Tribuna:

Un partido en el Gobierno

Los debates del congreso socialista que se ha celebrado recientemente han estado condicionados exteriormente por el nacimiento de un nuevo orden internacional e interiormente por el hecho de ser el PSOE el partido que gobierna el país desde hace ocho años y que lo va a seguir gobernando en un futuro próximo. Estos dos factores han enmarcado y delimitado las resoluciones y acuerdos adoptados, y sin su consideración no podrán entenderse plenamente.En estas circunstancias, la renovación y apertura del socialismo español resultan no sólo lógicas, sino también indispensables. El internacionalismo, ...

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Los debates del congreso socialista que se ha celebrado recientemente han estado condicionados exteriormente por el nacimiento de un nuevo orden internacional e interiormente por el hecho de ser el PSOE el partido que gobierna el país desde hace ocho años y que lo va a seguir gobernando en un futuro próximo. Estos dos factores han enmarcado y delimitado las resoluciones y acuerdos adoptados, y sin su consideración no podrán entenderse plenamente.En estas circunstancias, la renovación y apertura del socialismo español resultan no sólo lógicas, sino también indispensables. El internacionalismo, que ha sido uno de los símbolos del socialismo, se convierte actualmente, entendido en su sentido más amplio, en uno de sus elementos más fundamentales.

El debate sobre las ideas y las propuestas de modernización económica y tecnológica de nuestro país se ubican así, lejos de todo provincianismo, en la realidad internacional, y más concretamente europea, de la que España forma parte. Esta dimensión internacional ha servído también para clarificar viejas discusiones doctrinales. Por ejemplo, la competitividad económica que exige nuestra integración en Europa ha dejado desfasada y sin sentido toda discusión sobre la validez de la economía de mercado. Las afirmaciones de Felipe González en este aspecto suponen únicamente una constatación de los hechos. Sin embargo, el discurso socialista no debe agotarse ante la aceptación de esta realidad porque corresponde precisamente al socialismo democrático corregir las injusticias y desigualdades que se derivan, tanto para los pueblos como para las personas, de la pura y dura implantación del mercado. Socialismo y economía de mercado siguen, por tanto, sin ser términos equivalentes.

Liberalismo y socialismo

Aprovechando la sorpresa y la confusión derivadas del derrumbamiento del bloque y del sistema comunista, se pretende negar por algunos toda virtualidad de futuro de valores históricos propios del socialismo democrático, haciendo coincidir la muerte de Marx con la entronización mundial de Adam Smith. Los ecos de la resaca del fracaso comunista han posibilitado que desde las mismas filas socialistas, y con imagen aperturista, se comience a reivindicar por algunos un neoliberalismo político como la principal base doctrinal del socialismo del futuro. Sin embargo, el hecho de que las respuestas comunistas hayan fracasado no quiere decir que las preguntas hayan desaparecido.

Es cierto que en el socialismo español hay un sustrato ideológico que proviene de un liberalismo político e intelectual cuyo máximo exponente histórico fue la Institución Libre de Enseñanza, pero eso no autoriza a identificar socialismo con liberalismo político, y menos aún cuando algunos, de manera incorrecta, interesada y poco rigurosa, identifican liberalismo político con liberalismo económico o lógica de mercado.

El PSOE, sin excluir las aportaciones liberales que le enriquecen, conserva todavía vivos, como señas de identidad, los principales valores de la solidaridad heredados de la larga historia del movimiento obrero. Abandonada la vulgata marxista con su trilogía de socialización, planificación y autogestión, corresponden al socialismo democrático profundizar en la búsqueda de nuevos mecanismos que garanticen la libertad reduciendo las distancias en cuanto al dinero, el poder, la información y la educación, evitando la existencia de una sociedad dual. Frente a la utopía de la sociedad perfecta y a la ausencia de modelos globales de referencia hoy, el socialismo tiene la tarea también utópica de inventar el futuro resolviendo el presente.

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Con la adopción del Programa 2000 como base abierta de discusi6n del socialismo del futuro, el reciente congreso socialista no debe ser un punto de llegada, sino de partida, en el proceso de clarificación de la identidad ideológica del PSOE, tarea, por otra parte, en la que se encuentra inmerso todo el socialismo europeo.

Reafirmando el carácter autónomo del proyecto socialista, el congreso ha ratificado a la dirección y al modelo de partido surgidos en Suresnes en 1974, evitando la tentación de considerarlos como meras antiguallas y la aventura de una discontinuidad de consecuencias inpredecibles.

Nuevas exigencias

La realidad de un partido que ha sabido adecuarse en estos últimos años a las nuevas exigencias sociales y políticas de la democracia moderna y a las complejas tareas de gobierno constituye una prueba palpable de la capacidad de adaptación y renovación del actual modelo de partido. Es esta tarea de gobierno y sus expectativas de continuación en el futuro la que, sin embargo, puede crear confusiones en los debates ideológicos, programáticos y orgánicos que han comenzado ya en el congreso socialista. "El sabio distingue, confunde el vulgar", señala un aforismo latino que conviene recordar aplicándolo al análisis de las actividades de un partido que ocupa al mismo tiempo el Gobierno. En algunos sectores del PSOE se ha generado una nueva cultura de gobierno que puede ser válida para el Gobierno socialista como tal, pero no para el partido.

