las protestas de los estudiantes en los días siguientes han sido un testimonio claro de que crece una oposición política de masas a Slobodan Milosevic, presi dente de la república de Serbia y jefe del partido socialista (ex comunista), que sigue ejerciendo un po der casi absoluto. El Gobierno hizo todo lo posible para asustar a la población e impedir que participa se en el acto convocado por los partidos de la oposición. En esas condiciones, la concentración de varias decenas de miles de personas reflejaba una voluntad clara y muy extendid...

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LA MANIFESTACIÓN del lunes pasado en Belgrado y las protestas de los estudiantes en los días siguientes han sido un testimonio claro de que crece una oposición política de masas a Slobodan Milosevic, presi dente de la república de Serbia y jefe del partido socialista (ex comunista), que sigue ejerciendo un po der casi absoluto. El Gobierno hizo todo lo posible para asustar a la población e impedir que participa se en el acto convocado por los partidos de la oposición. En esas condiciones, la concentración de varias decenas de miles de personas reflejaba una voluntad clara y muy extendida de poner fin al actual sistema de poder.El hecho merece ser subrayado por dos razones esenciales: primero, porque indica un cambio muy significativo ante lo que puede ocurrir en Serbia en los próximos años. Y, en segundo lugar, porque, en las negociaciones sobre el futuro de las repúblicas ex yugoslavas (que se intensificarán con la llegada de los cascos azules el mes próximo), la voz de Serbia tiene un peso enorme; y es importante saber que Milosevic, en la medida en que crezca la contestación dentro de Serbia, no podrá hablar con la misma petulancia y seguridad que ha empleado hasta ahora, como si sus palabras expresasen la opinión unánime de todos los serbios.

Aunque su mentalidad y sus formas de gobernar responden a la tradición comunista más estricta, Milosevic tuvo la habilidad, cuando el hundimiento del llamado "socialismo real" en Europa se hizo evidente, de dar un giro brusco y de tomar en sus manos con audacia la bandera del ultranacionalismo serbio. Con una represión brutal en Kossovo y con maniobras y presiones en Voivodina, anuló la autonomía de esas provincias y empezó la marcha hacia la Gran Serbia. De esta forma logró un apoyo extraordinario, incluso de sectores anticomunistas, porque aparecía como el liquidador de la política de la etapa de Tito, que había reforzado el papel de otras repúblicas para rebajar la tradicional hegemonía de Serbia en Yugoslavia. Durante el auge nacionalista encabezado por Milosevic, incluso los intelectuales disidentes, que habían sido perseguidos por el Gobierno comunista, silenciaron sus criticas. Ese nacionalismo dio una base amplia a la respuesta militar y agresiva de Be1grado a las proclamaciones de independencia de Eslovenia y de Croacia.

Pero hoy, después de la guerra, las cosas están cambiando. En las manifestaciones de Belgrado, la demanda central era la democratización del país, la dimisión del presidente Milosevic y una libertad efectiva de los medios de comunicación, controlados por el Gobierno con métodos que violan los principios democráticos más elementales. Aunque Milosevic -con el cinismo que le es propio- presenta la llegada de los cascos azules como un éxito de su política, cada vez es mayor el número de personas que toman conciencia de los horrores sin nombre que ha causado su gestión. El elevado número de desertores fue el primer indicio de que la guerra no había despertado los entusiasmos supuestos entre la juventud serbia. Su absurdo intento de mantener Yugoslavia como bandera manejada por los serbios para su política exterior ha fracasado: sólo Montenegro ha aceptado proseguir la relación federal con Serbia. El poder en Belgrado, ciertamente, sigue en manos de Milosevic; dispone de un aparato represivo y militar considerable. Pero no menos cierto es que ahora entra en una nueva etapa en la que tendrá que hacer frente a obstáculos considerables. Todo permite deducir que pagará el gravísimo error de haber lanzado al país a la guerra. Las movilizaciones de Belgrado lo confirman.

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