Tribuna:

Precaución y limpieza

La bolsa, ese lugar donde durante el mes de agosto unos pocos, muy pocos, consiguen sentirse amos del universo (a escala, por supuesto), adquirió ayer un tinte amarillento, insano, resultado del barrido a que fueron sometidos los precios. Las pantallas del mercado continuo sufrieron ayer las consecuencias de la escasa confianza que la inversión demuestra en la renta variable. Nueva York, perdido el nivel del 3.000, espoleó la precaución y forzó la limpieza. La subida de las tres sesiones precedentes, sin apenas volumen, se ha quedado en una anécdota de verano. Se ha impuesto la r...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La bolsa, ese lugar donde durante el mes de agosto unos pocos, muy pocos, consiguen sentirse amos del universo (a escala, por supuesto), adquirió ayer un tinte amarillento, insano, resultado del barrido a que fueron sometidos los precios. Las pantallas del mercado continuo sufrieron ayer las consecuencias de la escasa confianza que la inversión demuestra en la renta variable. Nueva York, perdido el nivel del 3.000, espoleó la precaución y forzó la limpieza. La subida de las tres sesiones precedentes, sin apenas volumen, se ha quedado en una anécdota de verano. Se ha impuesto la realidad. Y la realidad es que existen demasiadas incógnitas y demasiado poco dinero como para consolidar precios y tendencia alcista.Cerrado en sí mismo, mustio, depresivo, el mercado mira al fin con atención lo que sucede en el exterior para tratar de anticipar el futuro. Los más optimistas aseguran que agosto, en el mejor de los casos, pasará sin pena ni gloria. Los volúmenes de negocio continúan siendo reducidos. Ayer, tan sólo un valor, Iberduero, sobrepasó el millón de títulos negociados. En un ambiente en el que los rumores, tan apreciados en otras ocasiones, consiguen echar raíces, Campsa siguió pagando las consecuencias de la ficción de jornadas anteriores. Ayer dejó en el camino otros 90 enteros.

Archivado En