Cartas al director

'Confesiones de un viejo árabe'

Después de 15 años de leer día a día EL PAÍS siente uno la tentación de preguntarse por qué es ineludible. Si por la cucharada matutina de jarabe situacional desde el urbi et orbi del editorial; por los artículos de fondo, bien seleccionados y en discurso de época; si la travestida técnica del periodista nuevo que debe informar y dar sentido, al modo de las cenizas quevedescas; si la contradicción de nuestro mundo, flagrantemente aceptada con el esto es así pero también así de su pluralidad relativista a ultranza.Confieso que el mundo ha seguido...

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Después de 15 años de leer día a día EL PAÍS siente uno la tentación de preguntarse por qué es ineludible. Si por la cucharada matutina de jarabe situacional desde el urbi et orbi del editorial; por los artículos de fondo, bien seleccionados y en discurso de época; si la travestida técnica del periodista nuevo que debe informar y dar sentido, al modo de las cenizas quevedescas; si la contradicción de nuestro mundo, flagrantemente aceptada con el esto es así pero también así de su pluralidad relativista a ultranza.Confieso que el mundo ha seguido su curso tan ajeno al mismo periódico -¡quién lo dijera!- como a mi afán de encontrar respuestas en él. Ha sido un amor tan inútil como todo lo ineludible.

Algo pocho ya este new criticism, como todos los que sufrimos la patina del siglo, EL PAÍS sigue siendo, con todo, necesario. Incluso sin él saberlo (?). Cuál no sería mi gozo provinciano al leer las Confesiones de un viejo árabe, de Sélim Nassib (11 de septiembre de 1990), sin dictar cátedra, sin diseñar universos mentales... Simplemente clamando porque viene la guerra y sus hijos están ya muertos de intolerancia medieval. ¡Hermano Nassib, lloremos juntos!-

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