Tribuna:

El japonés doliente

El veterano bolsista, como el viejo poeta -animal antediluviano con cola, al decir de Maiakovski-, internaliza sin aparente consternación la dualidad del mundo. El bien y el mal, alzas o bajas cotizaciones para el caso que nos ocupa, son acogidos con idéntica frialdad en la epidermis del veterano, que goza simplemente en los vaivenes de la inversión mucho más que en las ventajas derivadas de la materialización del beneficio cuando se produce. Un mercado sin excesos y sin el riesgo que de ellos se deriva es como un jardín zen sin japonés doliente. Hace apenas un par de semanas los bancos...

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El veterano bolsista, como el viejo poeta -animal antediluviano con cola, al decir de Maiakovski-, internaliza sin aparente consternación la dualidad del mundo. El bien y el mal, alzas o bajas cotizaciones para el caso que nos ocupa, son acogidos con idéntica frialdad en la epidermis del veterano, que goza simplemente en los vaivenes de la inversión mucho más que en las ventajas derivadas de la materialización del beneficio cuando se produce. Un mercado sin excesos y sin el riesgo que de ellos se deriva es como un jardín zen sin japonés doliente. Hace apenas un par de semanas los bancos, disciplinadamente alertados por alguna alta voz de muecín, dieron la nota en un rally comprador que levantó las cotizaciones como en volandas. Pues bien, el proceso no solamente no ha tenido continuidad, sino que además acabó ayer abundando en el abandono con la caída sintomática de un grupo asegurador claramente vinculado a una entidad financiera. Tanto es así que, a media jornada, la fuga de la inversión había convertido los despachos de Barcelona en salas de espera de centros epidemiológicos. En ocasiones, el público huye de la renta variable como de la tiña; claro que esto al antediluviano poco le importa porque vuelve a las andadas.

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