Tribuna:

Heraldo

Cabalgando por encima de los cadáveres que había dejado el enemigo en el campo de batalla salió el heraldo a caballo en dirección a la ciudad para dar parte al tirano de que su ejército había sido derrotado. Sabía el destino que le esperaba. Cualquier mensajero que trajera malas noticias era decapitado siempre en ese reino. Durante varias jornadas cabalgó pensando en el horror que había dejado atrás. Los muertos cubrían ya todo el valle cuando él partió. No habían quedado supervivientes en las filas de los aliados, y sin duda el enemigo comenzaría a avanzar de forma irresistible por la quebrad...

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Cabalgando por encima de los cadáveres que había dejado el enemigo en el campo de batalla salió el heraldo a caballo en dirección a la ciudad para dar parte al tirano de que su ejército había sido derrotado. Sabía el destino que le esperaba. Cualquier mensajero que trajera malas noticias era decapitado siempre en ese reino. Durante varias jornadas cabalgó pensando en el horror que había dejado atrás. Los muertos cubrían ya todo el valle cuando él partió. No habían quedado supervivientes en las filas de los aliados, y sin duda el enemigo comenzaría a avanzar de forma irresistible por la quebrada enseguida, pero el heraldo galopaba y enfrente sólo tenía la imagen de su propia cabeza cercenada en la plaza pública, algo inevitable que iba a suceder si decía la verdad. Le fueron abiertas con gran expectación las murallas, y entre la multitud que le interrogaba a gritos por el desenlace del combate, el mensajero, con las uñas del caballo ensangrentadas, llegó en silencio hasta palacio, donde en el salón de columnas le esperaba en pie el tirano reclamando con los ojos la noticia. Debido a la sumisión o al terror que sentía, el mensajero optó por mentir. En voz muy alta dijo que el peligro había pasado, que las tropas leales habían vencido al enemigo en una gran batalla llena de heroísmo. A estas palabras siguió una explosión de gloria, y para celebrar una victoria tan sonada, el tirano mandó que se iniciaran grandes fiestas en la ciudad, Y mientras se sucedían los bailes y el vino corría, el mensajero había sido nombrado heraldo oficial del reino, el cual siguió mintiendo con noticias felices que acrecentaban el placer de aquellos súbditos. Pero el ejército enemigo estaba llegando ya sin obstáculo alguno a las puertas de la ciudad franqueada. Muy pronto, los cuchillos entraron a degüello, y al final de una algarabía de horror o de alegría, ya nunca se supo si en aquella fortaleza se había celebrado un gran banquete o una matanza. Las noticias eran confusas, ya que el heraldo había conseguido también escapar.

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