Editorial:

Una sola Europa

LA CUMBRE que reúne mañana en París a los líderes de los 34 Estados que participan en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) es la de mayor relieve celebrada en las últimas décadas. Tiene ante sí tareas de una envergadura histórica. Nacida en Helsinski en 1975 como puente de contacto entre dos Europas que vivían de espaldas, la CSCE intentó establecer unas reglas de juego comunes a partir de bases políticas y jurídicas muy distanciadas. Ahora se enfrenta con una Europa completamente distinta, que ya no está lastrada por la guerra fría y en la que, tras el hundimiento...

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LA CUMBRE que reúne mañana en París a los líderes de los 34 Estados que participan en la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) es la de mayor relieve celebrada en las últimas décadas. Tiene ante sí tareas de una envergadura histórica. Nacida en Helsinski en 1975 como puente de contacto entre dos Europas que vivían de espaldas, la CSCE intentó establecer unas reglas de juego comunes a partir de bases políticas y jurídicas muy distanciadas. Ahora se enfrenta con una Europa completamente distinta, que ya no está lastrada por la guerra fría y en la que, tras el hundimiento del socialismo real, los principios de democracia y de economía de mercado son reconocidos universalmente como inseparables del concepto de vida civilizada en la época contemporánea.Mirar con decisión e imaginación hacia un futuro completamente distinto del previsto exigirá concepciones audaces de los gobernantes que toman parte en la cumbre. La idea de establecer entre los Estados europeos relaciones de carácter permanente debe ser el eje central de la cumbre parisiense. Por esta razón, las labores preparatorias de la cumbre permiten esperar que se decida la creación de una secretaría permanente con sede en Praga. El proyecto es acertado: la nueva etapa de la CSCE va a requerir un laboratorio de elaboración política conjunta y, sobre todo, una coordinación de las actividades a emprender en diversos ámbitos.

Si el problema de la seguridad del continente ha estado siempre en el centro de las preocupaciones de la CSCE, hoy se plantea de manera totalmente nueva. La firma prevista de una declaración conjunta de los 22 miembros de la OTAN y del Pacto de Varsovia debe modificar radicalmente -del enfrentamiento a la colaboración- el contenido de las alianzas. Pero, además, para consolidar esta declaración, sus mismos firmantes suscribirán mañana el Tratado sobre Fuerzas Convencionales en Europa (CFE), que consagra la reducción y el equilibrio de los armamentos convencionales entre el Atlántico y los Urales. La seguridad en Europa tiene que orientarse ahora, de modo preferente, hacia la efectividad de los sistemas de control e inspección sobre las medidas acordadas; sólo así podrá garantizarse el cumplimiento de lo pactado.

Por otra parte, los problemas de los derechos humanos y de las minorías -objetos ambos de la competencia de la CSCE desde su comienzo- requerirán a partir de ahora respuestas mucho más concretas y permanentes. Se ha subrayado, con razón, el peligro de que el fin de la bipolaridad nos retrotraiga a una Europa amenazada por el recrudecimiento de los nacionalismos. Los casos de Rumania, Yugoslavia, Checoslovaquia, entre otros, acon sejan dar carácter prioritarlo a la creación de órganos de protección de los derechos de las minorías nacionales. Tales órganos deberían tener capacidad para investigar las quejas eventuales y, sobre todo, para articular las necesarias mediaciones y negociaciones en casos de conflicto. Existe en algunas de las regiones europeas serio peligro de que estallen choques originados por reivindicaciones de tipo nacionalista. Frente a ese riesgo cabe esperar que el proyecto de establecer en Viena -o en otra capital- un centro de prevención de conflictos obtenga el apoyo de la conferencia de París.

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Es evidente que la Europa de hoy tiene que ser la de la solidaridad. Es difícil ignorar la gravedad de los problemas económicos en que se hallan sumidos casi todos los países del Este; sería dramático que su acceso a la democracia coincidiera con su hundimiento en la miseria. Para evitarlo se han puesto en marcha, por parte de la CE, EE UU y otros países diversas medidas de ayuda y cooperación encaminadas a aliviar los rigores del camino hacia una economía de mercado. Pero sería lógico que la CSCE, en la que están representados tanto los países necesitados de ayuda como los que tienen mayor posibilidad de ofrecerla, contribuyese a la buena coordinación de las diversas formas de asistencia con objeto de lograr su máxima efectividad.

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