Editorial:

Canciller de la unidad

ANTES DE iniciarse el proceso de la unidad alemana, el candidato socialdemócrata, Lafontaine, aventajaba a Kohl en todos los sondeos. Pero las cosas cambiaron al iniciarse la extraordinaria transformación que ha conducido, a una velocidad de vértigo, a la unificación de Alemania. Helmut Kohl jugó desde el principio la carta ganadora, la de la unidad. Comprendió que la correlación de fuerzas en el mundo había cambiado y que lo ayer inimaginable se tornaba posible. Ha encabezado la marcha que ha desembocado en una Alemania unida, y nadie puede discutirle el título de canciller de la unidad.En es...

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ANTES DE iniciarse el proceso de la unidad alemana, el candidato socialdemócrata, Lafontaine, aventajaba a Kohl en todos los sondeos. Pero las cosas cambiaron al iniciarse la extraordinaria transformación que ha conducido, a una velocidad de vértigo, a la unificación de Alemania. Helmut Kohl jugó desde el principio la carta ganadora, la de la unidad. Comprendió que la correlación de fuerzas en el mundo había cambiado y que lo ayer inimaginable se tornaba posible. Ha encabezado la marcha que ha desembocado en una Alemania unida, y nadie puede discutirle el título de canciller de la unidad.En estas condiciones, es natural que al lado de la CDU de Kohl, el Partido Liberal (FDP) del ministro de exteriores, Genscher, haya cosechado su mejor resultado desde hace décadas, pasando del 9% al 11%. Al frente de la diplomacia alemana, Hans-Dietrich Genscher ha tenido que vencer los principales obstáculos en el camino de la unidad. Con tenacidad y moderación, en momentos de graves tensiones: cuando el Gobierno de Bonn tuvo que dar su aceptación definitiva a la frontera con Polonia -decepcionando a sectores nacionalistas del electorado democristiano-, la presión del ministro de Exteriores fue determinante para que Kohl se decidiese a dar un paso sin el cual el proceso unificador se hubiese ido al traste.

En cuanto al Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) y a su candidato, Lafontaine, han sufrido un revés cuya gravedad no cabe ignorar. Con el 33,5%, el SPD pierde más de tres puntos en relación a 1987, año en que ya sufrió un fuerte descenso. Se calcula que millón y medio de electores socialistas, descontentos por el escaso entusiasmo con que el SPD acogió la unidad alemana, han preferido votar por la CDU o el FDP. En el tema número uno de estas elecciones, la unidad del país, Lafontalne se ha colocado a contracorriente. Su tesis ha sido que no se debía precipitar la fusión de la RFA y la RDA para evitar consecuencias económicas desastrosas. Pero incluso en la hipótesis de que en el futuro se demuestre el acierto de dicha tesis, está claro que los electores alemanes no querían escuchar vaticinios escépticos o pesimistas. Han preferido el optimismo de Kohl, que les ha dado el casi milagro de una unidad ansiada, pero en la que nadie se atrevía a confiar. Si más tarde los hechos confirman que esta unidad rápida acarrea repercusiones negativas para toda Alemanía, desmintiendo en particular las promesas de un futuro lleno de venturas para la antigua RDA, los efectos electorales sólo se harán sentir dentro de unos años.

Lafontaine es, en todos los terrenos, un corredor de fondo: sus concepciones, priorizando la ecología y las mutaciones necesarias en las sociedades industriales -seductoras para los jóvenes-, no conquistan fácilmente a un electorado más bien conformista. El SPD tiene que tomar en los próximos meses una decision grave: o persistir en la línea renovadora de Lafontalne o replegarse hacia actitudes más tradicionales. Pero carece de personalidades fuertes, y renunciar a la brillantez de un Lafontaine podría ser un falso remedio.

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El mayor fracaso de estas elecciones ha sido el de Los Verdes, que han perdido la mitad de sus votos; al quedar por debajo del 5% exigido para tener representación se convierten en fuerza extraparlamentaria. En ello han influido su radicalización interna y el fracaso de algunas experiencias de gobierno con el SPD. Por otra parte, al aplicarse ese mínimo del 5% por separado en el Este y en el Oeste, el Partido del Socialismo Democrático -los ex comunistas- obtiene 17 diputados. Y Alianza 90, la coalición que agrupaba a los colectivos que encabezaron las grandes movilizaciones que culminaron con el derrumbamiento de la autocracia comunista, tan sólo ha obtenido ocho escaños.

En el desplazamiento hacia la derecha del electorado alemán se ha puesto de manifiesto un fenómeno singular, que ha salido a la superficie sobre todo en las elecciones locales de Berlín, viejo bastión socialista, en el que ha ganado el partido de KohI. Hace dos años, la entrada en el Ayuntamiento de Berlín del partido racista y neonazi Republikaner causó sensación y miedo. Su ascenso parecía incontenible, y se daba por seguro su ingreso en el Bundestag. No sólo no ha ocurrido así, sino que han sido barridos en la antigua capital. Ello indica que la realización de la unidad alemana y la marea de apoyo hacia el canciller Kohl han arrinconado, reduciéndolas casi a la nada, las tendencias más inquietantes del nacionalismo alemán. Es un hecho sumamente positivo para Alemania. Y también para Europa, ya que puede contribuir a disolver los restos de desconfianza en renacimiento del nacionalismo agresivo al calor de la unificación.

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