Partiendo del supuesto básico de la distinción, que no incomunicación, entre el Gobierno y el partido, tal como se ha señalado por Felipe González, al partido le corresponde elaborar las orientaciones generales, pero es en el Gobierno donde se produce el encuentro entre las aspiraciones y la realidad. No cabe duda de que el Gobierno, por ser de todos los españoles, puede inclinarse eventualmente hacia una política de centro, pero de ello no debe deducirse que el PSOE es o debe ser definido como un partido centrista. Por el contrario, la cultura mayoritaria socialista sigue reivindicando un partido identíficado con los valores propios de la izquierda, y al mismo tiempo abierto, por ser democrático, a las, hoy más que nunca, nuevas y cambiantes necesidades sociales. Ello no supone identificar sociedad y partido, militante con votante y ciudadano, tal como se pretende con poco rigor desde algunas posiciones interesadas.

En este contexto, la petición de una mayor presencia en la Comisión Ejecutiva Federal del partido de las diferentes sensibilidades internas también debe clarificarse desde el punto de vista democrático. En primer lugar, habrá que aclarar si tales sensibilidades son representativas por tener un numeroso respaldo de votos de militantes socialistas, en cuyo caso su importancia es mensurable, o si más bien hacen referencia a un pretendido valor cualitativo y personal de determinados militantes que podrían no distinguir su propia autovaloración narcisista de la realidad no contrastada de su aceptación por los demás, confundiendo así deseos con realidad. En todo caso, si las sensibilidades suponen una marcada diferenciación política, su lugar no estaría en el órgano de dirección del partido, que debe representar a la mayoría y ser homogéneo y cohesionado, sino en las corrientes de opinión de las minorías, porque del mismo modo que sería antidemocrático no reconocer a las minorías dentro del PSOE, lo sería igualmente que algunos, guiados por el afán de compartir todo lo que signifique poder, se aferrasen a una síntesis forzada y a una identificación con la mayoría cuando al mismo tiempo airean sus diferencias. La apertura interna del partido a partir de este congreso deberá medirse más bien por el grado de participación que se dé en las diversas actividades sectoriales a los militantes socialistas, pertenecientes o no a la mayoría, que trabajan destacadamente en los diversos campos sindical, cultural, universitario, ecológico, juvenil, etcétera, apertura que también debería extenderse a todos los ciudadanos que quieran participar desde fuera en el proyecto socialista. En este sentido, la inclusión en el Comité Federal, con voz y sin voto, de personas no pertenecientes al PSOE es un buen ejemplo a seguir. Menos importantes son otras sensibilidades socialistas que se están intentando crear con etiquetas maniqueas de malos y buenos, guerristas y antiguerristas, fomentadas en su mayor parte artificialmente por quienes pretenden coger los frutos del árbol aun a riesgo, como señalaba Tocqueville, de arrancar las ramas y magnificados por los ecos de algunos medios de comunicación que pretenden no tanto describir la realidad del PSOF, sino influir sobre ella.

No cabe duda que la apertura orgánica podría haber sido mayor y que en algún caso, como la supresión de la Secretaría de Comunicación (no de propaganda o imagen), la decisión no parece acertada en tiempos como los nuestros, en que la información es indispensable. Es lamentable también que por unas u otras causas, no todas achacables a la dirección del partido, Izquierda Socialista no esté representada en el Comité Federal. Pero es evidentemente exagerado que algunos ministros que se plantearon la entrada en la comisión ejecutiva consideren que, al no conseguirlo, han perdido el congreso. Han dejado patente así que su aireada petición de apertura se reducía fundamentalmente a los propios intereses personales de participación en el poder. A la sociedad a la que tanto se apela no le interesa las luchas personales de partido, sino la construcción de un partido, plataforma abierta y eficaz al servicio de una sociedad más libre, solidaria y moderna.

Reafirmando la concepción ética de la política, sin contraponer al estilo weberiano la ética de la convicción a la ética de la responsabilidad, el congreso socialista debe servir para que el PSOE, con talante abierto y flexible, desde el rigor Intelectual y la coherencia personal de sus militantes, profundice en el debate ideológico y programático, diferenciando la política de la tecnocracia, desde la serenidad que le da su estabilidad electoral y su cohesión interna, y desde la responsabilidad de ser consciente del papel que debe realizar como partido en el Gobierno, tanto en el diseño del futuro de España como en la vertebración de la unión europea.

Manuel Núñez Encabo es catedrático de Filosofia del Derecho Moral y Política de la Universidad Complutense de Madrid y diputado del PSOE.

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