Editorial:

Paz en El Salvador

CADA VEZ que se pone fin a una guerra se hace difícil imaginar que la simple firma de un documento si para que dos bandos enfrentados sangrientamente durante años puedan volver a convivir en paz. Esto es especialmente cierto en el caso de El Salvador.La buena noticia de que el Gobierno y la guerrilla salvadoreños aceptaron el pasado jueves, en México, un pacto para silenciar las armas definitivamente no debe permitir que nadie dé ya por resuelto un conflicto que ha costado 75.000 vidas a lo largo de más de una década. Tanto las partes directamente involucradas como los países y organiza...

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CADA VEZ que se pone fin a una guerra se hace difícil imaginar que la simple firma de un documento si para que dos bandos enfrentados sangrientamente durante años puedan volver a convivir en paz. Esto es especialmente cierto en el caso de El Salvador.La buena noticia de que el Gobierno y la guerrilla salvadoreños aceptaron el pasado jueves, en México, un pacto para silenciar las armas definitivamente no debe permitir que nadie dé ya por resuelto un conflicto que ha costado 75.000 vidas a lo largo de más de una década. Tanto las partes directamente involucradas como los países y organizaciones internacionales que han contribuido al acuerdo deben mantener activo su compromiso con la paz durante los meses decisivos que le esperan a esa pequeña nación centroamericana. Todo el mundo debe permanecer atento para que sean respetados la vida y los derechos de los que se incorporan legalmente a la vida política.

La paz en El Salvador es uno de los grandes sueños de América Latina. Durante años, ese país había sido el símbolo de los peores males del continente. Allí se concentró la injusticia social, la terquedad de una oligarquía arcaica que se negaba a perder sus privilegios, la prepotencia de un Ejército violador de los derechos humanos, la intervención de Estados Unidos, el fanatismo de la izquierda revolucionaria, la violencia irracional de la extrema derecha y la respuesta también violenta de la guerrilla.

Mientras el mundo cambiaba aceleradamente, la capital salvadoreña era en 1989 escenario de las batallas más sangrientas del conflicto. El mismo año en el que caía el muro de Berlín, un grupo de militares asesinaba. al padre Ignacio Ellacuría y a seis personas más. Parecía que El Salvador y América Latina se quedaban al margen del nuevo clima de entendimiento mundial. Tuvieron que juntarse varios factores para que la paz llegase también a ese rincón centroamericano. En primer lugar, la supresión de las fuentes de abastecimiento de ambos bandos. Con el final de la guerra fría, Estados Unidos perdió interés estratégico en El Salvador y potenció el diálogo, por lo que el Ejército salvadoreño se sintió desprotegido ante el que había sido su principal valedor. Al mismo tiempo, con la derrota de los sandinistas en Nicaragua y la crisis de Cuba, la guerrilla perdía a sus más importantes aliados y principales abastecedores de armas.

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No se les puede restar méritos en el logro de la paz al presidente Alfredo Cristiani, que consiguió levantar una democracia creíble en medio de todos los obstáculos, y a los comandantes guerrilleros que supieron asumir los hechos con realismo y con dignidad, sin abandonar a sus tropas a una represión segura.

Por último, hay que considerar la aportación personal del ex secretario general de las Naciones Unidas Javier Pérez de Cuéllar, que persistió hasta el último minuto en su propósito pacificador y creó el marco idóneo para el acuerdo, y a los cuatro países amigos que salvaron muchas situaciones difíciles a lo largo de las negociaciones. México, que albergó las conversaciones durante casi dos años, y España, con una contribución fundamental a las fuerzas de paz de la Onusal, merecen una mención especial.

Hay ahora por delante nueve meses de alto el fuego temporal, durante los cuales las fuerzas que conspiran contra la paz, dentro del Ejército y de la extrema derecha, intentarán socavar el proceso. Hay que esperar que la presencia el pasado jueves en México de Felipe González, Carlos Salinas, César Gaviria, Carlos Andrés Pérez, James Baker y el canciller cubano Isidoro Malmierca no sea exclusivamente protocolaria, sino un testimonio de compromiso para que el documento firmado no quede en papel mojado.

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