Tribuna:

Rimbaud

Nunca dejará de sorprendernos esa eficacísima capacidad de autobombo que tienen los franceses. Cada día hay un centenario que celebrar o un muerto para lucir y muchas palabras para extraer del pasado el entusiasmo que el presente nos niega. En este hábito nacional del son et lumiére le ha tocado el turno ahora a Rimbaud, aquel poeta maldito que en los próximos meses servirá para bendecir cualquier estulticia gubernamental. En Francia, la cultura es como la crema de leche, ese fluido que está en todas partes y que es capaz de salvar los momentos bajos de un filósofo uxoricida o de una lu...

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Nunca dejará de sorprendernos esa eficacísima capacidad de autobombo que tienen los franceses. Cada día hay un centenario que celebrar o un muerto para lucir y muchas palabras para extraer del pasado el entusiasmo que el presente nos niega. En este hábito nacional del son et lumiére le ha tocado el turno ahora a Rimbaud, aquel poeta maldito que en los próximos meses servirá para bendecir cualquier estulticia gubernamental. En Francia, la cultura es como la crema de leche, ese fluido que está en todas partes y que es capaz de salvar los momentos bajos de un filósofo uxoricida o de una lubina trasnochada. Rimbaud fue un rebelde, y ahora se le canoniza con el aura ministerial. Ser rebelde en Francia es el primer peldaño del escalafón que lleva a la Academia. Ser heterodoxo en España es como chapotear en la melaza del olvido.El ministro de Cultura francés, Jack Lang, inauguró la moda rimbaudiana enviando sendos poemas del homenajeado a su jefe del Gobierno, señor Rocard. Lo bueno de Lang es su sugerencia de que los franceses se vayan carteando mandándose poemas mutuamente en el mejor estilo de las cadenas de postales o de oraciones. Sería encantador un país cuyos ciudadanos dedicaran un solo día de su vida a pergeñar poemas para que sean leídos por un desconocido. La poesía obliga al pensamiento a pasar en fila india por el túnel incierto de las estilográficas, y eso siempre ayuda al poeta y desconcierta a la vida. Las cosas dichas con poeta interpuesto duelen menos y ponen almohadillas a los navajazos. Imaginamos cartas cruzadas entre los ministros con dolientes estrofas de Espronceda como respuesta a confiadas rimas de Bécquer. Eso lo propone Solé Tura y le destituyen al día siguiente. Al fin y al cabo, parece que, en España, lo más importante de un ministro de Cultura es el color de sus zapatos.

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