Expulsados de su tierra y de la vida de sus hijos

Esposas de los palestinos condenados a la deportación denuncian la ilegalidad de la decisión

Ramallah, pequeña localidad palestina a sólo una hora de Jerusalén, tiene un aire apacible y somnoliento bajo el sol de invierno. Un destartalado autobús cruza la ciudad llevando a un grupo de periodistas y a una cincuentena de mujeres israelíes que han venido para expresar su solidaridad a las esposas de los palestinos amenazados de expulsión por las autoridades militares. Su única esperanza es el recurso planteado ante la Corte Suprema.En la sala de estar de la familia Jatib, tres jóvenes esposas palestinas relatan su decepción pausadamente, sin aspavientos.

"Las autoridades is...

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Ramallah, pequeña localidad palestina a sólo una hora de Jerusalén, tiene un aire apacible y somnoliento bajo el sol de invierno. Un destartalado autobús cruza la ciudad llevando a un grupo de periodistas y a una cincuentena de mujeres israelíes que han venido para expresar su solidaridad a las esposas de los palestinos amenazados de expulsión por las autoridades militares. Su única esperanza es el recurso planteado ante la Corte Suprema.En la sala de estar de la familia Jatib, tres jóvenes esposas palestinas relatan su decepción pausadamente, sin aspavientos.

"Las autoridades israelíes aseguran que mi marido es un peligro para el orden público. ¿Qué orden? ¿El de una ocupación militar que dura ya 25 años?", se pregunta una joven esposa. "Mi marido es un intelectual, no un terrorista. Ha sido condenado a la detención administrativa en varias ocasiones, pero jamás por un tribunal. ¿Por qué? Porque no tienen ninguna prueba para acusarle. El decreto de expulsión llegó cuando mi marido estaba en la cárcel. ¿Cómo estando en prisión se le considera responsable de lo que ocurre en el exterior?", añade con desesperación.

Alí Faris Jatib tiene 29 años; su esposa, Khittan, 28. Tienen una niña de un año y ambos son licenciados por la Universidad de Bir Zeith. "Mi marido fue interrogado día y noche en la prisión durante dos meses. Luego, en marzo del año pasado fue condenado a nueve meses de detención administrativa. Hace unas semanas me anunciaron que su pena se había reducido un mes. Pero de repente deciden expulsarle. ¿Para qué? Para cerrarnos la boca. Pero no nos lamentaremos. Nuestra vida es negra, pero queremos dejar a las generaciones futuras una vida libre".

Jalida Jarrar es una economista de 28 años. Su marido, Hasan, de 31, es sociólogo. Tienen tres hijos, la mas pequena de sólo 19 semanas. "Mi marido ha pasado varios meses de prisión preventiva en diversas ocasiones. Nunca hubo procesos, y su abogado nunca ha podido disponer de un informe completo. Sólo los funcionarios que le han condenado han tenido acceso a las acusaciones secretas formuladas por el Shin Beth [servicio de segunidad interior]". Jalida recuerda: "Cuando mi primera hija nació, mi marido se encontraba en prisión. Hace 19 semanas, cuando nació la pequeña, estaba de nuevo en la cárcel. Ahora va a ser expulsado probablemente por vanos años. El único crimen de mí marido es querer que nuestro pueblo viva libremente, sin ocupación extranjera. ¿Quién tiene derecho a condenar a mis tres hijos a vivir sin padre?".

Bruscamente, una joven palestina interrumpe a Jalida y anuncia que el Ejército acaba de imponer el estado de sitio en Ramallah. Sin despedimos, salimos hacia Jerusalén a toda prisa.

"Usted debe de estar acostumbrado a esto", le digo al chófer. Frunce el ceño y responde: "Tenemos experiencia, pero uno no se acostumbra a vivir bajo la amenaza del estado de sitio año tras año, mes tras mes, semana tras semana... Siempre".

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