Reportaje:

Colgados por el ascensor

Los elevadores panorámicos del Centro Reina Sofía son un imán para los visitantes

El Jardín Botánico, la vieja estación de Atocha y los tejados de Lavapiés parecen estar más cerca que nunca de los techos del Centro de Arte Reina Sofía. Los seis ascensores transparentes que, encerrados en dos torres de metacrilato, comunican desde hace casi un mes la entrada del centro con las diferentes salas de exposiciones se han convertido en atracción para muchos madrileños, que encuentran en los 15 segundos que tarda en subir cuatro plantas y en la vista de Madrid que éstos ofrecen una razón más para visitar el Reina Sofía.

El colegio de monjas de La Asunción Santa Isabel está a...

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El Jardín Botánico, la vieja estación de Atocha y los tejados de Lavapiés parecen estar más cerca que nunca de los techos del Centro de Arte Reina Sofía. Los seis ascensores transparentes que, encerrados en dos torres de metacrilato, comunican desde hace casi un mes la entrada del centro con las diferentes salas de exposiciones se han convertido en atracción para muchos madrileños, que encuentran en los 15 segundos que tarda en subir cuatro plantas y en la vista de Madrid que éstos ofrecen una razón más para visitar el Reina Sofía.

El colegio de monjas de La Asunción Santa Isabel está a pocos metros del Centro de Arte Reina Sofía. Sus alumnos salen de clase a las cinco en punto de la tarde. Antes de regresar a sus casas, muchos entran en el centro, pero no les mueve el amor al arte sino al ascensor.Ana y Carolina están en 8ºde EGB: "Una compañera subió cuatro veces seguidas", comentan; "nosotras también hemos subido, pero hemos visto la exposición, que es un poco rollo".

Vigilantes-ascensoristas

Araceli es una de los seis vigilantes-ascensoristas, uno por ascensor, que en turnos rotativos de casi cinco horas suben y bajan sin parar acompañando a los visitantes con un transmisor-receptor: "Yo no me mareo, es más divertido estar aquí que en una planta, aquí se tiene más trato con la gente", dice Araceli. "A los que más les gusta subir es a los niños, les gusta sentir un poco de vértigo y miedo".Aunque lo más bonito es poder ver los árboles del Jardín Botánico. Otro de los vigilantes añade: "Sobre todo los primeros días era increíble la cantidad de gente que venía sólo para subir en el ascensor".

Una señal en cada uno indica una capacidad de hasta 1 500 kilos, lo que equivale a unas 20 personas. Pero por medidas de seguridad solamente se permite que suban entre ocho y diez.

El silencio manda en estas subidas, no se escuchan comenta ríos, a no ser que sean dignos de un centro de arte: "Me siento como en Chicago", comenta una chica. "El diseño es maravilloso, pero choca con este edificio", dice otra.

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Muchos no miran al exterir, fijan su mirada al suelo o a la puerta de salida y esperan que los 15 segundos de subida pasen como si fuera solamente uno.

Atontados

Otros se quedan colgados al elevador mirando a la calle: "Oiga, por favor, que ya hemos llegado", indica un vigilante a dos pasajeros distraídos que se han quedado dentro mirando a la calle. "El otro día", cuenta el vigilante-ascensorista, "dos señoras estaban subiendo y se pusieron a gritar: '¡qué perdemos el autobús, el autobús!'. Aprovecharon la espera para subir y les salió mal. A algunos niños les hemos tenido que llamar la atención; repetían demasiadas veces".Para la bajada no se permite repetir: "Por la escalera", indican continuamente.

En la calle de enfrente conviven diariamente con estos ascensores de cine Maruja, vecina del portal número 3 de la calle de Sánchez Bustillo; Juan Carlos, que trabaja en un bar justo en la misma calle, y Francisco, quiosquero desde hace ocho años.

Ninguno de ellos ha subido en los ascensores. "Hay gente que viene desde lejos sólo para probarlos, pero yo no tengo prisa. Los tengo aquí al lado. Un amigo mío ha salido hoy y ha aprovechado para subir", dice Francisco, de 53 años, que reconoce que, aunque no le gustan estos ascensores enclaustrados en torres de metacrilato, sabe que benefician su negocio y no se queja. Como benefician al bar donde trabaja Juan Carlos, de 20 años, que no ha subido porque no tiene tiempo, aunque sí ganas: "Cuando entro al trabajo están cerrados y cuando salgo también, así que no sé sí algún día subiré".

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