Tribuna:

Esos niños

JOAQUÍN VIDALHubo elecciones, con sus correspondientes campañas electorales, y para los niños nadie tuvo una sola palabra de reconocimiento ni de consuelo. Como si no existieran. Claro que los niños no votan, y si no votan, no existen.

Hubo una guerra, cuyo alto fin consistía en establecer un nuevo orden universal, y nadie cayó en la cuenta de que los niños también forman parte de ese orden. Claro que los niños no tienen petróleo, y quienes no tienen petróleo nada pintan.

Organismos internacionales denuncian que millones de niños mueren de hambre y enfermedad, lo cual queda estup...

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JOAQUÍN VIDALHubo elecciones, con sus correspondientes campañas electorales, y para los niños nadie tuvo una sola palabra de reconocimiento ni de consuelo. Como si no existieran. Claro que los niños no votan, y si no votan, no existen.

Hubo una guerra, cuyo alto fin consistía en establecer un nuevo orden universal, y nadie cayó en la cuenta de que los niños también forman parte de ese orden. Claro que los niños no tienen petróleo, y quienes no tienen petróleo nada pintan.

Organismos internacionales denuncian que millones de niños mueren de hambre y enfermedad, lo cual queda estupendamente decirlo, resulta muy social y benefactor, aunque compromete poco, pues millones de niños moribundos es una burrada bíblica, en efecto, mas también es una realidad abstracta cuyas responsabilidades se diluyen en eruditas disquisiciones sobre la injusticia histórica y las cosas de la vida.

Sin embargo, hay casos concretos, niños martirizados por la barbarie humana. Niños bogotanos que han de escapar de la muerte escondiéndose en cloacas, donde encuentran en las ratas mejor compañía que entre la gente adulta. Niños brasileños que persiguen escuadrones de exterminio. Y aquí, en este país nuestro, los niños tampoco se van de rositas. Aquí tenemos niños que unos cuantos golfos convierten en camellos y los cargan de papefinas, o los manejan para sus escalos, 0 les obligan a mendigar, y si intentan rebelarse les arrean dos guantazos, y si molestan les meten en el cuerpo una botella de vino o una ración de droga. Y a nadie le debe de importar que esos niños vivan esclavizados, aterrorizados, corrompidos, porque la golfería los utiliza en público con la mayor iinpunidad, y además aumentan. No es que sean tantos como en Bogotá o en Brasil, pero no hay que perder la esperanza. Por algo se empieza.

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