Tribuna:

¿Todos fascistas?

En los resultados electorales que se van sucedientdo en Europa aflora con fuerza inesperad el hastío de la opinión pública. Paulatinamente, el cuerpo electoral revela su profundo disgusto frente al parler faux, según la expresión acuñada por los electores belgas, que resume la irrelevancia, vaciedad y cinismo del actual discurso político.El rechazo creciente de los abusos de poder de los partidos, su capacidad para corromper a la sociedad civil mediante el cobro de comisiones y subvenciones públicas, la irrupción desmedida con ánimos de control en ámbitos que debieran preservar la auton...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

En los resultados electorales que se van sucedientdo en Europa aflora con fuerza inesperad el hastío de la opinión pública. Paulatinamente, el cuerpo electoral revela su profundo disgusto frente al parler faux, según la expresión acuñada por los electores belgas, que resume la irrelevancia, vaciedad y cinismo del actual discurso político.El rechazo creciente de los abusos de poder de los partidos, su capacidad para corromper a la sociedad civil mediante el cobro de comisiones y subvenciones públicas, la irrupción desmedida con ánimos de control en ámbitos que debieran preservar la autonomía, como la justicia, cajas de ahorro o medios públicos de comunicación, y la manipulación en provecho de sus maquinarias de los exiguos canales de participación, están dando cauce a que sólo los fieles y los lunáticos voten sistemáticmente a las mismas siglas. En Europa, la hemorragia de votos sufrida por los partidos establecidos alimentan la abstención, las plataformas políticas esperpénticas, nazis y xenófobas. Sólo de manera incipiente las escasas ofertas de innovación.

El resultado de la falta de adecuación de la vida política a la realidad de este fin de milenio es devastador: ineficacia y derroche en la gestión, deterioro de la calidad de vida, parálisis de proyectos colectivos, gendarmerización del pensamiento y vida social como única respuesta a la ininteligible complejidad de los procesos.

Ante esta situación caben dos tipos de reacciones. Asumir la autocrítica del funcionamiento de los mecanismos de decisión política, como el líder de la Democracia Cristiana italiana, que acaba de sentenciar: "No podemos seguir siendo lo que somos". O la de quienes, en lugar de renunciar a su papel de valedores de los intereses establecidos, prefieren descubrir ellos de pronto, e intentar convencer ellos a los demás, que "media europa es fascista". Los que quieren recuperar la convicción de que también en polític se puede einnovar, frente a los que niegan la necesidad de impulsar procesos de innovación social, dado el cariz villano y esperpéntico de quienes aparentan abanderar, de momento, la insatisfacción generalizada.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

¿No es evidente que la ausencia de qualquier atisbo de reforma de los que ejercen el poder con tal grado de ineficacia constituye la materia prima que nutre los rebotes del nazismo y xenofobia? La falta de propuestas convinvcentes desde la ideología de la libertad confiere al bando de la violencia un protagonismo que no le pertenece.

En la irresistible ascensión de Arturo Ui, Bertold Brecht escenifica una parodia de la subida ade Hitler al poder mediante el relato de la vida y milagros de un gángster del Chicago de los años treinta. Cuando Arturo ui se hace con el dominio del hampa, se percata de que incluso en tan singular ambiente necesita unas mínimas nociones de oratoria y expresión. A marchas forzadas, toma las lecciones que le imparte un encantador ambulante, memorizando l pie de la letra, que no asimilando, el arte de la arenga y el gesto. Para Bertold Brecht, la superchería, la manipulación de los conocimientos para violar las masas y el parler faux de los líderes, de que se quejan hoy los electores europeos, era un componente básico del nazismo. Si hoy viviera, arremetería contra ellos, sorprendido de que en tanto tiempo hubieran cambiado tan poco.

Si son distintos, en cambio, los sentimientos de las gentes de a pie, ensimismadas en la persecución de objetivoss que no trascienden su colectivo ni su generación ni su vida individual, sino el marco rabioso de unas horas. Aquí todo el mundo ha tirado de la manta para sí, llegándose a perder conciencia de lo que une y, por tanto, la defensa del interés común. En un momento dado convino creerse las simplezas de los que anticipaban la sociedad del ocio y acomodarse a una distribución del trabajo más injusta que la de la riqueza. Luego llegó la revolución tecnológica anunciando la eliminación de todo esfuerzo individual.

Las gentes descubren ahora, de repente, que la trnsformación del caudaloso río de información que nos sumerge en algo de conocimientos, y de estos conocimientos en lago de sabiduría, requiere un rigor y esfuerzo pesonal hasta ahora insospechado. Nadie tiene garantizado su trabajo, ni siquiera-como descubren nuebvas generaciones de universitarios- cuando se ha trabajado mucho. Frente a la complejidad del mundo moderno, son suicidas los comportamientos recientes. Como enseña la cibernética, la única repuesta frente a la mayor complejidad impuesta por la técnica consiste en aumentar el grado de complejidad de la organización social. Supone más, no menos, participación y proyectos colectivos. Puede que el refugio en las opciones simplificadoras, demagógicas y enardecidas sea la penúltima evasión ante la magnitud del esfuerzo que se avecina.

Es cierto que la innovación en el ámbito de la política choca con obstáculos más serios incluso que en la ciencia y en la industria. Al igual que en las religiones, el producto político es difícilmente perceptible. Los partidos políticos venden el Estado del Bienestar, la justicia y cohesión social, la igualdad, la libertad y la fraternidad. ¿Quién puede dar más? La innovación suele limitarse entonces a las formas y lenguajes, en lugar de a los contenidos, considerados indiscutibles. Aparentan ser procesos de innovación incrementales, sin la garra requerida para convocar voluntades ya de por sí alejadas del proceso de reflexión política.

La segunda razón de las inercias en materia de innovación política tiene que ver con las deformaciones de los mecanismos de participación. No hay innovación científica sin un determinado nivel de cultura técnica, que el innovador requiere como el pez necesita el agua, y no hayinnovación política sin un determinado nivel de participación y esfuerzo multidisciplinar.

Lamentablemente, las constituciones democráticas no garantizan el nivel de participación que requiere cualquier proceso de innovación social. Es más, la democracia induce un efecto desmovilizador que es preciso neutrlizar: la conquista histórica del principio de igualdad de oportunidades, que se proclama y predica por todos los medios, es asumida a pies juntillas por colectivos enteros como la juventud, que encuentra en su imaginada vigencia excusa para pasar de cualquier proyecto colectivo y centrarse, en cambio, en el esfuerzo personal e individualizado. La Constitución en sí misma no asegura el grado de participación necesario, pero la ley electoral, diseñada a menudo al gusto de los comités ejecutivos de los partidos y no de los votantes, junto a la manipulación de los mecanismos de decisión, garantiza que no pueda echar raíces.

Al contrario de lo que ocurre en la vida real, sometida a cambios intensos y reconversiones frecuentes, la política se afianza al margen de los impulsos innovadores, desafiando los comportamientos que en otros ámbitosl están en la base del progreso: esfuerzo plural, recurso a los conocimientos, universalismo y gestión eficaz de la diversidad. Estrategias permanentes de ocnfrontación, ideologías en vez de ideas, visiones de caompanario e imposición burocrática de la uniformidad son sus señas distintivas.

Eduardo Punset es eurodiputado del Grupo liberal y fundador de Foro

Archivado En