Giscard revela que el escándalo de los diamantes le hundió psíquicamente

Durante los nueve años que siguieron al escándalo de los diamantes regalados por el dictador centroafricano Jean Bedel Bokassa, Valéry Giscard d'Estaing no leyó un solo periódico ni miró un solo telediario por temor a ver su nombre citado peyorativamente. Las noticias sobre el obsequio le hundieron psíquicamente, según cuenta el propio Giscard en sus memorias.

Giscard, el frío y arrogante jefe de Estado cuyos modelos, se decía, eran los reyes Luis XIV y Luis XV, se presenta en la segunda parte de sus memorias como un hombre tímido, débil, acomplejado incluso. Por ejemplo, comienza un ca...

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Durante los nueve años que siguieron al escándalo de los diamantes regalados por el dictador centroafricano Jean Bedel Bokassa, Valéry Giscard d'Estaing no leyó un solo periódico ni miró un solo telediario por temor a ver su nombre citado peyorativamente. Las noticias sobre el obsequio le hundieron psíquicamente, según cuenta el propio Giscard en sus memorias.

Giscard, el frío y arrogante jefe de Estado cuyos modelos, se decía, eran los reyes Luis XIV y Luis XV, se presenta en la segunda parte de sus memorias como un hombre tímido, débil, acomplejado incluso. Por ejemplo, comienza un capítulo diciendo: "Durante el periodo en que fui presidente de la República comencé a volverme feo". Desde que un día tuvo en el Elíseo la revelación de su decadencia física, Giscard no se mira nunca en un espejo, salvo para afeitarse. Cuando camina por las calles, toma la precaución de no mirar los escaparates.Otra de las confesiones de un libro de insólita franqueza es la afirmación de que a partir de 1979 -fecha en que comenzó a ser atacado en la prensa por el asunto de los diamantes de Bokassa- y hasta 1988 Giscard fue incapaz de leer periódicos o mirar noticieros en la televisión. Tenía miedo de que le insultaran. "Los repetidos ataques contra mi persona y mis familiares", cuenta, "bloquearon mi sistema psicológico, terminaron por convertirme en una especie de autista".

Más de una década después del estallido del escándalo de los diamantes de Bokassa, Giscard cree que su principal error consistió en no contraatacar con rapidez, dureza y todos los golpes bajos que exige la actividad política. Su espíritu aristocrático, vejado por acusaciones que creía y cree "profundamente injustas", se lo impidió. Esa "repugnancia por descender al desmentido, por discutir el detalle", fue interpretada por sus compatriotas como prueba de la culpabilidad del entonces presidente.

Giscard ha llegado al convencimiento de que debió hacer caso a sus consejeros y ordenar la retirada de la circulación de los primeros periódicos que afirmaron que él había recibido de Bokassa y guardado para sí una fortuna en piedras preciosas. Aunque la legislación francesa autoriza al jefe del Estado a secuestrar cualquier semanario o diario que contenga ataques -justificados o no- contra su persona, Giscard no lo hizo por "liberalismo, idealismo y, sin duda, un poco de ingenuidad".

Escaso valor

Según Giscard, en su calidad de ministro de Hacienda y luego presidente de la República, recibió varias plaquetas de diamantes del dictador centroafricano Jean Bedel Bokassa, a cuya caída contribuyó luego de modo decisivo. Para subrayar su pequeño tamaño y su escaso valor -no más de 20.000 francos en total (unas 380.000 pesetas)-, Giscard llama "brillantes" a esas piedras. El ex presidente afirma que agradeció esos regalos oficiales, los entregó a sus ayudantes e inmediatamente los olvidó.Pero el 9 de octubre de 1979, el semanario Le Canard Enchainé y el diario Le Monde publicaron que el entonces presidente había recibido diamantes por valor de un millón de francos y que se los había guardado para sí. "Sentí como un mordisco en el corazón; no podía creerlo", dice Giscard. La noche anterior había cenado con el director de Le Monde y éste no le había informado del asunto ni solicitado su confirmación o desmentido.

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Giscard reconoce que nunca supo explicar a los franceses que había recibido esos diamantes, no a título personal, sino en calidad de representante del Estado francés, que su valor era muy inferior al que afirmaba la prensa, que esas piedras habían sido depositadas como patrimonio público en el palacio del Elíseo y que terminaron siendo vendidas en beneficio de obras sociales.

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